Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
fabian soberon
Photo Credits: Alexei Ivanovsky ©

Campo de frutillas 

Un amigo que vive en Lules me ha contado la historia de Pedro, un hombre de origen boliviano que empieza como peón en un campo de frutillas. Con los años, pasa a ser capataz y después se compra un campo propio. Se convierte en el dueño de unas hectáreas que usufructúa. Tiene una mujer jujeña y un hijo pequeño. Se juntan los sábados en una esquina de la plaza. La plaza está dividida según los grupos sociales. Ningún vecino acepta mezclarse con los bolivianos. El racismo está instalado como una ley local. Las autoridades entienden que los bolivianos son aceptados por los beneficios en la economía pero cree que no deben compartir las relaciones sociales. 

Cuando Pedro prospera piensa que lo mejor, para vivir más tranquilo, es no tener contacto con la gente de Lules. Contrata a un chico para que funcione como intermediario. A partir de ese momento, la familia abandona el trato con luleños. Pedro, su esposa y su hijo pasan los días en el predio que cultivan. Dejan de hablar el español e inventan una lengua propia. 

Después de diez años su esposa muere y es enterrada en el fondo de la casa. El hombre queda con su hijo, que ya es joven, y con un perro. 

Nadie escucha los sonidos que profieren entre ellos. 

Pedro muere. Su hijo decide volver a Bolivia. 

Los policías entran a la casa para llevarse lo que queda. Encuentran cuadernos y libros escritos en una lengua desconocida, un dialecto que ha sido inventado en el encierro.


Photo Credits: Alexei Ivanovsky ©

Hey you,
¿nos brindas un café?