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Daniel Campos
Photo Credits: Fahim Fadz. ©

Compartir morriñas y saudades en Newark

Es Domingo de Resurrección por la tarde. Salgo de la estación de trenes de Newark y camino hacia el barrio de inmigrantes conocido como Ironbound District. Recorro Ferry Street, la principal arteria del barrio, y observo. La gente que va y viene.

Es evidente el legado de los inmigrantes portugueses en el barrio por los restaurantes con especialidades en bacalao y mariscos, las bodegas especializadas en vinos ibéricos y la sede del Sport Clube Português. Ésta se encuentra un poco estropeada. Hongos negros de humedad manchan su desteñida fachada blanca. Las banderas de Portugal y Estados Unidos ondean raídas y desteñidas en lo alto de sus astas. Simboliza, quizá, el envejecimiento de la colonia de inmigrantes portugueses y la llegada de nuevos inmigrantes. Hay señales, por ejemplo, de inmigración brasileña en las churrascarias que sirven carnes asadas al estilo de Rio Grande do Sul y en los cafés Pão de Terra y Nova Aliança.

Hay también evidencia de inmigración hispanoamericana más reciente. El viejo rótulo de un restaurante dice “Vinny’s Pizzeria” pero el menú, escrito a mano en una pizarra, es ecuatoriano: humitas, tamales, hornado con mote, morocho, seco de rabo, bollos de pescado, caldo de bola. También hay presencia mexicana, como las familias que almuerzan en Mi Pequeño México. Deambulando por las aceras me deleito escuchando la mezcla de acentos andinos, mesoamericanos, lusitanos y brasileños.

Para disfrutar mi café de media tarde me decido por el Nova Aliança pues ya había visitado anteriormente el Pão de Terra. Entro y de inmediato este establecimiento esquinero de amplios ventanales me recuerda a los cafés de barrio de Lisboa y Río de Janeiro donde los vecinos suelen encontrarse. Reunidos en torno a una mesa servida con mistos quentes, pão com manteiga na chapa y frango assado com guarnições, un grupo de señores portugueses ve por televisión el partido Botafogo – Vasco da Gama, un clásico del fútbol carioca. Conversan en portuñol con las mujeres dominicanas que atienden la barra. En otras mesas, una pareja de ancianos toma café espresso con pastéis de Belém, un abuelito con boina le da de comer pastel a su nieto y cuatro albañiles ecuatorianos juegan a la lotería de raspaditas mientras beben un café negro con misto quente también. El más silencioso de ellos tiene la nariz quebrada como boxeador de peso wélter. En una esquina, un hombre canoso, de tez blanca y nariz afilada, tristes ojos miel, abrigo azul y camisa de cuadros verdiblanca bien planchada, observa toda la escena en silencio. Yo observo desde la esquina opuesta.

Poco a poco mi atención se centra en dos señoras que toman café con leche y conversan en la mesa contigua. Su conversación es un chisme sobre la hija de una vecina de ambas.

—Rosa, esa muchacha se jacta de que ella sólo come en los mejores restaurantes, donde sirven platos de mariscos de $100—dice una de las señoras. De pelo negro, lacio y corto y piel morena de mestiza, habla con acento andino ecuatoriano, quizá de las cercanías de Cuenca.

—¿Será verdade? ¿Cómo lo faz?—pregunta en portuñol Rosa, la portuguesa. Ella tiene el pelo rizado muy corto, teñido de rubio pero plateado en las raíces, ojos castaños y su tez de tonos dorados. Viste suéter lila de algodón, cadenita de oro con crucifijo, pantalón de lana gris y zapatos de cuero negro de tacón bajo.

—Pues yo he visto que un hombre mayor llega en auto a recogerla y se van. Una vez los vi salir de un restaurante juntos y se fueron a otro lugar. Él la vino a dejar ya casi al amanecer. Me di cuenta porque yo ya estaba levantada—le explica a Rosa la ecuatoriana.

—¡Claro! Ella tiene que pagarle la cena de $100 antes de ir a dormir—dice Rosa con sarcasmo y se ríe maliciosa.

Ambas guardan un silencio cómplice por un momento. Entonces la andina se prepara para irse.

—Me voy al mercado. Hoy es domingo y no hay telenovelas. Mi marido está viendo fútbol—dice. —Cuídate Rosita. Happy Easter—se despide.

Happy Easter—responde la lusitana, deseándole felices pascuas a su amiga.

Rosita se queda sola en la mesa. Tararea la melodía de un fado. Observa el entorno, como yo. El café Nova Aliança rebosa de inmigrantes, nuevos vecinos llegados de Iberia y América. Procuran acompañarse y compartir morriñas y saudades en una tarde de domingo.


Photo Credits: Fahim Fadz. ©

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