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fabian soberon
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Carta de Calígula a su caballo

Hasta aquí he hablado del príncipe.
Ahora les hablaré del monstruo.
Suetonio, Vida de los doce césares

Tengo insomnio y nadie lo sabe. En la penumbra veo cuerpos que me persiguen, conspiradores que solo desean el mal. Pero no estoy solo. Tú me hablas. Por tus movimientos sé que el crimen está cerca. Se equivocan los que despotrican contra los animales. Eres mi mejor compañero. El imperio es una bestia.

Como sabes, estuve el día de la última agonía de Tiberio. Le robé el anillo de su dedo grueso. Cuando se reanimó –todos pensamos que ya estaba muerto– aplasté su cara con un almohadón para que ganase el fin. Con ese acto elemental vengué el crimen de mi padre, Germánico, y el injusto destierro de mi madre. Fui su único heredero y también el principal objeto de su odio. Tiberio me llevó a Capri para hacerme hombre. Tú sabes que me entregó a las prostitutas y que después me violó. ¿Quién me salvará de su fantasma? Aun escucho sus pasos en los pasillos.

Digo a los senadores que te nombraré cónsul, mi amado caballo. Los senadores se ríen en mi cara. Haré degollar a cada uno de los que ríen. Ellos saben que a los presos los mando a pelear con las bestias.

Dicen que he dilapidado las arcas de Roma. Mienten. Es cierto que no hay comida para los animales del circo pero el pueblo ama los espectáculos. Y los tendrá. ¿Qué otra cosa importa? Recorro las cárceles y elijo a los más imbéciles para las luchas en el Capitolio. Disfruto de ver cómo los cuerpos enfermos son devorados por tus hermanos.

Me han hablado de un soldado conocido como Amor Coloso. Es un guerrero alto y bello. Lo obligaré a pelear con los gladiadores. Y si el vanidoso soldado los vence pediré que lo azoten en público.

Odio a Séneca. Su palabra es retórica vacía y su voz arena barrida por el viento. Un arúspice me ha dicho que morirá solo, en el desierto. Maldito Séneca. Anhelo que el adivino tenga razón.

Haré colocar muchos barcos en un río. Quiero ser como el ampuloso Jerjes. Cruzaré llevado por ti frente a las huestes y pediré que toquen esa música inmunda para la gloria.

Quemaré los poemas del vanidoso Homero: han hecho mucho mal a los hombres. Si Platón desterró a los poetas de su República, ¿por qué no puedo hacerlo?

Sabes la verdad: soy un irrecuperable cobarde. Una vez fui de visita a Mesina. Después de burlarme de los maleficios salí huyendo al ver las llamas altivas del Etna.

Saqué la coraza del sarcófago de Alejandro Magno y me la coloqué sin pudor. Se burlaron. No saben lo que les espera. Tengo el arco y la flecha. Mi escudo es el insomnio. Les voy a disparar los dardos de mis desvelos.

Mi hermana Drusila es la más hermosa mujer del imperio. Con ella tendré un hijo. No me importarán los vituperios del senado ni la burla de la plebe. Será el heredero del trono. Drusila me ama más que a nadie. Haré el amor en el rojo y poblado túmulo del imperio. El placer es mi mejor espada.

Roma es el lugar más feliz del universo. No hay catástrofes ni guerra. Solo tenemos circo, prostitutas y eunucos. Y yo te tengo a ti.

Si Roma perece lo hará el día que me asesinen. Bruto eliminó a César. Augusto y los traidores han muerto. ¿Por qué no he de morir traicionado? Ya veo en la esquina del submundo las siluetas difusas que portan las espadas asesinas. El aire se llena de bronce.

Incitatus, trae la paz que no consigo.


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