Estoy segura que A. no es la primera ni la última persona a la que le tocará renunciar a su nacionalidad de origen para poder tomar la ciudadanía del país en el cual reside ahora. Los conflictos entre ordenamientos jurídicos de diferentes países no son nada nuevo bajo el sol. Mientras que en Venezuela la doble nacionalidad es perfectamente posible desde 1999, en Alemania aún no lo es. Para más inri, las leyes alemanas requieren la entrega del documento donde se hace efectiva la renuncia de la nacionalidad anterior para finalizar el trámite de naturalización.
Lo que A. no había contemplado era que el momento en el que cumpliese su meta de dejar de depender de su pasaporte venezolano (con todos los problemas que sabemos eso implica), vendría acompañado de dudas existenciales que nunca antes se había planteado.
Ni A. ni yo hemos sido particularmente nacionalistas en ningún momento. De hecho, barajamos la idea de irnos del país mucho antes que la situación socio-política de Venezuela estuviese en el punto donde está ahora. Además, estamos plenamente conscientes de todos los dolores de cabeza que conlleva tener una nacionalidad venezolana en este momento, sobre todo en temas de papeleos.
Sé que a las nacionalidades se renuncian en papel, pero que la historia y la cultura que llevamos encima no se pueden quitar o demostrar del todo con ningún papel.
La situación de A. me hizo pensar en mis propios documentos. Un literal de mi matrimonio, uno de mi nacimiento, contrato de trabajo, títulos universitarios que están en un limbo burocrático, declaraciones de impuestos… Son muchos los papeles que intentan definirme. Dónde nací, qué estudié, con quién me casé, cuánto me pagan, para quién trabajo, bajo qué condiciones puedo permanecer en este país que habito desde hace unos pocos años…
¿Por qué esos papeles son tan importantes? ¿Quiénes somos y cuánto nos definen los documentos que guardamos con tanto cuidado en carpetas y cajones?
Photo by: Phillip Pessar ©