Así a pedazos. El agua corre.
“Sin la casa el hombre es un ser disperso”
Poética del espacio. Gastón Bachelard
Música Sugerida: Amazonia de Philip Glass
Que corra el agua. El agua contenida en marejadas. Se levanta, resiste, en las noches cae. Perseguirla, así, desde los tanques que crecen de óxido y acero sobre los techos, hasta las visiones que puedan traer. De Long Island City al costado occidental de Manhattan, ese fue el desplazamiento hasta la tercera casa. Con la misma fuerza de los tanques que bombean el preciado líquido hasta arriba, subí, después de haber atravesado, con una sola maleta, uno de los muchos puentes. Allí un nuevo lugar de paso y la casa de antes desprendiéndose atrás, como una piel antigua. Upper West Side me recibió cuando la boca del verano apenas se abría y luego, más días y noches, cuando regresé de mi país. La visión de los tanques es la que recupero. Y la sensación de dejarse ir a los lugares a donde el agua corre. Es ella, ella la que aparece suspendida en monumentos de temor al fuego, junto a las escaleras fronterizas entre el aire y los muros. Escaleras de huir. Tanques de despegue. Todo fugas. Y desde arriba, llegar al techo para inventarse otra visión: la de la piel que se confunde con la ciudad abierta. Cada mañana música y frutas en ese espacio que me regaló una compañía amiga, el canto de Rachel Yamagata a la vida pasada de los elefantes y el ejercicio de intercalar duelos entre un café, salir a correr, buscar nueva casa –craigh list, apuntes, llamadas– correr otra vez. Y los tanques vigilantes del giro de todas nuestras llaves (las del baño, las puertas, la única cocina). Adentro de ellos, las mareas que suben y bajan, alimentando familias, llevándose el cansancio de los cuerpos.