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Carlos Duguech

Carta a los que mandan

……….Déjenme decirlo todo,
desde temprano,
apenas asomen
las claridades anunciadoras
del alba.
Habrá tiempo de sobra
cuando empiecen mis palabras
a rodar por diccionarios
de etimologías veraces,
fundadoras
del lenguaje.

……….No habrá arcaísmos
ni contaminaciones
de otras lenguas
que sé bien cómo sirven
para el disfraz de los silencios
que no dicen nada
salvo en un inglés amortajado
o en un francés presuntuoso
o en el latín de los abogados,
el de las citas solemnes,
de los que escriben
más notas al pie
que lo propio.

……….Déjenme decirlo todo
en voz alta
aunque no habrá gritos
sólo voz en cuello
como hablando en un café
de esos en los que todos hablan
a la vez y muestran gestos
de entender y a un mismo tiempo
de discernir entre lo que les dicen
y lo que se dice,
bulliciosamente, en derredor.

……….Hablaré en voz alta,
lo diré todo
pero antes,
sí, antes que nada,
déjenme disculparme
porque nada
de lo que salga de mi boca
será placentero para ustedes.

……….Por eso, reitero,
déjenme decirlo todo,
sí, todo.

……….Será ésa la única manera
de que el ahogo halle cauce
cuando deba decirles
que valoro mi libertad,
mis sentimientos,
mis pensamientos,
en esta marejada de oprobios
que desde encumbrados sitios
nos vuelcan encima.

……….Y que no acepto humillaciones
ni mandatos.

……….Que en el territorio
de la soberanía personal
ejerzo mi derecho de elegir,
de no elegir,
de callar y de hablar,
de pensar y de cuestionar.

……….De vivir la vida,
a pleno,
mi propia vida,
ciudadano de una República
herida, desmembrada,
desbarrancada
en ominosos pozos de indignidad.

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