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Casa en tránsito

(Para esta primera parte la música recomendada y con un guiño de ironía: «Empire State of Mind» de Alicia Keys )

Dibujo sobre el mapa los nueve puntos que señalan los lugares donde he vivido desde que llegué a la isla. Trazo las líneas que unen estos puntos para indicar mis trayectos. Me invento, en el recuadro de las convenciones, dos que me son propias: justo en medio de la línea marrón “FREEWAY” y el cuadrito rojo “POINT OF INTEREST”, hago mi línea “DESPLAZAMIENTO VOLUNTARIO” y, un poco más abajo, una punteada,  “FUGA”.  Veo que han sido dos movimientos de naturaleza distinta los que me han llevado de un lugar a otro en esta ciudad: el que ha nacido del deseo y el que ha surgido de la necesidad de huir. Así, el mapa de los cinco “boroughs” (Manhattan, Brooklyn, Bronx, Queens, Staten Island) se va habitando de rayas y más rayas, de caminos de idas y venidas que manifiestan dos fuerzas contrarias: ser acogida y expulsada, amoldarme y removerme, estar presente y desaparecer. A medida que trazo descubro algunos de los mecanismos que me han permitido conquistar, o mejor diría, sobrevivir, a estas pulsiones de las heladas y otras veces incandescentes tierras del norte: improvisar cuerpos, entrar y salir de neurosis y órdenes transitorios, empacar y desempacar maletas con una habilidad creciente y aprender a despedirme, de manera moderadamente sentimental, de cactus, ventanas y perros ajenos. Reconozco, además, que he ejercitado la indispensable habilidad de no irritarme frente a las preguntas que me seguirán haciendo mis potenciales roomates: who are you? do you work? do you spend too much time at home? do you eat animals? does your hair fall quite regularly in the bathtub?. (Suelo responder para mí misma que en realidad, y la pura truth, sí, se me cae el pelo por todas partes, a veces se me dañan las cosas y como, con gusto, animales). También admito que me he permitido ciertos rituales de despedida en el lapso de tiempo que suele demorarse en llegar el camión del trasteo lleno de mexicanos amigos que me preguntarán de nuevo ¿otra vez se muda señorita? y que esto ha aliviado un poco las salidas. En suma, puedo decir que he  aprendido a entregarme, con una extraña mezcla de escepticismo y de fe sin religión, al juego del apego y el desapego, al ritmo incesante de armar y desarmar lugares. If I can make it here, I can make it anywhere, todos pasamos por momentos jodidos en Nueva York, that’s what they say. Así comienza, señoras y señores, “mi love story”, como diría mi amado escritor Bohumil Hrabal; mi love story en construcción sobre puntos, líneas y vacíos donde ha ido creciendo mi casa. La casa crece adentro. Compartiré con ustedes, con la inevitable ficción de la memoria y algunas sugerencias musicales, intuiciones, imágenes y personajes de estos tránsitos por los nueve hogares, de esta pregunta por los hábitats que uno inventa, que uno ama y desama entre las cosas. Habitar y deshabitar: Habitarse y deshabitarse. El espacio respira. Aquí un primer esbozo:

 

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La cuarta casa 

Lefferts Garden Avenue, Brooklyn,  11225. Comienzo del invierno.

(Música recomendada: Gymnopédie No.1 de Erick Satie)

La ventana me propone el recuerdo de mi propio sueño. Da a un muro blanco descascarado. Cada uno de los espacios donde la pintura se ha perdido deja ver manchas de color carne. A mí se me antojan mapas del cuerpo de la otra casa. Mapas de continentes imposibles, de tierras que pudieron haber surgido de la pangea con la que todo comenzó. Pero no surgieron y dejaron allí los rastros para que yo me los imaginara. Siempre pienso, por las mañanas, que me hubiera gustado haber nacido en ese continente junto al marco de la ventana. Sí, me hubiera gustado haber nacido allí y haber conocido, en ese lugar, a la mujer que vive al frente. Es de Guinea, mantiene cerradas las cortinas y canta. Lo hace cada día después de las seis de la tarde. Y pone algo de jazz, de mambo o de Satie, a veces. Me la imagino bailando, invocando a sus muertos. Supe de dónde venía cuando intercambiamos algunas palabras hace unos días. Bajé a fumarme un cigarrillo y la vi barriendo cautelosamente las hojas que se acumulaban en el garaje vacío. Cuando empezó a hablarme de lo cálido que era el clima donde vivía, de los vestidos de flores estampadas con los que salía a la calle con sus hermanas, de su padre y su obsesión por el mar, es algo que incluso nos llegó a preocupar cuando nos dimos cuenta que no hablaba de otra cosa, empecé a escuchar también sus gestos. Estaba fascinada con la manera como se movía. Su cuerpo me estaba contando otras historias, todavía indescifrables, como los mapas del muro. Ahora mismo la veo salir de su casa y caminar sin mirarme hacia la estación del tren. Lleva un vestido púrpura, sin ninguna flor, y unas botas negras para evitar los desastres del invierno.

Ahora que cruzó la esquina y ya no la puedo ver más, resuelvo volver a mi oficio: reinventar el sueño de la noche anterior. No es un acto sencillo. Miro hacia abajo y me quedo contemplando, con la paciencia de un taxidermista, el camino estrecho de grama. Quiero hacer surgir de ese camino que me separa de las vidas que se agitaban en la otra casa, la vida misma del sueño.  Después de un intenso esfuerzo logro extraer un canal de agua rodeado de una larga fila de muros y ventanas, en un extremo, y de jardines con pequeñas colinas, en el otro. Cada colina sostiene un animal vigilante, un paquidermo que no alcanza a ser ni hipopótamo, ni elefante, ni jabalí, sino algo que está a punto de ser todos esos animales a la vez, como una masa compacta e indecisa. Luego de quedarme mirando una a una a esta especie de esfinges salvajes, recuerdo haber sentido el impulso de arrojarme al agua. Lo hago y cuando salgo a la superficie veo casas pequeñas de madera flotando a mí alrededor. Todas ellas viajan hacía un mar rojo que se abre al final, lejos, donde el último muro es solo una línea blanca contra el cielo. La corriente juega con mi cuerpo y lo arrastra con todas las casas que se deshacen y se hunden, para luego emerger y articularse de nuevo, mientras la corriente crece y acelera su curso.

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