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Colores de noviembre

El cielo y los lagos amanecen engalanados con sus mejores tonos azules, salpicando emoción al día, en su contraste con las preferencias rojas en esta región de montañas humeantes en el este de Tennessee. Entre las rollizas calabazas y los espantapájaros sonrientes que adornan los jardines, se asoman airosos un gran número de carteles que despliegan el nombre del candidato presidencial republicano. Los árboles prefieren no opinar y sus hojas apenas muestran algo de color, confundidas por las altas temperaturas de este otoño. De todas maneras el paisaje me regala una encantadora postal country que aliviana el camino de una hora hasta la universidad.

Dentro del campus, los carteles vestidos de rojo, azul y blanco, instan a que los estudiantes ejerzan su derecho al voto. Las ardillas los rodean curiosas, desdeñándolos enseguida al no encontrar comida. Para ellas es un día como cualquier otro. Por el puente peatonal cristalino que atraviesa una de las calles principales de la ciudad, varios jóvenes marchan hacia el centro de convenciones; lugar de votación para los estudiantes que residen en el campus. Deben ir en grupos como medida de seguridad luego de que las encuestas en la universidad han revelado una inclinación por la candidata demócrata.

Converso con algunos de mis estudiantes luego de terminar nuestra clase de español intermedio. Todos ellos, veinteañeros y caucásicos, se muestran optimistas acerca de su generación. Comentan que, aun cuando mantienen los valores religiosos y conservadores de la cultura en la que crecieron, están abiertos a otras perspectivas y dispuestos a entender los argumentos del otro lado. Para ellos, eso ya es un cambio importante con respecto a la manera de pensar de sus padres. Confían también en la democracia de su gobierno y en los controles establecidos entre los distintos poderes del estado. Después de todo, dicen, su país ha sobrevivido anteriores desastres presidenciales. No creen que esta vez sea diferente.

Mi siguiente parada es el Centro de Recursos de Lenguas y Cultura, una pequeña oficina en el campus que provee servicios a la comunidad inmigrante hispana de la región. Tomo un café con la directora del centro, una argentina quien ha vivido en este rincón cobijado por los Apalaches hace más de dos décadas. Esta es la primera vez que puede votar en los Estados Unidos, algo que la llena de satisfacción, no solamente por considerarlo un deber cívico, pero porque piensa que ahora más que nunca, es necesario educar a las personas sobre la importancia de acoger y cuidar la diversidad en este país.

Un manto de humo que se extiende amenazante, arruina el paisaje durante mi viaje de regreso a casa.  Las montañas desaparecen y escucho el eco de los camiones de bomberos. Sabía de los incendios forestales provocados por la sequía, pero no había palpado el problema así de cerca. La masa gris expande sus tentáculos, apoderándose del ambiente y entonces siento que pase lo que pase, nadie va a quedar contento.

Por la noche, sigo los resultados de las elecciones en casa de mis suegros. Con su pensamiento liberal, no se ajustan al estereotipo de la familia típica de estos lados. La madre mira con incredulidad hacia el televisor y el padre se retira a su cuarto a tocar la guitarra. El abuelo, un veterano de la marina de noventa años, arruga su nariz afilada y sus ojos celestes durante unos segundos para finalmente encogerse de hombros. Él ya cumplió con su país y pudo alcanzar el sueño americano. La nueva generación tiene la posta. 


* La versión original del presente texto fue trabajada en el «Taller de Crónicas Latinas», dictado por Juan Pablo Meneses desde la Universidad de Stanford.

Photo Credits: Lindsey Turner

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