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daniel campos
Photo by: Edson Meza Lorente ©

“Cleteada” en una tarde de sol

Las tardes de enero en San José son de una belleza desaforada. Siempre procuro disfrutarlas con plenitud.

Hoy aproveché para salir un rato en bicicleta. Decidí subir de mi barrio, en Guadalupe, a Moravia y recorrer un poco las alturas del cantón vecino. El sol dorado acariciaba la piel sin lastimar. La brisa refrescaba sin dificultar la pedaleada.

Mientras recorría las calles, apreciaba las veraneras que florecen en tonos morado y púrpura sobre los muros de las casas y los jardines de nazarenos, cascos de venado y sanjuanes en flor. Empecé a tararear versos de la canción “Una tarde de sol” de Manolo García:

Guardo una tarde de sol por si hace falta,
ese es un tesoro que nadie podrá arrebatarme.
Guardo la mirada risueña de alguna muchacha.
Guardo en un bolsillo el color de la piel de una naranja.

Logré mi mejor “cleteada” de los últimos tres meses. Apenas recorrí 12.5 kilómetros e hice ascenso de 127 metros, hasta los 1.254 sobre el nivel del mar. No es gran cosa, lo sé. Soy apenas un ciclista urbano y lúdico.

Pero fue mi mejor pedaleada por la sensación de bienestar que me acompañó. Disfruté andar al aire libre; sentir el sol y el viento; contemplar el cielo zafiro y las montañas esmeralda que rodean a mi valle; y apreciar el atardecer, cuando la luz dorada desde occidente iluminaba las cumbres despejadas del Volcán Barva.

Mientras pedaleaba de vuelta a casa, continué cantando la banda sonora de esta tarde de sol que ahora, al describirla, te comparto:

Te guardo una tarde de sol por si la quieres,
ese es un tesoro que nadie podrá arrebatarte.
Te guardo una mirada risueña que nada pretende.
Te guardo en un bolsillo el calor de mi piel por si vinieses.


Photo by: Edson Meza Lorente ©

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