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enrique bernales
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Caminatas en la Pandemia III: Dos mil millas de Colorado a Massachussetts (I)

Esta vez, queridos lectores, no se trata de una caminata, sino de una manejada y qué manejada. El COVID-19 ha cambiado nuestra forma de viajar, nuestra forma de trasladar nuestra humanidad y los bienes por los espacios. Después de las fiestas de cuatro de julio debía manejar hasta Boston para visitar a mis hijos Octavio, de nueve, y Emiliano, de siete años respectivamente. Justo en los últimos días, las tasas de contagios en los estados de la Unión iban en aumento alarmante. Decidí, entonces, cubrir las dos mil millas en apenas dos días para evitar la exposición al contagio. Sería una travesía que me llevaría por los estados de Nebraska, Iowa, Illinois, Indiana, Ohio, New York, Pennsylvania, Vermont y finalmente Massachussetts.

La mañana del domingo cinco de julio de 2020 se presentaba soleada y optimista en el pueblo de Greeley, Colorado. Era el mejor momento para empezar el viaje. No solo empaqué lo necesario para pasar un mes en Boston con los niños, también, en caso de una eventualidad, decidí traer cosas indispensables, en caso, la situación del COVID-19 empeorara y tuviera que permanecer con ellos más tiempo del planificado. Esa es la forma en la que una pandemia afecta la vida de las personas. El turismo, en estas condiciones, ha dejado de existir, tal como lo conocimos, lo vivimos, lo gozamos, lo sufrimos.

En menos de dos horas llegué al estado de Nebraska donde hice mi primera parada para llenar gasolina. En la carretera se leían anuncios luminosos donde los gobiernos estatales recomendaban a sus ciudadanos el uso de barbijos y guardar la debida distancia, además de recordar, como se suele hacer en los feriados, no manejar bajo el efecto del alcohol y las drogas, algo de normalidad todavía conservaba el lenguaje imperativo de los gobiernos.

El clima seguía estando a mi favor, así que continúe manejando sin parar, acercándome un poco más a mi destino. Una característica de los viajes en carretera por la Unión es la importancia de las placas de los vehículos para generar algún intercambio humano entre los diferentes ocupantes momontáneos de la geografía. Años antes, en 2009, finalicé mis estudios en la escuela graduada de Boston University y conseguí mi primer trabajo en Denver, Colorado. Así, nos mudamos de New England la madre de mis hijos y yo manejando un pequeño Toyota Echo gris del 2001. En el camino, algunos camiones nos tocaban el claxon al notar la placa de Massachussetts, algún tripulante nos mostraba por fuera de la ventana un jersey de los Red Sox de Boston. Para el americano, sobre todo en el viaje en carretera, es lindo recordar el origen, de dónde viene o qué conexión puede establecer entre algo que es parte de su identidad, su equipo de baseball favorito, por ejemplo, y el mundo. Ya tenía algunos años en el país, pero todavía muchas cosas eran novedad para mí. Ya no lo son, ahora. Así cuando en una gasolinera de Iowa llenaba el tanque de mi pequeño Ford Fiesta rojo, un muchacho rubio de rulos sin barbijo inició una conversación:

— ¿Colorado?

—Sí.

—¿Dónde?

—Greeley.

—No conozco.

—Voy a empezar la escuela en agosto, en Colorado Springs.

—Me encantan las montañas y por allí es muy bello.

—Qué tengas un lindo día.

—Igualmente.

Algo que sería una conversación de rutina, en el escenario de una pandemia cobraba un mayor dramatismo, el joven sin nombre de Iowa, ¿se mudaría a Colorado Springs en agosto? Esa era mi pregunta, mientras manejaba escuchando las estaciones de radio que se podían sintonizar en la ruta. La celebración del cuatro de julio de POTUS en Mt. Rushmore había generado una gran controversia. Sus partidarios en las estaciones resaltaban el carácter de unidad del discurso y que no había hecho mención a los monumentos de los traitors de la Unión, es decir, los confederados, derrotados en la Guerra Civil del XIX. Por su parte, sus detractores enfatizaban el carácter divisorio y hostil de un discurso que buscaba echar más leña al fuego a un escenario de profunda inestabilidad política. Tal vez, habría que regresar a los años sesenta del siglo pasado para pensar en un contexto similar. La radio es una tecnología muy actual, a pesar que, en la actualidad, las redes sociales ocupan un mayor interés para una supuesta mayoría. Fue la radio la que ayudó mucho en la victoria de Donald Trump a la presidencia y Twitter, of course. La radio era una tecnología que Hillary Clinton no tomó en consideración durante su decepcionante campaña electoral. Ahora, el mensaje en la radio es el siguiente, por eso, ruego a los lectores, que presten mucha atención al mismo para estudiarlo y analizarlo con calma y sabiduría: el discurso nacionalista es el que va a ser decisivo para una posible victoria de Trump, frente a un líder demócrata como Joe Biden que sólo reacciona a los estímulos de la base más radical del partido, pero sin proponer una agenda clara y una respuesta contundente a POTUS.

Con IIllinois tengo una relación complicada, la misma que no es de amor. De esta suerte, un policía me detuvo por exceso de velocidad. Me comentó que iba a quince millas por encima de la velocidad máxima y que no podía darme un warning, sino un ticket. Me preguntó hacia dónde iba. Le contesté con el acento más irlandés posible: A Boston!. Me replicó: ¿Qué vas a hacer allí, en Boston? Le contesté: Allí viven mis hijos. Se despidió. Yo también lo hice, con cortesía.

Desde ese momento manejé con mayor cautela, hasta llegar a la frontera con Indiana, así manejaba por Gary, la zona industrial de frontera entre los estados, con una gran población afroamericana, y que es el lugar de nacimiento de una estrella legendaria de la música mundial: Michael Jackson. Decidí pasar la noche en un Hampton Inn que estaba en el camino. Rogaba que hubiera disponibilidad, estaba muy cansado para buscar otro alojamiento y Gary no es el lugar más seguro del mundo para aventurarme muy tarde en la noche buscando un lugar para dormir. Felizmente había lugar. Todo lucía muy limpio y aséptico con claras instrucciones y protocolos a seguir por el COVID-19: el barbijo era obligatorio, no se servía desayuno, ya no era posible interactuar en uno de los rituales de los hoteles de camino, el comedor, el café se servía a partir de las cinco de la mañana, la hora que había planificado para empezar el recorrido final del segundo día, el que me llevaría hasta Boston para estrecharme intensamente en los brazos de Octavio Y Emiliano, a quienes vería después de medio año.

Era una noche tibia, no muy calurosa, un poco húmeda. Bajé las cosas indispensables del auto, la luna invitaba a la contemplación serena. Me gusta leer todo, más ahora, entender los significados profundos de cómo una epidemia se instala en la raíz de la vida humana: el lenguaje. Había instrucciones claras de la cantidad de personas que podían usar el ascensor a la vez, con barbijo, of course. El líquido o gel desinfectante siempre disponible y amoroso, un ritual de limpieza que buscaba generar confianza, cariño y seguridad entre los trabajadores y los huéspedes. Entré a mi habitación, era espaciosa. Tomé una ducha con agua muy caliente y programé el despertador para las cuatro de la mañana del lunes seis de julio de 2020. Dormí como un tronco soñando con el mar de New England, la única paz que me llenaba el alma, porque: soy un ser marino, lo había olvidado.


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