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Carlos Germán Belli

Carlos Germán Belli, poeta de familia

Entrevisté a Carlos Germán Belli a finales de diciembre de 1998 o principios de 1999, un par de meses después de entrevistar a José Saramago. Mis regalos de navidad y de fin de siglo. La primera vez que supe de él fue leyendo las memorias El Pez en el agua de Mario Vargas Llosa. En ese libro aparece como el poeta más tímido del Perú, y uno de los mejores también. A mí me daba mucha gracia haberme enterado –según Varguitas- que era tan tímido pero tan tímido, que sólo se atrevía a hablar con las chicas menos bonitas, y eso. Desde entonces lo leía por aquí y por allá y me gustaba mucho, pero en honor a la verdad debería decir que sobretodo me desconcertaba. Y me desconcertaba porque no tenía nada que ver con la bulliciosa y aparatosa comunidad literaria peruana.

Hasta que tuve el honor de conocerlo. Por aquellos años no me daba cuenta porque me atraía más el folclore y el circo, pero ahora, mirando retrospectivamente, quizás sea porque yo también era un payaso. Pero la generosidad, bondad, humildad, talento y honestidad de Carlos Germán Belli estaban ahí, a flor de piel, para mi suerte como periodista. Me recibió su familia, y en su casa se sentía ese amor familiar hondo dormitando y protegiendo cada esquina de su casa.

Su vida es casi una lección moral. Porque en tantos años he conocido demasiados escritores de todas las generaciones y de tantos países desesperados por participar en cuanto recital y lectura haya disponible, aparecer en cuanta antología aparezca, entrevistas y comentarios de libros. Todo bien, si la mayoría de esos eventos y libros valieran la pena, pero todos sabemos que no es así. La mayoría de los casos se trata de grupetes de amigos que se ayudan unos a otros: “tú me invitas y me publicas y dices lo bueno que soy, y yo te invito, te publico y digo lo bueno que eres”.

Por supuesto que no siempre es así, y finalmente, entre tantos eventos siempre hay cosas muy buenas para ver. Sin embargo, Carlos Germán Belli se las ha arreglado para por décadas no aparecer casi en ningún lado, casi en ningún recital o revista literaria, sólo de vez en cuando, a cuenta gotas. Sin nunca perder la fe en la literatura, la poesía, hasta que el tiempo terminó premiándolo, poniendo las cosas en su sitio, ya que ahora su nombre se vocea como futuro Premio Cervantes.

Su lealtad y amor por su hermano ha sido ejemplar, pero también la idea de que hay que dejar todo por la literatura, porque ese es el único camino. Dejar todo por la literatura, en el caso de Belli, incluía sus responsabilidades familiares, sacrificios personales y enormes carencias y frustraciones literario/profesionales, pero siempre preservando un espacio especial y precioso para la poesía, inmaculado y protegido de las urgencias de la cotidianidad. Pero una cotidianidad que lo presionaba y agotaba probablemente al máximo, y lo limitó de tener una vida delirante en París o Nueva York, como sí lo tuvieron otro miembros de su generación; sin embargo, fue esa misma vida llena de responsabilidades y presiones la que afiló su alma y espíritu de creador y lo llenó de música, de rimas, de perfección, de una mirada abarcadora que embellecía y desnudaba lo que tocaba.  

Ahora, a su 88 años, se ha convertido en una de las figuras esenciales de la poesía peruana actual y de toda Hispanoamérica. Como dijo Varguitas, pese a su timidez y recato algo enfermizo, sus poemas son publicados en ediciones de Latinoamérica, EE.UU. y España, traducidos a varias lenguas, y ya es el segundo poeta peruano, después de César Vallejo, que aparece en más antologías.

Ha ganado la beca Guggenheim en dos ocasiones (1969/1987), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2006), Premio Casa de las Américas de Poesía José Lezama Lima (2009) y la Distinción Casa de la Literatura Peruana (2011), entre otros reconocimientos. Pero me late que vienen muchos más.

Belli nos recibió -entonces, en lo que quedaba del Siglo XX- rodeado de su familia, y nos concedió esta entrevista.

Un amigo suyo me dijo que usted es un poeta que pese a vivir en el Perú prefiere mantener un perfil bajo, se aleja de la publicidad, no es de los poetas que constantemente buscan la atención del público, la figuración…

Esa actitud corresponde a mi personalidad, a mi talante. Esta entrevista la ha suscitado Jorge Cornejo Polar, por ejemplo, no yo.

El libro que va a publicar es el recuento de 40 años de vida poética. ¿Qué evaluación haría después de tantos años?

No lo sé. Creo que mi poesía es siempre una búsqueda por la forma, por la palabra que se concreta en determinadas composiciones poéticas, como en Marianela o la Canción petrarquesca. Evidentemente esa búsqueda formal se acompaña con un sentido catártico de la poesía, trato de eliminar mis angustias a través del culto a la palabra.

Usted ha estudiado con otros poetas y críticos como Leopoldo Chariarse, Alberto Escobar y Jorge Puccinelli…

Sí. Con Alberto Escobar estaba en la misma clase y Leopoldo era un año mayor. Jorge, más bien, era nuestro profesor, ahora nos hemos nivelado en la edad.

Cuando uno lee su poesía encuentra una preocupación esencial y hasta perentoria con el uso del lenguaje…

Lo que sucede es que al principio traté de imitar el estilo de Rubén Darío. Más adelante, cambiando de lectura llego a los poetas del Siglo de Oro español, que me sirven de patrón, de modelo, son mis lecturas sistemáticas, y la vanguardia evidentemente, particularmente el surrealismo. Esos son los resortes que me llevan por este itinerario ya largo.

Ahora, en su poesía usted aplica con mucha frecuencia la simetría, la exactitud poética. Es algo muy atípico en estos tiempos.

Sí. El heptasílabo, el 11 y 7. Es atípico actualmente, pero en la tradición literaria latinoamericana de los años 30 y 40 encontramos muchos de estos casos. En nuestro país encontramos a Martín Adán, quien retorna a la forma clásica, tradicional. En Argentina Borges y Ricardo Molinari.

¿Y en cuanto a los temas? Usted es un poeta que ha versado como pocos el amor de familia.

Es verdad. En estos días he estado pensando en el amor familiar como tema de la poesía peruana, y me he encontrado con José Santos Chocano. Poemas entrañables dedicados a su madre, a su padre y a su hijo. Y a su lado están los sonetos de Valdelomar y de Vallejo. Finalmente, no soy una excepción. Además está mi experiencia como funcionario público durante 20 años.

¿Cómo se sentía el poeta trabajando en el sector público a la vez escribiendo, o deseando escribir?

Tuve la suerte que el sitio donde trabajaba estaba cerca de la Biblioteca Nacional, y además que mi horario empezaba tarde. Antes de ir al trabajo iba a esa biblioteca o a la Biblioteca del Congreso. Cumplía disciplinadamente mi programa de lecturas. Eso lógicamente, con escapadas, salidas furtivas, lo que motivó que me rezagara de mi promoción. Al final de cuentas me faltaba tiempo para escribir. Nunca hice una carrera administrativa a carta cabal, motivado por esta vocación incandescente que es la poesía.

¿Usted se sentía algo frustrado por desempeñar una profesión que no tenía nada que ver con la poesía, teniendo en cuenta que su generación se dedicaba más bien al periodismo?

Después me dediqué al periodismo. Con 35 años traté de terminar mis estudios universitarios y me dediqué al periodismo. A partir de entonces colaboré con varios periódicos.

En la década del 50 –que es su generación- el Perú vivió fuertes cambios sociales. Era muy común encontrar poesía social entonces, pero usted y sus versos como que iban contra la corriente.

Los temas sociales estaban relegados en mi poesía. Claro que la realidad urgente influía en la poesía que se escribía en mi generación. A mí personalmente la influencia fue más existencial.

Mario Vargas Llosa contó en sus memorias que ustedes, Pablo Macera y su esposa Julia Urquidi practicaban sesiones esotéricas y que usted era muy tímido.

No recuerdo muy bien eso pero sí que lo conocí a Mario en el Senado (del Perú), ya que él era secretario de Raúl Porras Barrenechea. Después colaboré en su revista Literatura que la sacaba junto a Luis Loayza y Abelardo Oquendo, con un texto en prosa. Recuerdo que éramos malos estudiantes porque preferíamos hablar de literatura que estudiar. Pero al final de cuentas no sé cómo he evolucionado en la vida. Para mí un misterio. Creo que en mi vida ha sido una influencia capital la presencia de mi hermano. Ese ha sido un factor decisivo para quedarme en el Perú. Yo pensaba irme como Chariarse, como Eielson, a EE.UU., a la ONU, y luego a la UNESCO en París –eran sueños delirantes- y llegué a dar el salto; pero cuando estaba en Nueva York murió mi madre y tuve que retornar a Lima para cuidar a mi hermano que sufre de parálisis.

¿Usted siente una gran responsabilidad con su familia?

Sí, de ahí viene ese culto a la familia, como en Matemática al amor familiar. Al final de cuentas siendo una satisfacción por esas decisiones que tomé. Traté de irme con él, como cuando gané la beca Guggenheim. Entonces organicé todo y mandé a mi hermano a la casa de otro hermano que vive en Los Angeles. Viajé a finales de los 70 con miras de quemar naves en el Perú pero él no se acostumbró. Tuve que regresar y terminé la beca aquí. Cuando hablo de esto pienso en Eguren, en Martín Adán, que no salieron nunca. Al final de cuentas, como dijo Tamayo Vargas, me convino quedarme, porque en el Perú pude escribir. Allá no lo hubiera hecho con el mismo entusiasmo.

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