Caminando por la playa ancha después de haberme bañado en el mar, me encontré con cientos de cangrejitos rojos, de altos y grandes ojazos negros. Salían de sus túneles en la arena y recorrían la playa. Cuando yo me acercaba corrían de medio lado a esconderse en el huequito más cercano. Parecía que jugaban “Escondido” conmigo.
Recordé las noches de infancia cuando mi papá nos llevaba a mis hermanas, Anto y Xinia, y a mí a «cazar cangrejos» en las cercanas playas de Tárcoles. Nuestro instrumento de cacería era un foco o linterna. Caminábamos por la playa oscura bajo el cielo estrellado, iluminándola con el foco. Cuando nos topábamos a un cangrejo explorador, éste se encandilaba con la luz y no se movía. Se quedaba quieto hasta que retirábamos la luz. Entonces el cangrejo continuaba y nosotros también. Así nos enseñó nuestro papá a cazar experiencias sin causar daño.
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