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Los Hacheros
Los Hacheros

Con Los Hacheros en el Verlaine

¡Qué ganas tengo de salir a bailar con Los Hacheros! Recuerdo la noche en que los escuché por primera vez en el Lower East Side de Manhattan.

Acudí al encuentro de mi amigas Marlysse, pianista salsera y bolerista, y Karen, boricua baila’ora, en Ten Bells, un bar de vinos frescos (sin preservantes) en la calle Broome. Las encontré en la barra conversando animadas y disfrutando los buenos vinos, tan ricos que hasta el barista estaba borracho. Ellas no, pero sí estaban alegres. ¡Total, era domingo por la tarde! Marlysse me ofreció probar un vino italiano de naranja. A la boricua le sabía a toronja y querían dirimir el desacuerdo. Yo no supe distinguir cuál era el sabor frutal específico. Sí era un cítrico refrescante pero dejé su disputa sin resolver.

Afuera el tiempo ya había refrescado. Comentamos el frío que había hecho aquella primavera y por ello conversamos sobre la adaptación a Nuyork. Marlysse vino a estudiar composición musical. Karen, chica de letras, vino a hacer trabajo social y para ser feliz buscaba bailar cada vez que podía. Yo vine a ser filósofo y me convertí en peripatético. El tiempo voló.

Cuando nos dimos cuenta, era hora de que Karen se fuera a casa y Marlysse y yo nos fuéramos al Verlaine, el bar con nombre de poeta francés en la calle Rivington. Allí nos esperaba la música de Los Hacheros. Yo no los conocía, pero mi amiga pianista apreciaba mucho sus discos. Sin embargo, no los había escuchado en vivo. Y esa noche tocaban ahí, en el barrio de Pedro Navaja por el que andábamos paseando.

Los Hacheros resultaron una sorpresa buenísima, de esas que nutren mi amor por la ciudad y vida musical. Tocaban sones cubanos, incluyendo montunos sensacionales, y otros ritmos precursores de la salsa. ¡Y vaya manera de tocar! Puro sabor y mucha categoría. Congas, bajo, percusión, trombón, violín, tres (instrumento de cuerdas del oriente cubano) y voces de timbre cálido y acento caribeño.

Cuando entramos, el Verlaine estaba lleno a reventar y el ambiente hervía. Los músicos animaban el cosmos latino con su espíritu alegre. ¡Y entre ellos estaba Felipe, mi compa tico, líder de la banda Supermambo!, tocando el güiro! Lo saludé de lejos y me sonrió. La gente latina bailaba con todo. Marlysse pidió un vino rosado, yo una birra negra y nos pusimos a bailar. Aunque ella es un poco tímida, más pianista que bailarina, igual nos lanzamos.

Y no dejamos de movernos hasta que cerraron con su son de gran éxito, «Baila con Los Hacheros», que interpretaba el vocalista Papote:

Este es mi son, mi son sabrosón…

Si quiere bailar, que baile.

Si quiere gozar, que goce.Cuando nos despedimos en la estación de la calle Delancey, Marlysse iba contenta por haber escuchado música de gran calidad y yo por haber bailado delicioso. Regresé a Brooklyn con gozo en el corazón y cantando el último son. Anhelo bailarlo de nuevo.


Photo by: Los Hacheros ©

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