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Alejandro Saderman
Photo Credits: Travis Rigel Lukas Hornung

¿Por qué Caracas? Crónica de un exilio

Llegamos con Ada a la Argentina tras nuestro año sabático europeo a comienzos de 1972, en vísperas del fin de la dictadura militar instaurada en 1966. Tras la breve primavera del 73 con el retorno de la democracia y el triunfo del peronismo con Héctor Cámpora como presidente, sobrevino la breve presidencia de Perón, quien murió poco tiempo después, el 1 de julio de 1974, y dejó como presidenta a su mujer, “Isabelita”, manejada por el siniestro López Rega. Todavía resuenan en mis oídos los discursos histéricos de esta mujer pequeña e incapaz, cuya gestión condujo inexorablemente al golpe militar de 1976.

Ada formaba parte del elenco del Teatro Payró que presentaba “El señor Galíndez” de Eduardo Pavlovsky. Una obra sobre la tortura que podría asimilarse al concepto de la banalidad del mal, enunciado por Hanna Arendt. Habían sufrido amenazas y atentados. Y llegó una providencial invitación del Festival Internacional de Teatro de Caracas, organizado exitosamente por el cordobés Carlos Jiménez, director a la sazón del grupo teatral Rajatabla. Los integrantes del Teatro Payró partieron una semana después del golpe. En esa época estaba prohibido el viaje de los acompañantes al aeropuerto de Ezeiza. Había que despedirse en la Plaza Once, en la ciudad de Buenos Aires, desde donde partían los autobuses.

Yo estaba trabajando en un documental titulado “Una Vela en la Antártida”, crónica de la travesía de un velerista belga con su compañera norteamericana, que tenían como objetivo la Antártida, para pasar allí el invierno. Un productor, ex marino, me encargó que hiciera un documental sobre esta aventura. Mi trabajo consistía en armar una película con el material registrado por los viajeros. Pero como no dominaban el oficio, tuve que embarcarme con ellos en un tramo relativamente breve, de Buenos Aires a Mar del Plata, filmar algunas tomas y enseñarles a utilizar la cámara. A su regreso, que se produjo mucho antes de lo esperado porque sufrieron varios accidentes y no pudieron cumplir su plan, se revelaron los rollos filmados y yo armé un relato en la moviola, trabajando con un editor.

Durante esos meses la situación argentina se fue revelando en su cruenta realidad. Todos los días aparecían cadáveres de jóvenes acribillados en terrenos baldíos o playas de estacionamiento. Yo había sido cesanteado en 1974 de mi cátedra de profesor de realización cinematográfica en la escuela de Bellas Artes de la Universidad de La Plata, y supe que figuraba en una lista negra del Instituto de Cine. En determinado momento el productor del documental me dijo, palabras textuales: “Alejandro, ¿por qué no se va? Con estos locos nunca se sabe”.

No había mucho que pensar. Podía regresar a Italia, donde había vivido y trabajado a comienzos de los 60. O irme a París, desde donde el cineasta Chris Marker me ofreció hospitalidad y apoyo. Pero decidí que prefería permanecer en América Latina. El elenco de “El señor Galíndez”, tras una gira exitosa por varios países latinoamericanos, había regresado a Caracas para realizar una temporada fuera del festival. Llamé a mi mujer por teléfono y le dije: quédate en Caracas, voy para allá.

El productor me envió primero a Nueva York, para terminar el documental. Permanecí en la Gran Manzana los meses de diciembre y enero, y en febrero aterricé en Caracas. Al poco tiempo de llegar me llamó Franca Donda, vieja amiga, para comunicarme que un director venezolano acababa de finalizar el rodaje de un largo, se había peleado con la española que debía editarlo, y andaba en busca de un editor. Yo tenía alguna experiencia en el oficio, por haber editado algunos de mis cortos y los de algún amigo. Jamás lo había hecho con un largo. Pero la necesidad tiene cara de hereje, o de audaz, y acepté la oportunidad. El director se llamaba Luis Correa, y la película, “Se llamaba SN”. De ahí en adelante no paré, edité un par de largos más, filmé algunos documentales, cientos de comerciales para televisión, y mis dos largometrajes: “Golpes a mi puerta” y “100 años de perdón”. Viví en Caracas 26 años, de 1977 a 2003. Y salvo por la última etapa, creo que valió la pena.


Photo Credits: Travis Rigel Lukas Hornung

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