MIAMI: Como muchos venezolanos, resido actualmente en Miami, y debo confesar que esta ciudad me ha sorprendido gratamente en cuanto a su actividad cultural y lo variopinta que es su población.
Me sentaba a almorzar en el apartamento que comparto con otros estudiantes de distintas partes del mundo. Mientras empezaba a comer, mi compañero Nabit se sentó conmigo a la mesa y tuvimos una conversación, por demás, amena.
Tímido, comedido y sumamente educado, Nabit me contó de su familia allá en Riad, Arabia Saudita. Conversamos sobre su crianza bajo las tradiciones musulmanas, sobre sus hermanos y hermanas, padre y madre.
Hablaba de su hogar con una nostalgia físicamente visible. Pude comprenderlo y simpatizar con ese sentimiento de desarraigo. Y es que despegarse de su país natal no resultó fácil para él, como supongo, no es sencillo para nadie.
Compartimos recuerdos y anécdotas, convirtiendo un sencillo almuerzo en una conversación, al menos para mí, memorable. Asumo que Nabit percibió mi añoranza por mi natal Venezuela, tierra de la que me fui hace un tiempo ya y a la que espero volver cuando sea la Venezuela que me gusta recordar.
En ese momento, Nabit demostró una cordialidad enorme, que debo confesar yo no tuve y me ofreció un café que su madre le envió de casa. Interpreté su ofrenda como un intento de “consolar” a alguien que, sin saberlo, buscaba alivio.
Mientras el café se colaba en la greca de Nabit, un olor particular impregnaba la sala del apartamento. Resultaba evidente que este no era un café ordinario. Antes de que estuviera listo decidí ofrecerle uno de los maravillosos chocolates Toronto que tanto nos gustan a los venezolanos, y que al menos hoy, yo atesoro.
Intercambiamos nuestras ofrendas cuan comerciantes en algún bazar de la India mientras seguimos conversando sobre todo y nada a la vez. La conversación se desgastaba bajo el peso brutal de la rutina cotidiana a la que debíamos volver. Recordamos una vez más a nuestras familias y amistades, nuestras comidas y costumbres que ciertamente están lejos, pero que de una u otra forma, nos persiguen irrenunciablemente, casi como una segunda sombra. Esa cuasi-epifanía, creo que me dio cierto confort.
Una vez se acabó el brebaje de café y cardamomo que Nabit preparó para ambos, la vida en Miami se reanudó y volvimos a nuestras labores cotidianas, pero con un espíritu y ganas renovadas, como si la nostalgia de repente, se hubiera ido y de ella solo quedara el sabor del café y los chocolates que intercambiamos.