Mis apreciados Carol y Julio, por fin me he permitido sacar algo de tiempo, para responder a las últimas 3 cartas que envió Carol a mi antigua dirección. Mucho ha pasado desde entonces y ahora me encuentro en un pequeño pueblo al nororiente de mi país. Estoy consternado y emocionado por la soledad que descubro. Si bien haya sido la fotografía la que me impulsó a venir, el aire frío de montaña anima mi corazón, a pesar de sentir cómo me acecha la otra vida, o quizá mi otro yo. Carol podrá hacer un análisis freudiano al respecto.
Tanta alegría me dio leerlos en esa última aventura que emprendieron de París a Marsella. Son un par de infantes, qué hermoso que lo sean. Dos exploradores recorriendo los misterios de estación en estación, dos amantes migrando a cada salto del día. ¿Cómo pueden hacerlo? ¿Encontraré algo similar? No lo sé, tampoco lo vine a buscar.
En la primera carta apenas se disponían a partir de París en su dragoncito rojo, el cual recuerdo con amor desde aquella noche en que Julio y yo, pasados de vinos, decidimos cambiar los neumáticos. Ninguno de los dos sabía qué hacer. Fue divertido hasta que apareció el policía multándonos por el escándalo. Aún no hemos descubierto cuál de sus vecinos nos desarmó la alegría. Fafner seguro lo agradece, antes de que hubiésemos pinchado una llanta o cambiado los faroles por papel celofán.
Las fotos del paradero de las alondras me han inquietado un poco, pero las palabras me tranquilizan. Me las he imaginado volando y cantando en esa perfección que inspira lo sagrado. No puedo por menos imaginar el escepticismo de Carol al pensar en ellas como si fueran fénix y no alondras. Más shakespearianas de Julio. Me sumergí en su contemplación, casi las escuchaba pasar y sobrevolarme haciendo figuras como diminutos meteoros cortando el cielo. Me hacen pensar en las golondrinas cruzando los campos de cebada en este pueblo, muy al estilo van Gogh si se evita mirar directamente los picos más altos poblados de nieve. Esto me ha impresionado. Aunque las calles parecieran deshabitadas y silban con un viento feroz, es irrefutable nombrarla como el hogar de la luz. Las tardes son particularmente bellas.
Con el sol recostado, los cerros dibujan un lindero de sombras, cercando el pequeño poblado y permitiendo que brille pálido –tan pálido cómo puede ser un pueblo– y a lo lejos las montañas rocosas. Si das la espalda a aquella maravilla, descubres en otro valle, una cadena de lluvias corriendo desde los páramos para depositarse en alguna vereda desprevenida, conectadas entre sí por puentes de arcoíris. Me reconforta, a pesar de huirle a los recuerdos de la mujer arcoíris, a quien siento cada vez más lejana.
Estoy tan solo, únicamente la luz me hace compañía. No apresuren a sacar conclusiones, estando en mi antigua vida, la soledad me acosaba con mucho pesar y amargura, pero aquí me habla de otra forma. Dando la sensación de ser todo de ópalo, brilla con mucha fuerza, lo que ha puesto mi cámara a trabajar el doble. Solo en este momento, mientras les escribo, veo una niebla cruzando a través de unos árboles, exaltada por un par de rayos de sol. Lo único que me impide detener la escritura y salir por mi equipo de fotografía, es lo lejos que se encuentra el lugar indicado para la captura. Mientras me desplazo, se iría la luz y el momento se esfumaría por el afán de mi cámara. Por lo tanto, prefiero obsequiarles ese instante con palabras.
He descubierto algo más en estos parajes. Las montañas me están llamando y no solo a cargar mi cámara y esperar en el valle el instante perfecto para que las sombres se acomoden. Algo abstracto comienza a dominar mi espíritu. Cada vez paso menos tiempo en casa y más en los campos. Con frecuencia estoy cansado, no me mal interpreten, me refiero físicamente, con tantas caminatas no le he dado tiempo a mi otro yo de tomarme por sorpresa.
Les comparto un par de retratos del pueblo y sus montañas. Al reverso escribí dos direcciones alternativas, pues el servicio postal de la zona es menos confiable que mi otra vida.
Los quiero profundamente.
Juan
P.D.
No he mencionado en el cuerpo de la carta, los achaques de salud de Julio, pues mi nueva fe en estas tierras me dicen que con tanto cariño, las cosas irán viento en popa. Y los dejo por hoy, el café está llamando, aunque no sea de muy buena calidad.
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