Últimamente aparecieron en el panorama una serie de especímenes con el deseo enorme de protagonizar cualquier conversación, ya sea de cocina, de farándula o de política. Amigos, les estoy hablando de “Los opinadores de oficio”.
Hay dos cosas graves que cumplen quienes tenemos esta condición: La primera es que todos lo hemos sido alguna vez, y la segunda es que no nos damos cuenta de que lo somos, es decir, a veces por un acto reflejo impulsado por el deseo de nuestros cinco segundos de fama en redes sociales, nos ponemos a elucubrar, entretejer, armar ideas en torno a diversos temas… A eso en Venezuela lo llamamos: hablar paja, en resumen: Nos graduamos de habladores de guebonadas (sin con “g” que es más potente).
Ojo no tengo nada en contra de estas personas, pero hay temas que es mejor no tocar si no se conoce todo el contexto… estoy hablando de esos temas que involucran el sentimiento y las condiciones que vive un pueblo del que sólo has escuchado por televisión o porque alguien te lo dijo. Incluso repites como un loro, porque quieres ser cool y parecer progre.
Escribo estas líneas porque desde hace algunas horas, muchos me han preguntado por qué no me pronuncio acerca de lo que está pasando en mi país. Unos han llegado a decirme: ¿Tienes miedo de perder a tus amigos que piensan distinto?; otra cosa que me ha pasado, es que amigos que no son venezolanos han querido explicarme, o tratar de explicarme lo que pasa en mi país…
Bueno a continuación paso a aclarar algunos puntos:
Siempre he defendido la libertad en mi país, quienes me conocen desde hace años saben que fui representante estudiantil ante el consejo universitario de la Universidad Católica Santa Rosa por allá en 2007. De hecho, muchos de mis compañeros de entonces ahora son diputados, ministros (Chavistas), embajadores (Chavistas y Guaidistas) y hasta uno es presidente encargado. Yo pude haber elegido la política, pero decidí inclinarme por el periodismo y posteriormente por una profesión o más bien un estilo de vida que me voló la cabeza y que ahora es mi pasión: El Humor… ese es mi espacio para opinar.
Lo que trato de explicar es que la venezolanidad no se mide por la cantidad de tuits, fotos, y comentarios que hagas en contra el gobierno de Maduro, o contra cualquier otro gobierno de derecha o de izquierda. Yo creo que la venezolanidad, o más bien la humanidad sea ayudar a otros, y no sólo a los venezolanos, sino al que uno pueda ayudar. Eso, por un lado.
A mis amigos extranjeros que tratan de decirme que la ayuda humanitaria es un Caballo de Troya para invadir Venezuela y que quienes piden intervención militar están locos… Tal vez tengan razón, pero tanto ustedes como yo podemos ver desde la distancia y sentarnos a analizar en una mesa mientras cenamos y tomamos vino los posibles escenarios, mientras que en mi país la gente no tiene ni comida, ni medicinas… Ellos ven en esa ayuda una esperanza, una tabla de salvación. La posibilidad de sobrevivir… y además se tienen que enfrentar a un gobierno que acusa de “Facho” a quien piensa distinto y los ha condenado a años, días y horas de hambre y muerte (¿Quiénes son en realidad los Fachos?).
Ojo, quiero aclararle a mis amigos y conocidos políticos tanto de derecha como de izquierda: Estoy claro que los americanos quieren el petróleo, pero también sé que los chinos van por la Bauxita y los rusos por el oro… ¡Déjense de joder!, cada uno está tratando de preservar su cuota de negocio…
Mi país vive horas intensas, no se sientan con la autoridad de explicarme un conflicto que en parte viví (y por el que me tuve que ir) sólo porque leyeron el manifiesto comunista, porque son de izquierda y queda cool estar en contra del imperio, o se vieron la serie de Trotsky en Netflix.
Y este mensaje es también para los otros, los que piden a gritos que terminen de invadir Venezuela porque se sienten paladines de la democracia y el capitalismo, y recitan de memoria la teoría de la “Mano Invisible” de Adam Smith.
Yo hasta ahora he callado, para no tener mala leche con nadie porque me conocen, y saben que me gusta evitar el conflicto… Pero no confundan tolerancia con estupidez. No quiere decir ahora que me voy a pelear con todos…
Pero para mi salud mental inventé un código que explicaré a continuación y que aplicaré a cualquier interlocutor que me trate de convencer y de solucionar lo que pasa en mi país, sin conocer bien, lo que realmente ocurre:
Le pondré respetuosamente mi mano en su hombro, seguidamente, guiñare primero mi ojo derecho, luego mi ojo izquierdo, sonreiré y le daré una palmadita afectuosa en la espalda.
Si en nuestro próximo encuentro recibes este gesto de mi parte: ¡Felicidades!, te graduaste de opinador de oficio.
PD: Yo quería escribir un artículo de humor, créanme… ¡coño!, pero a veces no se puede.
Suyo de ustedes.
Photo Credits: Graham Peter ©