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Carlos López Degregori
Carlos López Degregori

Carlos López Degregori: En Aldebarán nadie tiene ojos

Carlos López Degregori, Lima, 1952. Ha publicado once libros de poesía entre los que se cuentan Las conversiones (1983), Cielo forzado (1988), El amor rudimentario (1990), Aquí descansa nadie (1998), Retratos de un caído resplandor (2002) Una mesa en la espesura del bosque (2010) y La espalda es frontera (2016). Sus poemarios son los capítulos de un único libro titulado Lejos de todas partes 1978 – 2018 que ha escrito a lo largo de cuarenta años y que fue publicado a finales del 2018. Campo de estacas (2014), Herida de mi herida (2015) y 99 púas (2017) son tres antologías de su obra editadas en Colombia, Chile y España respectivamente. Su último libro es A mano umbría, un volumen de límites borrosos que reúne memoria, testimonios, poemas en prosa, componentes de ficción y ensayos.

 

Carlos López Degregori A mano umbría

 

Cuando empezaste a publicar y a difundir tu obra literaria, el término generación era relevante, ¿piensas que es todavía necesario para entender el fenómeno literario?

Un buen día, mi primer libro, apareció el año de 1978. Entonces, en el Perú, estaba generalizada la cartografía generacional para ubicar y caracterizar lenguajes y poetas. Generaciones del sesenta, del setenta, del ochenta, del noventa que en realidad eran espejismos o compartimientos fantasmas, pues la escritura poética no puede cambiar automáticamente cada diez años. Mi caso fue particular y acabé en un territorio incierto. Aparecí muy tarde para formar parte de la generación del setenta y muy temprano para los ochenta. Esa suerte de destierro, me convirtió en un poeta insular, alejado de los lenguajes y preocupaciones de sus contemporáneos. Al principio esta situación me perturbaba, pero luego me di cuenta de que era una virtud, un espacio para la libertad, para la afirmación de la singularidad que es lo que importa en el arte y en la poesía. Por lo menos en la del siglo XX. Estoy convencido de que la categoría de generación no es una herramienta útil, ni entonces ni ahora. Desde inicios del siglo XX pueden detectarse fuerzas en la poesía peruana y latinoamericana cuya dinámica es la oposición y que han discurrido con modulaciones distintas a lo largo de los últimos cien años: vanguardistas / antivanguardistas, vitalistas / culturalistas, imaginistas / realistas, viscerales / conceptuales, etc. La lista de contrarios puede crecer indefinidamente y también las mezclas, matices, distorsiones. Actualmente la ausencia de centro es la única característica universal. Estamos asistiendo al desmoronamiento del lenguaje escrito y todos nos movemos en ese territorio inestable y borroso.

 

Hay poetas que consideran central para su poesía un concepto o recurso, como la imagen poética, el símbolo, la alegoría o la metáfora, en tu caso, ¿cuál concepto literario o extraliterario crees que es el eje de tu creación poética?

Creo que a lo largo de 40 años he escrito un único libro: Lejos de todas partes 1978-2018. Es una especie de río que llevo y que me lleva hacia un lugar incierto, desconocido. También puede leerse como un gran relato de cuarenta años en el que cada poema y poemario es un círculo en una espiral. Hay dos figuras retóricas que anclan mi escritura: la imagen como visión que entrega el poema como un todo y el oxímoron. También un componente narrativo que se ha acentuado en mis últimos poemarios. Finalmente la presencia constante de lo que Hugo Friedrich denomina “disonancia”: el poder seductor y encantatorio del poema unido a su oscuridad. Siempre hay una porción desconocida, impenetrable en todo texto poético.

 

Carlos Lopez Degregori lejos de todas partes

 

¿Crees que es necesario seguir hablando en pleno tercer milenio o siglo XXI de literatura nacional o la globalización también ha afectado conceptos como los de poesía o literatura peruana?

El panorama es más complejo. Las fronteras han desaparecido y es cierto que cualquier poeta en la actualidad se mueve en ese universo ubicuo de la globalización y la cultura digital. Si han cambiado la economía, la educación, las dinámicas sociales, también el arte ha asistido a esa explosión. La poesía es cada vez más un fenómeno de islas nómadas que no se detienen, de tribus que generan sus identificaciones y rechazos. Creo que esa pluralidad es el signo de la poesía latinoamericana. Más que países o literaturas nacionales, es mejor reconocer sistemas de creación poética: conversacionales, neobarrocos, neolíricos, experimentales, conceptuales, poesía sonora, poesía visual y manifestaciones en lenguas aborígenes, opuestas a la hegemonía del castellano. El mismo discurso poético ha sufrido esa dispersión: los límites de los géneros son borrosos y hay múltiples exploraciones con otros códigos, lenguajes y tecnologías.

 

Humana fruta

Una cáscara de granadilla en el cesto de la ropa sucia. Alguien ha dibujado en la superficie dorada unos ojos, la nariz elemental, la boca con dientes imperfectos. La cabeza está allí sin voluntad ni explicación. Nadie la trajo del mercado, sencillamente apareció en la casa como un relevo tuyo.

Vemos rostros y figuras en las nubes, en las cortezas de los árboles, en las manchas de la pared de nuestra habitación antes de dormir, en los pliegues voluptuosos de las cortinas. Buscamos un algo humano afuera. Deben ser ancestros, posibilidades de vidas distintas que no germinaron, criaturas tutelares no nacidas o muertas que siguen nuestro rastro. Cabezas, piernas y brazos reptantes que reclaman un alma. Vienen de un espacio alterno en el que faltamos. Un día partimos sin cerrar la puerta y por allí escapan.

Esta humana fruta nos anticipa. La parte que corresponde al cráneo está abierta. Por allí una boca alcanzó el cuerpo dulce y gelatinoso con semillas grises. La granadilla vio cómo la devoraban. Sintió los dientes, el movimiento de la lengua y los labios, la alquimia de la muerte universal en cada bocado.

Alguien sorbió – mascó – engulló compañía, carne con espíritu, opacas moralidades, temor. (Inédito)

 

La boda

En Aldebarán nadie tiene ojos.
Las pocas flores que allí crecen
huyen de los fogones.
Las bestias y los hombres se esconden terrosos
apretados
enferman con la luz.

No sé por qué me invitaron a una boda en Aldebarán
o fue por risa
o por crueldad
pero allí estuve
y ahora de regreso sólo puedo decirles
que en Aldebarán los ciegos se casan con las ciegas
y danzan hasta morir en su fiesta de carbones
golpeando palos
campanillas
con sus caballos de fieltro
con sus perros que ladran a los ruidos
y cuando ya nadie queda
cantan al final ciegos los gallos
anunciando
ninguna claridad. (De Lejos de todas partes, 1994)

 

El poeta de mil años

La última noche de 1999
no falten mis ausentes.

Encenderé todas las lámparas,
despertaré a las viejas flores
para que entreguen
su perfume otra vez,
llenaré de agua los espejos.

Como una novia se vestirá sola la mesa para esperarlos
y brillará el vino
con su gota justa de ponzoña.

Se entorcharán las sillas
de rojos corazones
que alguna vez fueron los nuestros.

Será difícil abrazarnos,
distinguir roncas nuestras voces
vociferando
en una lengua muerta
historias y canciones de mil años,
reconocer entre tantas cicatrices los rostros que tuvimos
y recordar que nos incendiamos
una noche interminable
entre relámpagos
para abrazar un amor
recién nacido
o navegamos los mares del sur
hasta el fin
buscando un tesoro que era sólo huesos.

Desde nuestros últimos labios beberemos,
desde los ecos, los ojos quebrados, las sombras,
las cenizas,
el cielo que nunca nos sostuvo,
las palabras y el tiempo
que ya no nos pertenecen.

Como si saltaran millones de cristales
o se quebraran al unísono las gargantas
de las estrellas
una sola voz repetirá en todas las orejas:
buenas noches, Noche,
cálmate:
cierra tus ojos:
tómate dormida de las manos
y entra muy despacio en ti:
no importa que no seas la última noche del mundo,
no importa lo que mañana nos traigas:
igual aceptaremos la nieve
o el verano

porque aquí descansa nadie. (De Aquí descansa nadie, 1998)

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