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Caminata por Chacao

CARACAS: Un día, hojeando uno de esos manuales de medicina homeopática que estuvieron muy de moda hace un tiempo, me llamó la atención, entre las múltiples características de no sé cuál dolencia, la frase “se alivia notablemente al caminar”. No recuerdo a qué enfermedad hacían referencia pero, sea lo que sea, no debe ser nada grave y, además, ¡yo debo tenerla!

Porque no hay malestar físico ni espiritual, no hay pesar en el alma o molestia en el cuerpo que no se me calme o desaparezca del todo gracias a una buena caminata. Un par de zapatos cómodos y una ropa suelta me han sacado, incontables veces, de fastidiosas migrañas o han mantenido a raya insidiosas melancolías y preocupantes asomos de tempestades humorales.

Ya sé lo que están pensando…

Que debo estar loca, que como se me ocurre caminar en Caracas, que las aceras están sucias y rotas, que es muy peligroso, que la inseguridad no deja, que los motorizados, etc.

En parte, es cierto.

Caracas ha perdido tristemente su rostro de ciudad amigable y abierta, su dimensión exquisitamente urbana y nos ha esclavizado, condenándonos al tránsito obligado en carros con los vidrios ahumados y rigurosamente subidos, o a la frialdad aséptica de los centros comerciales…

Pero aún así, hay rincones que no han sucumbido a la dictadura del asfalto y del cemento, de las autopistas tentaculares y de los rascacielos gigantescos, de los laberínticos conjuntos residenciales y de las miserables “soluciones habitacionales” y conservan ese encantador olor y sabor a pueblo, a vecindad, a normalidad que sosiega y reconforta, brindándole paz al alma y, sobretodo, rescatando nuestra identidad de ciudadanos.

Porque la ciudad somos nosotros, y al perderla nos perdemos, y perdemos las coordenadas que dibujan nuestro tiempo interior y nuestro espacio físico y definen nuestra verdadera ubicación.

La ciudad es nuestra más inmediata referencia espacial y afectiva, inmediatamente después de nuestro hogar. Para amarla hay que conocerla (y para conocerla hay que amarla…), caminarla, descubrirla. Hay que permitir que absorba nuestras energías y, a la vez, hay que absorber las suyas y nutrirse de ellas, en un intercambio recíproco y generoso. Para sentirla nuestra hay que mirarla, disfrutarla y, también, a veces, padecerla; hay que “vivirla” y no simplemente “ocuparla”; hay que reapropiarse de sus calles y sus aceras y dejar en ellas un poco de nosotros, a través de nuestros pasos, de nuestras huellas; hay que volver a sentarse en sus plazas, darle de comer a las palomas y permitirnos escuchar, cuando sea posible, el sonido olvidado de las campanas de una iglesia.

Todo eso, y más, se puede hacer en Chacao, una de las urbanizaciones más características del este de Caracas.

Porque en Chacao se puede – ¡se debe! – andar a pie y ése es un placer gratuito, una bendición al alcance de todos, aunque a menudo nuestra ceguera y la pereza de nuestro ánimo nos llevan a ignorar esa dicha inmensa y fácilmente accesible.

En Chacao, en medio de calles con nombres de próceres y memorias de poetas, entre edificios pequeños de fachadas discretas y amplios balcones, sobreviven viejas bodegas artesanales, minúsculas tienditas, sucuchos polvorientos donde se encuentran repuestos invalorables y se pueden resucitar licuadoras y planchas moribundas; hay sastrerías olorosas a años ’50, donde todavía unas señoras españolas hacen ropa a la medida y mientras te toman el ruedo, entre puntada y puntada, te cuentan cómo fue que llegaron al país…

En Chacao se puede encontrar todavía la barbería del “italiano”, con las poltronas macizas de cuero color vino tinto y en las paredes viejas fotos en blanco y negro; está el abasto de los “chinos”, con sus pasillos siempre abarrotados de gente y las infinidades de implementos para la repostería; y está la tienda de quesos criollos y la de los uniformes escolares, la de las especias perfumadas y las frutas confitadas, la heladería de “la nonna” y la pastelería de toda la vida que, en barba a la escasez de harina y azúcar, sigue despachando los mejores “cannoli siciliani” de toda Caracas.

Y en Chacao está también ¡el mercado! Esa maravilla única de colores y sabores, de texturas y aromas tan variados y espectaculares, que después de haberse paseado entre tanta belleza y exótica frescura, uno no quisiera volver a comprar en ninguna otra tienda…

Chacao es la materialización bien lograda del barrio ideal.

En medio de tanta ostentosa exageración, de formas mayúsculas y excesos inquietantes, allí todo se mantiene equilibrado, cercano y posible. En Chacao se respira un aire familiar y solidario; los músculos se relajan, las miradas se serenan, los pasos se vuelven lentos y la respiración pausada.

Ése es el rostro de una Caracas vivible, la que vuelve a enamorarme y seducirme en cada nuevo amanecer, la que me mantiene despierta y atenta en un constante y renovado “desvelo amoroso”.


Photo Credits: lo_lozd

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