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Chica-combi

BUENOS AIRES: Me despierto, apago la alarma y duermo un rato más. Me quedo dormida y salgo de la cama de un salto. En cinco minutos, que seguro son menos de cinco, me visto con una camisa y un pantalón negro que están por ahí arriba. Salgo de casa sin desayunar. Me olvido el celular, vuelvo a buscarlo y salgo de nuevo. Camino unas cuadras y me tomo la combi. Yo soy una chica-combi. Podría tomarme el tren que es más barato pero estar atenta a que la masa de gente no me aplaste en el movimiento de subir y bajar del tren cuando llego a Constitución, no es lo mío; prefiero la combi.

Vivo en Lomas y trabajo en Capital, viajo mucho, todos los días, desde hace cinco años. A veces esto me genera algunas crisis porque nunca termino de conocer bien Lomas, siempre hay un restaurant nuevo o un negocio que nunca vi pero que está ahí hace meses. Tampoco me siento porteña porque no sé los nombres de las calles, qué colectivos llevan a qué parte, o cuáles son las actividades culturales del fin de semana. No soy ni de acá ni de allá, la combi es lo del medio y yo soy una chica combi.

Elijo el asiento individual y bajo el respaldo, siempre a la misma altura. Subo el apoya-brazos y dejo la cartera en el piso sujeta entre mis piernas. Me acomodo para el viaje de una hora que me espera. Una hora si tengo suerte, porque si hay paro de transporte o si se queda parado algún camión, entonces es más, es una hora y media con suerte. Lo bueno es que cuando me subo a la combi, el reloj se para. No hay más nada que hacer, sólo esperar a llegar y ahí caminar bien rápido esas cuatro cuadras hasta la oficina para compensar los minutos de retraso.

Paso mucho tiempo arriba de esas heladeras gigantes manejadas por hombres que parecen iguales al resto pero que, en realidad, son superhéroes encubiertos. Su súperpoder consiste en maniobrar entre carritos tirados por caballos, fletes y autos manejados por viejas, todo por Pavón (importante arteria del sur del Gran Buenos Aires) a una velocidad supersónica. Y siempre salen ilesos, o casi. Una habilidad digna de ser considerada un arte. Pavón antes era una avenida tranquila, pero si hoy la viera mi abuela susurraría con voz de vieja indignada que Pavón ya no es lo que era. Ahora, llena de pozos y sin semáforos, es el monumento perfecto a la decadencia del conurbano bonaerense. Así está el país, diría enojada.

El chofer-superhéroe pone bachata. Conozco este tema, ya viajé con él. Sí, sabe todas las canciones y las canta en voz alta como si además de manejar su obligación fuera darnos un show a las siete de la mañana. Escucho al del asiento de adelante cantar el estribillo. Pasajero vitalicio, como yo que llevo escuchado desde rock nacional y cumbia santafesina hasta Luis Miguel y la discografía completa de Arjona. Todo es parte del mundo combi.

Saco un libro. Leo un cuento, lo termino y recién vamos por Lanús. Ahí Pavón es un embudo, las maniobras más riesgosas de todo el recorrido. Pero el chofer-superhéroe en cinco minutos supera la zona y me relajo. Sigue la bachata y él sigue cantando; el de adelante esa no la sabe. El gordo empieza a roncar, duerme como si se hubiera clavado cinco porrones de cerveza. El de atrás respira con la nariz llena de mocos. Me olvidé los auriculares cuando volví a buscar el celular. Quiero llegar. Intento cerrar los ojos pero no solo no me duermo sino que, con los ojos cerrados, los sonidos que emiten esas diecinueve personas se intensifican. Los pies patean el piso. Las manos se golpean contra el apoya-brazos. El tic-tac de la luz de giro. Las bocinas de Gerli. Un bostezo. Las pestañas abrirse y cerrarse. Todo al ritmo de la bachata y él cantando y la vieja tosiendo, el nene llorando. Y la lluvia contra el vidrio.

Llueve y me relajo. La lluvia me gusta, es para dormir. Y con las gotas contra el techo de chapa y los ojos cerrados desde hace un rato, me quedo dormida. Y sueño que ya no escucho la lluvia, que ya no escucho nada. Hay mucha luz, un rayo me da directo en los ojos. Hago un techo con mi mano sobre la frente para darme sombra. La luz es del sol y estoy acostada mirando el cielo, pero no sobre el piso que es de arena blanca. Estoy flotando, sí, en una hamaca colgada entre dos palmeras. Miro a un costado y el agua y el cielo están divididos por una línea recta perfecta y más oscura, el horizonte.

El mar transparente remueve la arena en la orilla. Estoy desnuda. Miro a todos lados, la playa está desierta. Mi pelo, más rubio y largo que nunca, está húmedo y salado como si hubiera estado en el agua. Al sol, mi piel brilla como si tuviera esparcido un aceite. Las palmeras se mueven. Hola, escucho pero no veo a nadie. Hola acá, somos nosotras. Busco y nada. ¿Palmeras, son ustedes? Al fin, nena, dice la palmera gorda. Ella te quería preguntar si nos podés llevar a la Luna con vos, dice con voz de pito la palmera flaca. Calláte tarada, dice la gorda. ¿Para qué quieren ir a la Luna chicas?, les pregunto. Todo es mejor en la Luna, me dicen las dos enojadas. Hace calor y quiero meterme al mar. Chau palmeras, les digo y ellas siguen discutiendo.

De repente siento un golpe, un sacudón en el cuerpo, y estoy encerrada en un espacio frío y oscuro. Escucho agua, es lluvia, alguien tose, no estoy sola, hay alguien más en la playa. Tengo miedo. Vergüenza. Pero no, no estoy desnuda, tengo puesto un pantalón horrible y una camisa. Mis manos están blancas, tensas: estoy en la combi.

Por qué me desperté. Quién fue. El gordo que roncaba también se despierta pero de su propio ronquido y la vieja del fondo no para de toser. Llueve más que antes, diluvia. El vidrio está empañado y lo limpio para ver qué está pasando. Ahora entiendo, me desperté por los gritos de los pasajeros asustados por el caudal de agua que corre por las veredas. Las calles están inundadas y la combi parece una lancha que está atravesando un río lleno de mugre. Seguimos en el conurbano; hay autos flotando a nuestro alrededor y los vecinos de avellaneda miran con expresión apocalíptica desde las ventanas de sus casas. Pavón está irreconocible. Así está el país, diría mi abuela.

Y yo cierro los ojos, me concentro en los ruidos y sueño.

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Fabian
Fabian
8 years ago

Muy buena historia! refleja todo lo que le pasa a la chica-combi, que se asimila a los viajes en tren, omnibus y/o avion, que hacemos muchas veces en nuestra vida, sin tener la responsabilidad de conducir.

Belu
Belu
8 years ago

Genial!! me encanto 😀

Lorena V. Giglia
Lorena V. Giglia
8 years ago

Viajar a Capital: tan triste como real. Pero vos lo transformaste en una peli surrealista que me encantó!!!

Begoña
Begoña
8 years ago

Eres capaz de unir esa parte real de la imaginaria , sin saber donde empieza y termina cada una una!!!
Me encantaaaaaaaa!

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