El viaje por carretera a través de Pennsylvania era muy apacible. Nuevamente, una mañana soleada y hermosa. Un día de verano en la Unión americana. Ya hemos señalado que no se trataba de un verano cualquiera. De todas maneras, algunos RVs en la carretera, así como algunas camionetas transportando sendos botes o motos acuáticas para pasar, con seguridad, unos días de vacaciones en algún lago. Sin colinas, todo era tierra llana, me encontraba, sin duda, ya en el Midwest y Ohio me daba la bienvenida.
El viaje por Ohio fue largo y muy pacífico, me detenía para llenar el tanque o para usar los servicios higiénicos, me llamaban la atención algunos nombres con historia de algunas ciudades del estado como Toledo, Medina o Lima. Hacia el final del día me tocó manejar por Indiana, pasaría la noche en el estado donde viví dos años hermosos de mi vida, allí nació mi primogénito, Octavio Amaru, mi hoossier amado.
Me detuve en un Days Inn del pueblo de Portage. Un cartel anunciaba que ahora sí se podía usar la piscina. Igual no me metería. La noche en el Days Inn en Indiana me salió mucho más barata que la de Wilkes-Barre, PA. Dejé mis pertenencias en la habitación, tomé una ducha rápida y salí a cenar. El Denny’s estaba abierto. Comí rápido, luego regresé a la habitación y me quedé dormido viendo Men in Black II. Amaneció. Me desperté muy contento. Tal como había calculado, sería mi última jornada de manejo. Mañana de verano, las últimas catorce horas de viaje. No hay nada como regresar a home cuando home es precisamente uno, tu propia casa rodante de emociones, alegrías, tristezas y sueños. Mis copilotos listos, el conejo de Pascua y el niño Vasudeva, gafas de sol bien puestas, barbijo a un lado listo para ser usado cuando llegara el momento, una colmada taza humeante de café, el sol bendito y el horizonte ante mis ojos.
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