Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos
Photo by: Alejo ©

Completar los entrenamientos

Nuestro camino vital se recorre, quizá, con pasos imperceptibles y esfuerzos desapercibidos por los demás.

Con el sol de verano y su calor, he recuperado las ganas de entrenar fuertemente en la piscina. Venía llevándola suave este año, entrenando poquito. Pero a inicios del mes de marzo me reporté sin falta a la Escuela de Natación de Montelimar, en mi distrito josefino.

En el vestíbulo saludé a Isa, mi antigua compañera de entrenamientos. Somos buenos compas aunque ya nuestros horarios y calendarios no coinciden para nadar. Y rapidito me metí a la piscina.

Mi entrenadora, Ana Julia, me estaba esperando con ganas de sacarme el jugo. Diay, la seguidilla de frentes fríos de este año fue mi excusa para haber estado pereceando. Pero ella no se conmovió mucho porque me asignó una rutina de acondicionamiento físico bastante exigente. Cuando se cumplió la hora de entrenamiento, de hecho, me faltaban doscientos cuarenta metros: cuarenta de patada con tabla y doscientos de estilo libre con manoplas.

–Si quiere después de terminar la patada puede estirar y aflojar –me dijo, mirándome con compasión.

Pero yo sentía arrestos de fuerza y comprometimiento con la meta. Le dije que no, que tenía que completar el entrenamiento. Lo hice, me duché, me despedí de Ana e Isa y almorcé en casa con mis papás. Luego en mi cuevita hice una siesta de sueño tan profundo que me desperté una hora después sin saber dónde estaba.

Hoy me reporté de nuevo a la piscina. Había dormido poco y desayunado sin fruta. No sentía tanta energía. Ana me exigió bastante distancia y resistencia. ¡Tanta distancia que al completar la hora me faltaban muchos metros! La miré como pidiendo permiso para terminar. Pero se hizo «la rusa», o sea, me ignoró, y no me perdonó. Yo andaba lento y demoré quince minutos más. De hecho, ya Ana se había ido a almorzar, confiando en mí. Yo podría haberme salido antes. Pero fue una cuestión de honra: completé el entrenamiento que me pidió. Luego, en la ducha fría, me sentía cansado pero satisfecho.

Ha sido una pequeña y anónima victoria, sobre todo para un perezoso con tendencias hedonistas como yo. De todos modos, para mí vale. Mucho. De estas pequeñas gestas se alimenta nuestra vida cotidiana. Poco a poco, nos llevan por un camino que merece el esfuerzo.


Photo by: Alejo ©

Hey you,
¿nos brindas un café?