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Carolina Sánchez
Photo by: Josue Rodriguez

Carolina Sánchez: trazar la geografía

Bogotá, Colombia. Filósofa y magíster en literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Carolina Sánchez fue editora y co-fundadora de la editorial colombiana independiente El lobo está en el bosque. Escribe poesía, narrativa y ensayo y ha publicado sus textos literarios en revistas latinoamericanas y españolas como Corónica, Matera, Poesía, Otro páramo, Temporales y Zéjel. Fue seleccionada para participar en The Americas Poetry Festival of New York 2019 y en el programa de poesía de la Feria Internacional del Libro de Nueva York, en el Instituto Cervantes (FILNYC 2019 y 2020). Es la autora del poemario bilingüe Viaje / Voyage (Ultramarina Cartonera & Digital, 2020) traducido al inglés por el poeta Ariel Francisco. Actualmente adelanta un doctorado en estudios latinoamericanos en la Universidad de Rutgers, New Jersey.

 

Heidegger afirma pensando en Hölderlin sin duda alguna: «El lenguaje es la casa del ser». Eres poeta y filósofa, una combinación que considero bombástica, ¿cómo crees que ambas disciplinas se relacionan y dialogan entre sí? ¿piensas que la poesía contamina tu sentir filosófico y viceversa? ¿Cómo la poesía y la filosofía nos permiten generar más luz y también oscuridad acerca de significantes como «lenguaje», «casa» o «ser»?

Esa oración de Heidegger me gusta mucho y me parece un marco muy sugestivo para pensar cómo se cruzan los caminos de la poesía y la filosofía. Ambos autores reflexionan sobre el lenguaje y su capacidad de crear mundos. Para mí, tanto la escritura como el pensamiento filosófico tienen como punto de partida un no saber y un no ser, y estos vacíos generan un impulso, un deseo o movimiento, que lleva a hacerse preguntas y dirigirse a eso que no se conoce, pero que interpela, genera curiosidad y reclama un espacio. Pienso que la poesía y las reflexiones filosóficas rodean este espacio, lo merodean y tantean sus significados con palabras y silencios. Este no saber y no ser nunca se agotan ni se vislumbran del todo, sino que conviven con aquello que se alcanza a entrever. El lenguaje es una de las experiencias en las que se originan nuevas formas del ser, esto es, nuevas formas de existir, sentir, de pensar o de vivir. El lenguaje es la casa de estas experiencias, en el sentido que es uno de los espacios donde se materializan y se intentan traducir en palabras. Como el lenguaje está en movimiento es una casa que viaja y que es habitada por muchos: por quienes escriben y por quienes leen en distintas épocas y lugares. Estas personas que recorren y habitan los textos y sus preguntas posibilitan que los textos sigan en movimiento y nuevos sentidos se sigan revelando. Para mí es importante que cierta oscuridad permanezca porque este misterio y esta imposibilidad me motivan a escribir y pensar.

 

Cuéntanos un poco sobre tu poesía, ¿cómo piensas que salir de Colombia te ha enriquecido poéticamente? ¿Sientes tal vez el tránsito de poeta colombiana a latinoamericana en los Estados Unidos de América? El 2020 es un año difícil y peculiar, ¿cómo sientes que en lo poético este año te ha marcado, en términos de lecturas, escritura y transmisiones?

Vivir fuera de mi país me ha generado un extrañamiento y una sensación de no lugar que he intentado explorar en mi escritura, como una distancia que me hace percibir mis palabras desde otros puntos de vista. Además, cuando llegué justo estaba escribiendo sobre viajes entonces hubo cierta conexión entre lo que estaba viviendo y escribiendo en ese momento. Siento que el tránsito de ser una escritora colombiana a una latinoamericana ha ocurrido sobre todo a nivel de lecturas. He descubierto nuevas escritoras y pensadoras de otros países latinoamericanos y me he hecho más consciente de preocupaciones políticas comunes relacionadas con el género, los territorios, y la migración. Asimismo, estar en Estados Unidos me ha permitido reflexionar sobre la traducción como una forma de lectura, co-creación y escucha. En el 2020, durante la pandemia, asistí a grupos de lectura y escritura dirigidos por la escritora Giovanna Rivero con integrantes de distintas partes de Latinoamérica y esta comunidad me enriqueció mucho. También asistí a cursos y charlas con Sergio Chejfec y Cristina Rivera Garza cuyas reflexiones sobre la materialidad de la escritura, su relación con las artes visuales y los límites difusos entre los géneros literarios del ensayo y la novela me enseñaron mucho.

 

Viaje:
aprender a desaparecer
en el paisaje.

– – –

Cada palabra es un viaje
a una zona oscura
que no sabemos si existe,
pero estremece nuestros labios.

Cada palabra es un viaje
a un paisaje desconocido,
donde el lenguaje es un eco
que nos devuelve la pregunta.

Cada palabra es un viaje
de un lado a otro
de la cámara;
donde se confunde
quién observa
y quién es observado.

Cada palabra es un viaje
a una zona oscura,
es una luciérnaga:
se ilumina y desaparece

– – –

Alguien camina
delante de nosotros
observa las huellas
del viento sobre el agua
para decidir el rumbo de sus pasos.

Sabe que allí
los gritos lejanos
de los pájaros
son la única medida de tiempo.

Descifra cuándo los caminos se abren
y cuándo permanecen agazapados,
como animales temerosos.

– – –

Viaje:
trazar la geografía
del enigma.


Nota:

Estos poemas están basados en Stalker (1979) de Andrei Tarkovski. En la película, un grupo de tres hombres, un científico, un escritor y un guía (stalker) viajan a una zona acordonada y protegida por policías. Se dice que allí hay una habitación que cumple el deseo más íntimo de quien se atreve a entrar. Para los espectadores, dice Geoff Dyer, “la zona es el cine”.


Photo by: Josué Rodríguez

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