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Ceviche de cucaracha: “El matrimonio de los peces rojos” de Guadalupe Nettel

Desde el título, El matrimonio de los peces rojos, se intuye el estilo lírico pero claro y fluido de Guadalupe Nettel que va a dominar los cinco relatos del volumen que recibió el Premio Ribera del Duero (Páginas de Espuma, 2013). El epígrafe de Plinio el Viejo “Todos los animales saben lo que necesitan, excepto el hombre” no deja duda, junto a las primeras líneas y la contraportada, de cuál será el rol de los animales. Esta premisa sencilla de colocarlos como la encarnación del conflicto ha sido especialmente explotada por el relato contemporáneo, como en David James Poissant, cuyo libro reseñaré pronto.

En el cuento homólogo, un conflicto de pareja se vierte sobre dos peces que son de una especie muy agresiva para compartir acuario. No hay ingenuidad en ello, la protagonista dice “son como un espejo que refleja emociones o comportamiento subterráneos” (p. 16) y al estar decidido el objetivo del relato, solo podemos esperar como se cumple sin necesidad de trucos de baraja. La mentira y el humo le sirve a los magos, no a los escritores. Sabemos que la parejas se consumirá como los peces, pero como esperamos el final con una prosa acompasada, limpia y con destellos de una sutil poesía como de haiku (el pez muerto flota como un pétalo de amapola), no tenemos problema para deleitarnos.

Es seguido por Guerra en los basureros, donde el significado recae en cucarachas, pero aquí la relación es más compleja. Aunque el niño abandonado en casa de una tía se proyecta a una cucaracha huérfana, el relato va más allá. Una infestación de cucarachas da pie a ciertos cuestionamientos como ¿quién es la verdadera plaga? y ¿puede considerarse a un animal tan sucio como sagrado? Todo esto se explora a través de la estética de lo extraño, donde existe una atmósfera de pesadilla cotidiana entre los insecticidas ineficientes, el ceviche de cucaracha y una anciana que vaticina mala suerte a quien coma de este insecto.

En Felina se repite el patrón narrativo del primer relato, nada más que la pareja de gatos son más bien una forma de estudiar la soledad de la protagonista. Ya a estas alturas de la lectura se puede ir distinguiendo que el espejo no es un reflejo fiel, porque la maternidad va a ser asumida de forma diferente entre la gata y la solitaria protagonista.

Asimismo, Hongos (único donde no hay un animal) resulta una especie de oda a las taras tanto físicas como morales. El hongo tiene que esconderse, pero en la soledad puede disfrutarse sin vergüenza. Una comparación bastante transparente con el adulterio y probablemente con la sexualidad en todas sus formas.

El último relato trae la mejor y más universal apreciación del libro. La serpiente de Beijín es choque cultural porque el reptil es la regeneración para los orientales y para las raíces semíticas de occidente, el diablo que ha entrado a la casa. Ahora bien, el lector puede elegir leerlo bajo los símbolos chinos como una fábula de redención o como parábola cristiana de la caída en la tentación y su castigo correspondiente.

Quizás lo que más resalte, lo que logra que la mexicana sea una propuesta fresca dentro de la literatura animal-humano, no es tanto su buen manejo del ritmo, el tiempo o lo extraño, sino la melancolía y sensibilidad casi gótica de sus personajes. Parece pintura fresca ante el cinismo personal de nuestro siglo.

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