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sergio marentes
Photo by: Ted Eytan ©

Cementerios somos

El último humano del que se tiene registro que haya sido invisible no existe. Y no porque no exista sino porque no existe el registro. Y es apenas lógico, no sería posible saber si, por ejemplo, ahora mismo, quien escribe esto o quien lo lee es invisible y no quiere que nos enteremos de que somos ciegos. No sabemos tampoco si nos gobierna alguien sin forma, que está todo el tiempo frente a nosotros, o detrás, pero no podemos verlo con nuestros ojos ni tocarlo con nuestras manos. Y en cuanto a las cosas, bien lo sabemos, hoy en día, y cada vez más, lo que no se ve no existe, aunque, paradójicamente, lo que está en Internet no lo vemos. Eso, y que, según acabo de leer, el noventa y nueve por ciento de Internet está muerto. No exactamente muerto, pero sí es una especie de zombi que permanece deambulando sin pausa. Todos esos blogs, esas páginas gratuitas y similares, correos electrónicos que abandonamos y que creamos todos cuando empezamos a usar Internet ahora no son más que casi la totalidad de un cementerio al que nadie asiste, ni siquiera a llorar por el futuro que era lo que hoy es el presente.

Y entonces, luego de leer esa extraordinaria noticia, me dispuse a rastrear todos mis muertos en Internet y, luego de un par de semanas de investigación, vine a enumerarlo porque no pude evitarlo.

Hallé un total de veintinueve cuentas de correo electrónico distribuidas en siete plataformas de todo el mundo; cuatro de ellas ya no existen, y una de ellas está en liquidación. Diecisiete blogs en las diferentes plataformas en las que pudo hacerse; casi todos relacionados con literatura, dos de ellos, a los que nadie tuvo acceso. Sin contar mi cuenta personal actual, treinta y tres cuentas de Twitter en donde desarrollé diferentes actividades literarias y sociales; quince de ellas fueron manejadas por personas y empresas a las que les vendí o les cedí los derechos. Cuatro perfiles de Facebook falsos, porque no tengo cuenta allí desde hace un par de años. Tres cuentas en Instagram vacías. Y, para finalizar, si es que esto lo finaliza, trescientas setenta y siete cuentas de usuario en cuanta página, empresa, red social, corporación, fundación, plataforma de entretenimiento, sitio de apuestas, institutos, entidades estatales y demás hubiere, y de las que, calculé, provienen, aunque hayan provenido de mí en principio, alrededor de catorce mil contraseñas que, vaya a saber el hombre invisible que escribe esto, ya fueron descifradas por el algoritmo mayor. A lo mejor me faltó tiempo  en el presente para buscar, o me sobró para invadir Internet en el pasado, vaya uno a saber, pero lo cierto es que me queda el futuro, para crear más y más tiempo con todo lo que escriba.

De regreso de la tierra de los zombis tengo que decir que ahora sí, y para siempre, sé que soy invisible porque ni siquiera yo mismo puedo ver a todos los que soy.


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