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Photo by: Carlos Figueroa © Protestas en Chile de 2019, Plaza Baquedano, Santiago, Chile

Chile: lo que no se nombra, no existe

Mientras escribo esta crónica, en Chile hay millones de ciudadanos protestando en las calles contra el mal denominado “milagro de la economía chilena”. El gobierno, sacó a los militares (Por primera vez desde los tiempos de la dictadura) para reprimirlos con armas de guerra, armas anti disturbios y, en el mejor de los casos, con gases lacrimógenos que tratan de apuntar a los cuerpos de los manifestantes y periodistas que cubren la noticia que sorprendió a Latinoamérica. El saldo es aterrador, dieciocho muertos en tan solo 5 días. Una verdadera tragedia en tiempos de democracia que el gobierno no menciona en sus discursos de paz y de buena voluntad. Todo sucedió muy rápido, o como dijo la esposa del Presidente Piñera, Cecilia Morel en una conversación que se filtró a la prensa, “es como una invasión alienígena”, para luego terminar diciendo una frase muy significativa en el marco de las protestas: “vamos a tener que repartir nuestros privilegios”. Nadie esperaba que un alza de tan solo $30 pesos en el transporte público recomendada por un panel de expertos, iba a desencadenar primero en evasiones masivas por parte de los estudiantes, para que una semana después, el 18 de octubre, explotara en una serie de levantamientos en Santiago y luego en el resto del país; manifestaciones que, según los propios carabineros,  son de una violencia no vista en décadas. Pero todos sabemos que los treinta pesos no son la razón. Las protestas son en contra de un sistema económico fracasado y letal para una sociedad cansada de abusos de las familias que controlan el país, el llamado “Country Club”, los políticos al servicio de ellos, iglesia y sus abusos, y los robos de las fuerzas armadas, entre otras y avalado por todos los presidentes post dictadura de izquierda y derecha. Todos.

El ex vocalista del grupo Rock ochentero Los Prisioneros, definió claramente nuestro sistema económico: “Chile es la Corea del Norte del capitalismo” y siguiendo con esa metáfora donde nuestro Kim Jong-Un, es el presidente Sebastián Piñera, que a todo esto, es un empresario de la lista Forbes que en los ochenta y luego de una masiva estafa y de ser declarado reo, se salvó de la cárcel solo porque su hermano era ministro del dictador Pinochet.

En efecto, la violencia sistémica, anónima, no revelada que ejerce el sistema capitalista (en especial el chileno), impulsor de la libre competencia, devoto de las estadísticas e índices financieros, el consumo, productividad, destruye, según Byung Chul Han, “el alma de los ciudadanos”. Este sistema chileno es violento porque quita la esencia de las personas desde la temprana escuela donde tienen que aprender a competir con el simpático compañero, transformándolos solo en números, estadísticas esas que con orgullo y displicencia muestran los economistas. Los ciudadanos han soportado casi cuarenta años, engañados con baratijas como las tarjetas de crédito, los modernos edificios, autos de lujo, centros comerciales y Happy Hours; pero en la intimidad, cuando miran las deudas bancarias y sienten una extraña angustia que tratan de identificar, aparecen nuevamente en el noticiero de la noche esos ilusionistas salidos de las escuelas de economía con gráficos tridimensionales, táctiles, solo para decir que “estamos bien”, mientras explican esas exitosas e innegables cifras macroeconómicas del “milagro chileno”. Lo que no se nombra, no existe. Si hasta hace una semana, Chile era el ejemplo, “el oasis dentro de Latinoamérica”, decía Piñera en una entrevista, ahora, en Uruguay, el candidato del partido colorado, Ernesto Talvi, niega rotundamente su admiración por la economía chilena que semanas atrás alababa a viva voz. Pero los economistas, esos tecnócratas, solo saben de números y eso no basta para dirigir un país. Solo debían leer los contundentes estudios sobre la grave crisis de salud mental de los chilenos, en especial de los que viven en Santiago, para tener una primera alerta. Pero no, el sistema chileno privilegia los números por sobre el bienestar de personas.

Ahora que han comenzado las marchas, también han aparecido lamentables comentarios de políticos y personas, más bien descalificaciones, que culpan de todo lo que sucede al comunismo, a la izquierda internacional, incluso a Maduro y a Cuba, deslegitimando sus apreciados anhelos, y es como si esas mentes se hubiesen quedado congeladas en la guerra fría, donde en Latinoamérica los dictadores, como Pinochet, Videla, Stroessner, Banzer, tildaban a sus opositores políticos simplemente como “Comunistas, Leninistas”, sin importar su forma de pensar, su ideología o problemas, anulando inmediatamente su identidad y luego la vida de las formas más inhumanas. Pero lo más irresponsable es que no tienen prueba alguna, son acusaciones al deleznables motivadas solo por sus propia falta de empatía hacia el otro, superponiendo su propio ego y sesgo político. La izquierda no se queda atrás. Maduro vocifera que todo aquel que no está con la “revolución bolivariana” es un “antipatriota” y el ser tildado de esa forma da pie para todo, pues ¿que derechos merece un antipatriota? Pero esa señora, joven o anciano que protesta, y que no tiene ningún interés con los partidos políticos y que escucha que le gritan despectivamente “izquierdista” tal como lo hacían en la dictadura los militares asesinos antes de fusilar o tirar al mar a esas mujeres u hombres, amarrados en pesados fierros, ese comportamiento que busca deslegitimar y borrar sus problemas, su esencia, destruirlos sicológicamente con una consigna despechada, violenta y antojadiza, tiene un nombre: invisibilización.

Este fenómeno, es un tipo de violencia directa y más efectiva que el golpe de culata de un fusil. Es una muerte en vida. Consiste en crear una construcción distorsionada, falseada del ser humano despojándolo, desterrándolo de su esencia, invisibilizar su dolor sus problemas su propia historia, excluyéndolos totalmente de una sociedad que ya es excluyente y altamente clasista. Busca  anular o alienar su ser para meterlo en una bolsa común en donde desaparezca completamente, primero, de la sociedad y luego de su vida. “Lo que no se nombra, no existe”. Si los problemas de las personas no se mencionan, no existen, si los muertos durante las protestas no se mencionan, no existen. El llamar a los manifestantes de forma antojadiza y casi enfermiza de “izquierdistas” en vez de sentarse a escuchar sus problemas es un acto de violencia y en eso no hay dobles lecturas: es violencia. Me preocupa escuchar en pleno siglo XXI este tipo de aberrantes consignas que tanto daño han provocado en nuestra Latinoamérica, y que solo perpetúan el dolor de personas que ya han sufrido mucho y que solo buscan una mejor forma de vida para ellos y sus familia. Incluso en las redes sociales ya circulan algunos avisos que dicen “El que sigue hablando de izquierda o derecha es porque no ha entendido nada”. Solo espero que el Presidente deje de buscar enemigos externos o internos para proteger sus propios intereses, que deje esa paranoia irresponsable y que ojalá no termine viendo, como su esposa, “invasiones extraterrestres”, porque de otra forma, que Dios nos pille confesados.


Photo by: Carlos Figueroa © Protestas en Chile de 2019, Plaza Baquedano, Santiago, Chile

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