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Cinco años tomados de las manos

Un viernes lluvioso me quedé en casa con un resfrío y una tristeza insuperable. Tomé las cuatro tazas de café necesarias y un pan de maíz que mi vecina me había traído el día anterior acompañado de una cerveza. Una combinación rara. Tan rara como el vermouth y la tostada con queso crema que Elena Tamargo pidió en el Versailles aquella noche que ella inmortalizó.

Ya son varios los días que no logro apartar a Ele de mi cabeza. Sin darme cuenta he ido en el tren conversando con ella. Le hablo del nuevo jefe, de su pinta de Brooklyn y sus canas seductoras. Sé que a ella le encantaría. Recuerdo la noche que me presentó al Ruso. No pude ocultarle lo mucho que me había impresionado. Además, a ella nunca le podía ocultar nada. Llegamos a la conclusión que nos gustaba el mismo tipo de hombres. Nos reíamos pícaramente de esas tonterías.

Desde la sala, observando el gris y la humedad insoportable, me detuve en su foto de adolescente que reposa en el librero. Su pelo rizado de niña buena y esa sonrisa a medias que lograba mover montañas. Volví al ordenador y encontré un video de un poeta. Mientras lo miraba con atención sentía la mirada de Ele y su sonrisa detrás de mí. El poeta hablaba de su pueblo, de sus comienzos en la poesía y nosotros analizando minuciosamente su entorno. Estoy seguro que me guiñaba un ojo, en ese modo suyo tan especial. El video terminó. Le envié un mensaje de texto al poeta, dándole un par de piropos. Ele no estaba tan segura que debía hacerlo, pero no me regañó.

 

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Elena Tamargo dibujo de Dinapiera Di Donato de una foto de Marta Ramos

De pronto oí su voz. Ele contestaba preguntas. Le preguntaban sobre su cabello recién afeitado completamente. Acababa de pasar por un tratamiento de radiación para un cáncer que volvía, o quizás nunca se fue. Lucía esplendorosa aun con el cáncer a cuestas. Su voz se oía por toda la casa. La gata daba vueltas en círculos sin parar. Festejé su presencia con una canción.

Cuando estoy entre tus brazos /siempre me pregunto yo /cuanto le debo al destino /que contigo me pagó…

Una luz anunciaba que ya no le quedaba batería al ordenador. No podía ser, tendría que llevarla al cuarto y conectarla, justo ahora que estábamos tan a gusto aquí en la sala. Caminé descalzo, algo que casi nunca hacía ya. El piso de madera crujía con el peso de mis pasos y los de ella detrás de mí. Entonces la canción se terminó de repente. Incluso no recuerdo si había llegado a su final o quedó a medias. Por unos minutos el silencio se apoderó de nosotros.

Me acosté en mi perenne lado de la cama observando la ventana salpicada de lluvia.  El colchón se hundió a mi derecha y Ele estaba allí. Me pedía cuentas. ¿A dónde han ido a parar nuestros proyectos? No tenía excusas para darle. Lo único que logré decirle es que no me he apartado del camino que comenzó aquella noche que me presentó. Sentí su brazo reposado encima de mi hombro derecho a modo de respuesta.

Un estruendo me hizo dar un salto y correr a la sala. No sé qué había pasado. Puse incienso japonés por toda la casa. Volví a su foto y sin casi poder ver tomé un libro. En mis manos ardiendo tenía, “Los himnos de Tubinga” de Holderlin que ella me había regalado. Abrí el libro al azar y me saltaron a la vista los versos, sólo tus elegidos/ triunfan en la gloria y en el amor.

Estaba erizado de pies a cabeza. Ele se despedía. Sentí sus dedos dándole golpecitos a los míos. Intranquila parecía estar. Le dije calmado:

“Estamos en el camino de los proyectos Ele, no se irán al olvido. Pronto empezarán a hacerse realidad. Han pasado cinco años y ha sido un gran caminar. Te he sentido conmigo en el Alhambra, en Lima leyendo poesía, en Canarias presentando mi libro en el Museo Poeta Domingo Rivero, en aquella librería en California, caminando por los claustros de Sor Juana en el DF, cada vez que voy a Barcelona, en El libro uruguayo de los muertos de Bellatin, y ahora aquí en Nueva York. En mi paso por esta ciudad, en el autobús express con el chófer canoso que no me cobra, en los tesoros que voy descubriendo en mi peregrinaje a las siete iglesias, en las caminatas con Dinapiera, leyendo tu poema en Hunter College, en la soledad del tren de camino a New Brunswick, en la poesía que vivo a diario, en mi tristeza que es tan parecida a la tuya. No he olvidado nada. Ele, estaremos siempre tomados de la mano, tu y yo.”


Photo Credits: BlueEyes94

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