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Photo by: René Mayorga ©

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (VI)

Ciudad de México, Estación Miguel Ángel de Quevedo, Coyoacán, sábado 14 de marzo 12:20 pm

Regresaba muy cansado hasta mi hotel en Tlalpan, había elegido la ruta más larga para llegar hasta la estación Miguel Ángel de Quevedo.

Me entretengo mucho caminando y pensando, sobre todo al hacerlo por la noche en una metrópoli como CDMX, normalmente cargo una bolsa que compré en París en 2004, que lleva escrita una cita de un verso de Baudelaire: Le beau est toujours bizarre. Pienso que soy un poco bizarro. No soy convencional y soy amante de los excesos de todo tipo. Esa es mi bendición. Esa es mi condena. Ser bizarro. Ser ya un exceso. Una anormalidad desde que nací. Una hermosa anormalidad que sonríe con todo el cuerpo y que transporta su humanidad nocturna por las ciudades para conquistarlas, con su saber, con su alegría, con su locura, que un amigo de New York, que espero que esté bien, bautizó como entrañable, ya hace unos años. Sí, soy bizarramente entrañable, de noche más. No lo sé, por momentos siento que entro como en trance, como si fuera una antena con la que el Anima Mundi que habita en la oscuridad de la noche se comunicara; entro en contacto con los diferentes elementos góticos que construyen la geografía urbana.

En mi último viaje a Lima, el pasado septiembre de 2019, hacía lo mismo, me caminaba toda la Av. Brasil a medianoche: desde la Plaza Bolognesi hasta el monumento al Inmaculado Corazón de María, ubicado en el distrito de Magdalena del Mar, figura que da la espalda al mar Pacífico. Para mí la sensación era súper mágica, con mi indumentaria negra, mi sombrero tucumano de piel de conejo, mi saco largo, me sentía como un vampiro decimonónico que no era extraño a esos edificios, malls, taquerías, cafés, supermercados, tiendas Oxxo, 7-Eleven, la luz pública baja, autos, buses-trolley. Todo entraba por mis ojos, oídos para formar parte de un recuerdo imborrable.

Soy un caballero de la noche, un flaneur nocturno de todas las ciudades del mundo, no importa si es New York, Buenos Aires, Saint Petersburg, todas las ciudades a medianoche, me pertenecen, son mías, son posesión de este solitario medio gitano, medio peruano. Bajé por las escaleras de la estación del metro rumbo a mi hotel de Tlalpan entre el Walmart y las putas. Acababa otra noche maravillosa en CDMX. Sonreía.

Ciudad de México, Calzada de Tlalpan, domingo 15 de marzo 8:00 am

Tenía el plan de buscar más títulos de Rosario Castellanos en Donceles Street. Por la tarde me encontraría con Julia Piastro, poeta y música, amiga de Violeta Orozco, en la fuente de los Coyotes, en Coyoacán, un lugar que siempre me ha traído lindos recuerdos en mis viajes a CDMX. Tomé el metro hasta la estación de Bellas Artes. Al salir, un escenario de normalidad que ya había descrito anteriormente.

A pesar de las noticias negativas desde Europa y las críticas locales de grupos de interés contra la política de AMLO ante el avance del Coronavirus en el mundo, la vida en la capital mexicana fluía con normalidad, sin preocupaciones. Entre las críticas de ciertos mexicanos de la élite económica o política, se debe destacar la del expresidente por el PAN, Felipe Calderón, responsable político de la muerte de más de cien mil mexicanos durante la guerra contra el narco y con el curioso añadido de que, precisamente, su Zar antidrogas, Genaro García Luna había sido arrestado por autoridades de Estados Unidos por su colaboración con los carteles mexicanos.

Antes de llegar a la calle de los libros de viejo me entretuve mirando objetos, recuerdos en los puestos de los vendedores ambulantes. Quería adquirir unas fotografías del período de la Revolución mexicana, entre los diferentes artículos destacaba un libro sobre una exposición de Picasso en México con prólogo de Octavio Paz. Pensaba que, si gastaba en ese momento, no me iba a alcanzar el dinero para conseguir los libros de Castellanos. Al final pude conseguir Poesía no eres tú, una antología de su poesía. Lo que sí me dejaron claro en las librerías era que no iba a poder conseguir Las cartas a Ricardo, la pareja de la escritora mexicana, material que en parte sirvió para la elaboración del biopic, Los adioses. Pagué y regresé al hotel para almorzar. Al final el almuerzo me salió ciento cuarenta pesos, realmente súper barato, 5.4 dólares al cambio. En el Oxxo compré un refresco y unas botanas. Luego en el puesto de tortas (sándwiches) al frente del Walmart, ordené una tejana con todo: queso, avocado, chiles, etc. El sándwich era demasiado grande. Solo pude comer la mitad. Aproveché para preparar mis clases que la siguiente semana empezarían a darse en formato en línea en la universidad donde trabajo.

Dormí la siesta hasta que fuera la hora de salir a Coyoacán. Me desperté, me cambié con las mismas y salí a tomar el metro, metí en mi bolsa, unos libros para regalarle a Julia, mi diario y la antología del Vallejo de la India, Sukanta Bhattacharya.


Photo by: René Mayorga ©

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