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Calidad de vida 

CARACAS: Hace una semana asistí a la defensa de tesis de mi compañero de muchas batallas, Daniel. Ese día no hubo eventos, reuniones, ni cualquier otro compromiso que me impidiera ir. Y es que no era simplemente una defensa, era un agradecimiento con la vida por esa segunda oportunidad que muchos anhelamos.

Dos semanas antes de la cita, recibí un correo de Daniel, quien con su acostumbrado “Compadre, qué es de tu vida”, me escribía para que hiciera lo posible por asistir a su defensa, y así aprovechábamos para vernos pues teníamos casi 6 meses sin vernos.

Cuando leí el correo de uno de mis mejores amigos, muchas sensaciones agradables afloraron en mí, y ustedes se preguntarán ¿por qué le emociona tanto a este tipo una defensa de tesis? ¡Qué ridiculez! se dirán algunos. Pero para los que vivimos la defensa de Daniel por mantenerse con vida, ante un estado de coma inexplicable, la presentación de su tesis era un logro no sólo académico; era la afirmación palpable de que dios y los milagros de verdad existen.

A mediados del año pasado, me encontraba en la oficina de aquella revista, que fue la primera (y única hasta ahora) que dirigí a mis anchas. Recuerdo que veía la maqueta y trataba de llenar unas pautas cuando sonó mi teléfono, una mujer del otro lado se identificaba como la hermana de mi amigo y me anunciaba la nefasta noticia:

No sabemos qué pasó, Daniel se sintió mal y lo llevamos a la clínica, de pronto quedó inconsciente y desde entonces no se ha levantado.

Desde la pérdida de mi primo Alfredo no había sentido la muerte tan de cerca. Recuerdo que no me pude concentrar más y con la excusa de un malestar estomacal me fui a casa, y al llegar, le conté a mi muñeca, lo que estaba pasando. Ella como siempre me animó y me acompañó hasta la clínica.

Al llegar me encontré con muchos de mis compañeros, colegas de travesuras, de luchas políticas y hasta de copas; pero nadie hablaba, ya nadie reía. Todo era un silencio sepulcral que invadía el ambiente, era como si la alegría que constantemente caracterizaba a Dani, estaba en coma con él.

Pasaron los días, médicos iban y venían pero no daban con la causa. Daniel entró en cuidados intensivos y mientras más pasaban los días, la posibilidad de no verlo más se hacía presente. He de confesar que llegó un momento en que me desentendí, pido disculpas, fui cobarde, pero no podía soportar perder a un hermano. Me alejé, quería recordarlo tal y como era.

Una mañana me encontré con un mensaje de Andrés, otro de nuestros amigos quien anunciaba a todos que Daniel había despertado, que estaba mejor. Se organizaría un evento para esperar a Dani fuera de la clínica y darle la bienvenida a la vida, a esta nueva oportunidad. Yo no asistí, era un autocastigo por no haber estado con él en los momentos difíciles.

Pasó otro lapso de tiempo, y decidí visitar la universidad, y en los pasillos me topé con un Daniel bastante delgado, con anteojos, quien se me acercó y luego de su acostumbrado “Epa compadre” me dio un abrazo. En ese momento me sentí perdonado. Esa noche llegué a casa y le di un abrazo a mi familia pues ver a mi amigo bien, en pie y tan jodedor o más que antes, me había enseñado que dios existe, que a veces nos pone pruebas, pero al final salimos vencedores.

Cuando al culminar la defensa de su tesis, que consistió en un documental acerca de la educación religiosa en comunidades indígenas de la selva venezolana, el jurado le preguntó cuál había sido la enseñanza más significativa al convivir con los indígenas, él exclamó:

Calidad de vida, a veces nos preocupamos tanto por muchas cosas que nos olvidamos de vivir, pero para ser feliz lo único que hace falta es vivir en armonía, ya el hecho de saberse vivo es motivo para estar feliz.

Tal comentario, dicho por quien experimentó en carne propia un coma, para luego volver y darnos su testimonio nos hace apreciarlo más, y no sólo a él sino a todos los seres queridos a los que por pena o por tiempo no les decimos cuanto los queremos.


Photo Credit: Fraymifoto

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