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Paola Herrera
Photo Credits: Vilia Majere ©

Brain and Soul

Para mí el cuerpo humano es el accidente más bonito que se pueda contemplar en la vida; tanta diversidad anatómica, tantas disimilitudes que nos bautizan como seres únicos, tanta sutileza en distribución orgánica y tanta perfección en un sólo lugar, son mociones suficientes para declararnos perennemente monumentos artísticos, sin derechos de autor. Sin embargo como en todo, existe el otro lado de la moneda: la discrepancia. A todos nos conceden un cerebro y a pocos un alma.

Algo que me encanta es que todos nos desconocemos hasta que accionamos. A ver si me explico, es como cuando miras a alguien por primera vez porque seduce tu curiosidad, allí en ese instante de utopía no estás edificando en tus pensamientos lo que hay detrás: los defectos, las virtudes, las veces que lo ha hecho mal, las veces que lo hizo bien, lo hijo/a de puta que puede ser o lo muy misericordioso/a que también podría ser, es divino como fluye la imaginación, como idealizamos por naturaleza. En ese santiamén tú solo concibes la portada exclusiva de la superficialidad que advirtieron tus pupilas, pero quién sabe, capaz que su actitud no concuerda con las cuantificaciones sociales absurdas y no tan absurdas que construimos para socializar -y algo más- con las personas, porque es cierto: todos tenemos un cerebro, pero pocos tienen un alma.

¡Qué difícil es para aquellos que no tienen nada detrás de los órganos físicos, lograr crear arte! ¿Será que lo estamos haciendo mal nosotros que creemos en el arte mucho más de lo que un religioso cree en Dios? Porque no es soportable la equivalencia mayor de la inmundicia por sobre la humanidad, no comprendo tanta hostilidad social, tanta antipatía humana. Estoy concibiendo la creación como un principio de indolencia mundial, percibiendo el origen como el apocalipsis del que todos hablan, pocos han leído, nadie conoce.

Ciertamente lo que me condujo a escribir fue esa sensibilidad distintiva, la sensación de percibir todo de una manera insondable. El mundo es cada vez más sombrío, mis letras cada vez más oscuras y la vida un reloj de cenizas del que escapan todas las cosas bonitas que los cerebros han dejado en el ayer y que las almas no han podido resucitar.


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