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Hugo Japaze

Carta a Eliseo Cantón

“El tiempo no reside en el movimiento sino en el alma” Agustín de Hipona, coincidiendo con Plotino. 

Cansado de dudar, escuché la voz de Bhagavad Gita: “El hombre es hecho por su creencia. Según cree, así es”. Yo, simplemente, creía que escribirle era mandatorio. Entonces, lo hice a la dirección de mi creencia. 

Evocado Doctor: 

Le escribo esta carta porque, ante lo que nos está sucediendo, he sentido el deber y la necesidad de acudir a usted. 

Estamos en medio de una pandemia que pone al descubierto nuestras grandes limitaciones. Usted, desde su Lules natal, vivió epidemias y estudió aspectos inexplorados del saber médico de aquellos tiempos y junto a su “Historia de la Medicina en el Río de la Plata”, en seis volúmenes, me inducen a reconocer su experiencia e idoneidad para que nos aconseje sobre esta compleja actualidad. 

Del amplísimo espectro de áreas de la medicina que usted recorrió, sumado a su extenso paso por la política nacional, surge la necesidad de indagarlo en algunos temas que nos desvelan. 

Si usted aceptara venir a Tucumán desde dondequiera que se encuentre, le formularé las preguntas que sobrevuelan a casi todos los que sufrimos en el país esta inesperada tragedia. 

Hubiera sido de educado trato por mi parte ir yo hacia el lugar donde usted está ahora; pero, como bien sabe, por lo pronto, eso no nos está permitido a los mortales que todavía andamos dando vueltas por estos lados. Aunque desconozco por qué y, menos aún el cómo, cuento con la seguridad de que leerá esta carta. 

En este momento, doctor, estamos desorientados y cargando controversias que, a pesar de los grandes avances científicos que nos separan de su tiempo, no nos permiten encontrar un horizonte por la irrupción de un virus de comportamiento bio- epidemiológico errático: el covid-19. 

Probablemente usted no haya oído hablar de este virus por lo cual es imprescindible su presencia aquí, en Tucumán, donde lo primero que haremos es ponerlo al tanto de todo lo que está pasando por estos pagos. 

Recuerdo que usted vivió, en Tucumán la epidemia del cólera en 1886 y que ayudó al doctor Domingo Cabred en 1897 para aprobar una ley fundacional sobre lo que hoy llamamos Salud Mental. Y, para agregar amplitud y reconocimiento a su dilatada generosidad, lo encuentro interviniendo en la fundación de la morgue de Buenos Aires. 

Ahora bien, si trazamos con imaginaria tinta, líneas que junten salud mental, epidemia del cólera y estudios necrópsicos tendremos un fundamento sólido para justificar esta carta de invitación y consulta que traspasa las diferencias de épocas. 

Prefiero no ocupar más espacio para justificar mi elección de su persona. Necesitamos recibir sus observaciones, opiniones y eventuales sugerencias para encarar hoy esta pandemia de covid- 19 basados en los aprendizajes de su historia personal. 

Le pido haga propicio viajar en el tiempo y, por cualquier medio a su alcance, hasta nuestro momento de larga cuarentena y tome de la actualidad lo que valore apto para ayudarnos. 

Cordialmente,
Bernardo Miguel Martínez Silva 

Su respuesta no se demoró. 

Muy Señor mío, 

Antes que nada y muy sorprendido, le agradezco su cálida deferencia y con vasto placer, viajo hacia su momento. Pero, disculpe, ¿adónde nos encontraremos, adonde me alojaré? Piense usted que hace mucho tiempo no ando por Tucumán. Le suplico me permita ampliar su generosidad y, sin ningún otro propósito que el de ensanchar mis afectos troncales, me permita visitar mi amado Lules. 

Me repito en mi agradecimiento, Eliseo Cantón.

Mi respuesta tampoco se demoró. Evocado Doctor: 

Lo recibiré en mi casa, si usted me honrara alojarlo. Aquí lo entrevistaré mientras le cebo unos mates y nos castigamos con una tortilla al rescoldo. 

En cuanto a visitar Lules, permítame acompañarlo, entre otras cosas porque no me perdería ver su rostro cuando visite el hospital que lleva su nombre como prueba de que no lo hemos olvidado. 

Cordialmente, 

Bernardo Miguel Martínez Silva 

El tiempo que estuvo entre nosotros lo dedicó a analizar la realidad de nuestro presente con la minuciosidad de un semiólogo médico como lo que había sido en su paso por la vida académica en la Facultad de Medicina de la UBA. 

Me preguntó de todo, leyó cuanta información dispuso, se sorprendió ante las enormes novedades de la tecnología. Y, particularmente, me conmovió su rapidez para aprender tantas cosas en tan variados temas y en poco tiempo. Su capacidad de asombro y curiosidad explotaron en mí una admiración conmovedora hasta el punto que, pensé, debí haber recurrido a él mucho antes. Visitamos algunos lugares con altos índices de contagiosidad donde mostró una energía difícil de seguir. Creo que solo cuando se sintió readaptado a nuestra realidad temporo- espacial recordó el motivo de mi invitación: ¿Cuándo empezamos a conversar? De inmediato, él mismo se contestó, cruzando ambos brazos contra su pecho, “le propongo que empecemos ahora mismo”. 

¿Cuánto se puede prolongar una cuarentena? 

La duración de una cuarentena, por encima de cualquier circunstancia epidemiológica y del agente causal, no debe durar más allá de las cuatro o cinco semanas contadas desde el día que comenzaron las restricciones severas a la libertad de la vida cotidiana. 

¿Por qué, doctor? 

Porque un gran sector de la gente, de las familias y de la vida social se resienten cuando las cuarentenas se prolongan más allá de lo que marca una evaluación integral del costo beneficio. 

Eso es, precisamente, lo que está pasando ahora. Me gustaría un ejemplo. 

Si, por supuesto, recuerdo que, durante la epidemia del cólera en Tucumán, las restricciones llevaron al desabastecimiento y se desató un circuito perverso de hambre y muerte. 

No olvide que coartar la libertad como don esencial de la persona humana, aunque sea por un tiempo acotado, produce rechazo y, si se prolonga demasiado, le sigue la rebelión en el marco de una anarquía difícil de predecir en termino de daño y duración. Imagine usted que, si a esa restricción se le añade la inevitable incertidumbre, los cimientos mismos de cualquier condición social se desvanecen. 

Lo mismo pasa si no se comunican los esfuerzos que se llevan adelante, resultados de cada etapa y un cálculo aproximado del final de la cuarentena. Y, de no menor importancia, prolongarla más allá de lo que cada sociedad puede resistir, dificulta impredeciblemente su reconstrucción. 

En síntesis, la duración de una cuarentena depende del aguante social y de la confianza que las medidas tomadas por el poder vayan prodigando. 

¿Una cuarentena progresiva, seleccionando focos y picos de contagiosidad, racionalizando recursos, aplicando conocimientos y aprendizajes de campo, son aplicables? 

Por cierto, que sí. 

Asumo, como me acabo de informar, que estamos sin vacunas y sin tratamientos. Entonces, la respuesta es sí, insisto; pero con indicaciones consensuadas y lo antes posible. Es decir, de trabajo interdisciplinario integrado por los mejores profesionales y a la espera de la reacción positiva o negativa de la población. 

Ahora bien, debe haber una indispensable convergencia ética entre quienes asesoran y los que tienen el poder de decisión. Sin esto nada puede llegar a buen puerto porque la probabilidad de error es inconmensurable. 

¿Podría desarrollar un poco más esta última respuesta, doctor Cantón? 

Como no. Esta vez me tomará un tiempito responderle. Gracias a Dios, veo que usted me aguanta. Debo confesarle que estos bizcochitos calientes untados con mantequilla y arrope de tuna me están volviendo loco. 

Gracias, doctor. Es un honor, tenerlo aquí en mi casa y un placer escucharlo. 

El que le agradece soy yo, Bernardo; sigamos, entonces. 

Las autoridades que deben tomar y ejecutar las medidas restrictivas de una cuarentena deben situar el bien común y la vida como valores superiores; por el contrario, el agotamiento social se acelera. El bien común que apunté no debe ser otra cosa que el equilibrio entre las expectativas epidemiológicas, el daño psicosocial relacionado con la economía, la vida familiar y personal. La aclaración que usted me pide se sintetiza en una sola palabra que ya he mencionado: equilibrio. 

Si los responsables políticos no dan ejemplo y testimonio de este equilibrio, la confianza en ellos se deteriora con la velocidad y la fuerza de la tropilla espantada. Si aquellos que ejercen el poder no administran bien una cuarentena en los momentos de las opciones duras, el pueblo ejecuta una sabiduría misterial que los condena. 

Es decir, no hay mal menor o bien superior. Hay una realidad de enfermedad y de muerte que obliga a una sagacidad ética que controla el mal que produce el virus y los efectos sobre los que no están infectados. Cuidar, es sinónimo de ética en acción. Dicho esto, vale la pena citar el apotegma de Osler, enunciado en Ecuanimidad: “Cuidar al que cuida, pero también a los que no padecen la enfermedad que, con sus acciones solidarias, son los que luchan verdaderamente contra el ataque epidémico”. 

¿Qué le debe exigir la ciudadanía a la política en momentos de cuarentena? 

Lo mismo que la ciudadanía debe exigir siempre: honestidad, gestión y responsabilidad. 

Pero ahora, en cuarentena, a velocidad extrema o secuencial como he leído que le llaman ahora. Sin perder los roles que deben cumplir el gobierno y la oposición. Los opositores, deben extremar hasta el cenit los controles, tanto los presupuestarios como los republicanos, para vigilar a los corruptos que son saqueadores oportunistas y, para colmo, psicopáticos. No se olvide que “el diablo siempre mete la cola”. La obligación del gobierno es de gestión y diálogo con las instituciones del Estado y una comunicación permanente con las gentes utilizando todos los medios disponibles. 

¿Qué le debe pedir, en ese ámbito de respeto a la libertad, el gobierno a la ciudadanía? 

“Ciudadanía” es un concepto muy amplio y heterogéneo, pero en situación de pandemia podemos acercar algunas sugerencias. Un gobierno digno debe pedir confianza y si la recibe no tiene otra posibilidad que exigir responsabilidad y autoexigencia para el cumplimiento de medidas sanitarias que siempre suelen ser antipáticas. Deben escuchar al pueblo, no solo a través de sus representantes en el Parlamento sino además a los ciudadanos en su totalidad. Alternativa esta última posible con la tecnología de comunicación con que cuenta hoy la humanidad y que no sin sorpresa grata veo desarrollada. 

Recuerde que muchas enseñanzas médicas vienen desde la gente común y corriente. No olvide que, como en la relación médico- paciente, la aplicación de los indicadores científicos solo tiene éxito si se valoran los sentimientos y los intereses a la vez. 

Los pueblos, como es obvio, tienen sentimientos e intereses y marcan con exquisita sensibilidad lo que pueden y lo que no deben hacer. Y también debemos tener en cuenta la extensa variabilidad de la realidad humana que la antropología estudia, además, durante los periodos de tragedia e incertidumbre. De esto nace lo que el gobierno le debe pedir al pueblo: y lo digo otra vez, de manera enfática: ¡responsabilidad para cumplir, a pesar de lo que de una epidemia se ignora, con los aportes de las ciencias que deben ser convocadas! 

¿Cuántas ciencias deben integrar un consejo de asesores en una pandemia? 

Tantas como la realidad indique. Para no cansarlo, porque este es un tema muy vasto, le tiro un ejemplo. Durante una pandemia un experto en urbanismo puede resultar muy útil para la toma de decisiones en focos poblacionales detectados. Parece impensable, pero es así. 

Si las medidas fracasaran o los rebrotes acosaran más allá de lo soportable por las personas y la sociedad, ¿Cuál sería la situación? 

Espero que eso no ocurra. Ruego que vacuna y tratamiento aparezcan pronto. No lo dudo, el avance científico-tecnológico logrado, avala este anhelo. Pero si este deseo mío, no me fuera concedido, habrá que soportar un enfrentamiento entre la distopia según John Stuart Mill con perfiles apocalípticos contra lo utópico relacionado con la esperanza a lo Tomás Moro. No debo ocultarle que, en el contexto de su preocupación el factor tiempo, tirando muertos, será una respuesta inexorable. 

Bueno, doctor Cantón, por hoy es suficiente. La pasé bien y no quiero cansarlo más de lo que ya lo hice. Vamos a Lules, allí le esperan algunas sorpresas. 

En el camino no pude resistir una no tan cholula e irresistible curiosidad. 

Doctor, ¿cómo es Allí donde usted vive ahora? 

Eso no lo puedo decir. 

¿Por qué? 

Porque Allí, adonde ahora vivo, esa pregunta no existe. 

Asombrado y agradecido por esta visita anhelada, no pude reprimir el aflorar silencioso de una curiosidad inquietante: ¿habrá algo en común entre la actual Vida de Cantón con la que ahora vivimos aquí nosotros? 

No sé, exactamente, lo que pasó cuando nos despedimos. Solo alcancé a escuchar que me dijo: “vaya tranquilo, Bernardo. Yo me quedo aquí y luego regresaré, como vine, por mis propios medios”. Entonces, se dio vuelta, y sin mediar un segundo, empinó hacia la Quebrada de Lules. 

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