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daniel campos
Photo by: David McNeary ©

«Block Party» en la calle 17

Leía plácidamente en tarde de sábado veraniego, es decir, dormitaba en mi cama entre párrafo y párrafo. De trasfondo escuchaba risas y gritos de alegría de bastantes chiquitos. Entre la lectura y los sueñitos, no me había preguntado de qué se trataba. Pero en algún momento percibí también el ruido del agua al salpicar la calle y correr calle abajo por los caños. Entonces me asomé.

Saqué la cabeza por la ventana y entendí: como parte de la fiesta de fin de verano de nuestra cuadra (block party) los bomberos habían abierto parcialmente el hidrante para que los chiquitos y chiquitas pudieran bañarse y jugar con el chorro de agua. Los güilas andaban en vestido de baño y estaban en un puro jolgorio al jugar con el chorro. Corrían, se mojaban, brincaban, se alejaban a las carcajadas.

Además la policía había bloqueado el acesso de carros a nuestra calle brooklynense, la 17, entre las avenidas 10 y 11. Cuesta arriba, a media calle, había dos castillos inflables para que los chiquitos también se metieran a brincar. Los vecinos habían armado toldos, sacado los asadores y las mesas y sillas desarmables y habían organizado una fiesta potluck, el estilo de fiesta en que cada quien trae suficiente comida y bebida para compartir. Las fiestas de cuadra o block parties son una forma curiosa pero bonita de socializar en los barrios por acá. Me parece que es una costumbre estadounidense, no sólo neoyorquina, pero nunca antes me había tocado participar de una.

Decidí que era hora de salir a la calle. Subí despacio y me entretuve viendo a los chiquitos chirotear con el agua del hidrante y saltar en los castillos. Me daba un poco de vergüenza acercarme así a la fiesta potluck sin llevar nada. Me quedé calladito. Pero saludé al muchacho y las dos muchachas que trabajan en el abastecedor de la esquina, el típico Deli & Grocery de tantísimas esquinas de barrio en Brooklyn. El de nuestra esquina es un negocito familiar y esas muchachas y su hermano le ayudan al papá a atenderlo. De vez en cuando paso a comprar pan o algún refresco, así que ya me conocen.

Y aunque a fin de cuentas me venció la timidez y no conversé con nadie más, sí sonreí bastante, conocí rostros, escuché conversaciones y me agradó ver al barrio echado a la calle.


Photo by: David McNeary ©

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