Desde “hay fuego en el 23”, pasando por “hazla famosa” hasta “vamos a joder para transformar”; la sociedad peruana acaba de vivir unas de las campañas electorales congresales más cuestionadas y polarizadas de su historia republicana. Además de los escasamente profundos slogans de los candidatos, el Perú fue el escenario de una contienda que centró el debate en asuntos de bajo impacto demográfico, alejados de la vida y extremadamente “de moda”. En medios tradicionales y de vanguardia, en el on y off line, como si se narrara un repentino tsunami, se escuchó a viva voz a los comprometidos en derribar la inmunidad parlamentaria de 130 legisladores, a los abanderados de la reforma política y a los seguidores del matrimonio igualitario en un sector minoritario. Temas que indudablemente pueden tener importancia, pero quizás uno, dos, tres y hasta cuatro eslabones menos que otros. Quizás el tratamiento del elemento líquido para vivir y la deplorable prostitución infantil sí debieron ser propuesta de campaña. En Perú el 30% de la población no tiene acceso al agua potable, hecho insólito, angustiante y hasta criminal. De acuerdo con los expertos el país es la octava nación con la mayor cantidad de agua en el mundo. De igual forma, de la misma infectiva manera de gestionar variables capitales, en los últimos cuatro años el estado peruano ha venido asignando en promedio no más del 0.0067% del Presupuesto General de la República, para combatir la trata de personas. Cifra irrisoria, insuficiente y, nuevamente, hasta criminal, sabiéndose que en las ciudades de Lima, Pucallpa, Tarapoto, Puerto Maldonado, Cusco, Arequipa y Trujillo; el turismo sexual infantil crece a ritmo incontrolable. Así pues, señores y señoras que candidatearon por una curul y que probablemente hoy ya son parlamentarios, empecemos a priorizar la agenda nacional, a generar iniciativas que satisfagan las necesidades vitales de millones, a promover proyectos que apunten a rescatar la salud física y moral de los ciudadanos. Empecemos a cambiar el guión.
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