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daniel campos
Photo by: yarko3 ©

Con Aristóteles en Elk Café

Hoy rompí un patrón. Fue placentero hacerlo. Llevaba años lamentando que los cafés de mi barrio brooklynense, Windsor Terrace, cerraban muy temprano. Me gusta tomar café negro a las cuatro de la tarde, como buen tico. Lo ideal es tomármelo conversando con un amigo. Cuando falta un amigo de carne y hueso, me gusta la compañía de un buen libro. El problema en el barrio, pensaba yo, era que los cafés cerraban a las cinco. Apenas me empezaba a emocionar con la compañía del libro y pensaba en tomar un segundo café, me echaban del sitio en que estuviera.

Pero hoy busqué un café nuevo. En vez de subir la cuesta de mi calle en dirección a Park Slope, descendí hacia las cercanías del Lago Prospect. Justo al frente del parque, atravesando la avenida Prospect Park Southwest, decidí entrar al Elk Café.

Atrás tiene un patio enorme, con terraza de madera y zacate al fondo, cubierto por árboles frondosos. Al frente está la sala del café, amplia y bien iluminada pues los ventanales son grandes. Las mesas redondas de madera son cómodas y las sillas ergonómicas.

Pedí un café negro para degustar. Veredicto: sabroso y fuerte, de buena calidad. El detalle negativo fue que la barista me lo sirvió en taza de cartón y no de porcelana, sin darme opción de escoger. Creo que tenía pereza de lavar tazas al final de la tarde. Ni modo. No se puede pedirle todo a un café del país donde a algún capitalista con mal gusto se le ocurrió que el café se puede servir en cartón.

Me senté cómodo y contento con mi café negro y me puse a leer la Ética de Aristóteles, sabiendo que podría pasar un par de horas, hasta el anochecer, en su compañía. Leí varios capítulos sobre la amistad para comentarlos con mis estudiantes. Según Aristóteles, la verdadera amistad (philia) consiste en desearle el bien a mi amigo, y contribuir a la realización de ese bien, por el puro bienestar de mi amigo y no por mi propio interés. Es decir, el bien que le hago a mi amigo lo hago sin esperar para mí mismo un bien, un placer o un favor de vuelta. Pienso que en este sentido tiene razón.

Esta tarde Aristóteles fue mi amigo, compartiéndome su pensamiento mientras yo me deleitaba leyendo en un espacio bien iluminado, con vista al parque, donde los árboles ya visten sus cálidos atuendos otoñales y las aguas del lago reflejan el sol vespertino.

Me vino bien romper un pequeño patrón, cambiar de dirección y perspectiva en compañía de un gran amigo.


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