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Censura

Del vientre del Hipódromo en Sultanahmet, nace el Obelisco de Teodosio, escultura egipcia para enaltecer a Constantinopla, mucho antes de que fuera Estambul. En la base del obelisco están esculpidos cuerpos humanos. Muchos cuerpos, pero sin rostro. El tiempo les robó su identidad, les privó de humanidad.

Turquía no es como sus vecinos. En contraste, disfruta de cierta tolerancia religiosa pero, al igual que sus homólogos en occidente, maneja con la misma destreza las estrategias de represión que habitan bajo el velo de la democracia.

Y así, bajo este pañuelo político se oprimen a minorías, quienes se transforman en piedra, cuerpos sin rostro. Solo debemos recordar la trifulca que se suscitó en el parlamento en mayo. Eso que para ojos occidentales parecía una reyerta, se consideró un atentado al partido HDP, el representante de los kurdos y demás minorías. La medida que ocasionó la riña privaría al HDP de su derecho a la inmunidad. Sus miembros quedarían expuestos. Expuestos y censurados.

“!!Teşekkür ederim, Güle Güle, Merhaba!!” Ahora camino por la avenida İstiklal, ahora camino de la mano de Mustafá, porque aquí se puede mostrar afecto a un hombre, pero no amarlo. Entonces las pieles unidas subliman aún más el afecto. Mustafá canta con la voz de Dios y por los ojos se le desborda el cielo. Me encierro en su sonido y por un segundo me convierto en ciudad. “Algún día quiero tomarle la mano a un compañero y caminar por la Mezquita Azul”, dice. Son mis ojos los que ahora se desbordan en cielo.

He aquí el problema: la censura te priva de los derechos más básicos: independencia, idioma, identidad y de vez en cuando, desbordarse en amor y llanto. Mustafá, algún día caminarás tomado de la mano en la mezquita. Los miraré con alegría desde donde esté.

Cierro los ojos y veo la ciudad, İstiklal, Cihangir, Karaköy y Ortaköy. Pero lo que escucho es tu canción, Mustafá, en mis oídos.

A esa nadie la censura.

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