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carmen herrera
Photo by: Iliazd ©

Carmen Herrera más allá del tiempo y del espacio

A mis amigas artistas quienes, al igual que Carmen Herrera, consagran cada momento de su vida al arte en su acepción más pura, más verdadera y poco, poquísimo tiempo a su promoción.

Su cuerpo no pudo más y a la edad de 106 años Carmen Herrera se alejó de este mundo. Sin embargo, nos dejó en herencia su alma. Generosa la divisamos en cada pincelada de sus cuadros, en cada uno de sus bocetos, y también en el legado de una vida que luchó y ganó la guerra contra el tiempo.

Originaria de Cuba, isla que la vio nacer en 1915, en el seno de una familia de periodistas, Herrera, según declaró ella misma en más de una ocasión, se sintió atraída por los colores y los lápices antes que por las palabras que dominaban la vida de sus padres.

Su vida se desarrolló entre La Habana, París y Nueva York. A pesar de sus estudios, de arquitectura en la Universidad de La Habana y de arte en la Art Students League de Nueva York, durante muchos años su trabajo artístico no obtuvo el reconocimiento que merecía.

Era latina y era mujer. Con el paso del tiempo a estos dos obstáculos se unió el de la edad. En un mundo que celebra la juventud, mito tras el cual todo el mundo corre con la esperanza de atraparlo y conservarlo para siempre, Herrera sabía que el espacio para su arte se volvía cada vez más estrecho.

Sin embargo, nunca se preocupó mucho por obtener premio y reconocimientos. De no ser por el trabajo de quien creyó en su talento y sintió la necesidad de mostrarlo al mundo, sus cuadros habrían quedado encerrados en su estudio.

Cuando la fama y los elogios empezaron a llover tras la adquisición de algunas de sus obras por parte de reconocidos coleccionistas, Carmen Herrera los aceptó con alegría, pero sin dejarse inmutar. En ese momento había superado los 80 años desde bastante tiempo y lo único que de verdad le interesaba era seguir trabajando hasta su último aliento. Y así lo hizo.

La sencillez que buscaba en la geometría lisa de las líneas y en los colores que infundían vida a esas líneas, eran fruto de horas y horas de trabajo meticuloso, atento al más mínimo detalle. 

Carmen Herrera nos ha dejado, pero queda, intacta, su enseñanza. Para quien desee verla y asimilarla. Herrera no solamente luchó, casi sin querer, contra grandes estereotipos castradores: ser mujer, ser latina y ser anciana. También, y quizás sea esa la enseñanza que más deberíamos rescatar, contra un concepto que domina nuestra época: ser visible, saberse vender. Cuántas veces asistimos a la rápida escalada hacia el éxito de personas mediocres gracias a la habilidad que tienen de hacer un buen marketing de sí mismos. Y cuántas otras vemos encerradas en su mundo, dedicadas al arte en todas sus acepciones, a personas que, en soledad, siguen creando aun a sabiendas de que no tienen acceso a grandes galerías, grandes editoriales, grandes teatros.

El arte necesita que se aprecie al artista más allá de su capacidad de acumular likes o espacios en la prensa. Debería moverse en un mundo paralelo en el cual críticos, expertos y creadores se encuentren y sean capaces de desafiar el tiempo y el espacio.

Carmen Herrera lo logró solo porque alguien supo apreciar su creatividad y su trabajo más allá de todo estereotipo. La esperanza es que su enseñanza marque un cambio en la gestión del arte, y sobre todo en la relación entre el mercado y la creatividad.


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