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Volcán Poás
Photo Credits: Apetitu ©

Bienvenida al Volcán Poás

Tener un hogar significa crear un espacio físico y afectivo al cual invitar a la gente que querés recibir en tu mundo íntimo. Significa animar (dar alma o aliento de vida) a un lugar en el cual dar la bienvenida a tus amigos para atenderlos con cariño, por ejemplo. Por ello me esmeré en crear un hogar agradable cuando regresé a mi añorada San José. Y por ello me alegró recibir la visita de Tsun Hui, una amiga taiwanesa. Desde mi casa josefina como base, salimos a recorrer pedacitos hermosos de Costa Rica.

Nuestra primera excursión fue al Parque Nacional Volcán Poás. Subimos por las faldas del macizo observando los cambios en la flora. Admiramos sobre todo los azules de las hortensias en medio de los diversos verdes de pastos, árboles y arbustos. Compramos fresas rojas y frescas a los vendedores de frutas locales. Atisbamos el amplio valle a los pies del coloso.

Ya en el parque, nos abrigamos y emprendimos la caminata por los senderos. Llegamos al mirador del cráter pasado el mediodía. Las nubes a 2.574 metros sobre el nivel del mar lo cubrían totalmente. Pensé que era muy cruel para Tsun Hui venir desde Taiwán para no ver el cráter ancho, con su laguna teñida de turquesa por los minerales del volcán. Necesitábamos paciencia, dar tiempo y confiar en la generosidad de la naturaleza.

Le propuse: “Vamos a la Laguna Botos, quizá tengamos más suerte”. Me refería al antiguo cráter convertido en laguna por las aguas de lluvia acumuladas en el interior del cono. Emprendimos el ascenso. Ya fue un regalo de la naturaleza ver a mi amiga disfrutar del sendero en medio del bosque nuboso, observando árboles de copey, musgos, helechos, bromelias, flores silvestres y aves, algunas de colores vivaces y otras de plumaje oscuro que se camuflaba con los tonos café de troncos y tierra. Admiramos la resiliencia de los seres vivos en esas alturas azotadas por vientos fuertes y cubiertas por nubes densas. Improvisé un haiku en mi mente:

Copey de hojas

duras, gruesas, brillantes:

resistís, vivís.

Cuando llegamos al mirador, el blanco impenetrable de la neblina también encubría la Laguna Botos. Esperamos muchos minutos y nada de na’: la neblina seguía allí. Pero nos quedamos tranquilos, en silencio, esperando. Tsun Hui se distrajo leyendo los carteles educativos sobre la laguna y los indígenas Botos. De repente los vientos alisios arreciaron y barrieron las nubes. Llamé a mi amiga para que viera la laguna despejada. Sus aguas verde jade aparecieron quietas y brillantes. También atisbamos sus pequeños playones y las paredes del antiguo cráter cubiertas de bosque. Observamos la laguna dos minutos, máximo, pero yo di gracias a los vientos alisios por el regalo para Tsun Hui. Le brillaban los ojos y sonreía ampliamente.

Recorrimos el siguiente sendero observándolo todo. La mayoría de la gente nos pasaba de largo, hablando entre ella sin observar nada. Una veintena de muchachos pasó en carrera. «Compas: abran los ojos, agucen los oídos, respiren profundo, huelan, toquen, que de esta riqueza natural y sensorial no hay en otros lugares», pensé. Nosotros en cambio nos quedamos viendo hasta un ratoncito silvestre comer en el sendero y unos pajaritos verdeazulados que se la pasaban dando brinquitos en el sotobosque y no volaban casi nunca. Yo no tenía la guía de aves para identificarlos pero los nombramos los “botos saltarines”.

Al salir del sendero le sugerí: «Subamos de nuevo al cráter». Cuando nos faltaban 200 metros de recorrido, los vientos alisios de nuevo cobraron fuerza y el azul del cielo empezó a aparecer. Le dije: «Corramos porque quizá la oportunidad sea fugaz». Lo fue. El cráter apareció entre la bruma por menos de dos minutos. Pero ahí estuvimos y Tsun Hui pudo observar las paredes de capas de ceniza y lava, las fumarolas, la laguna y el túmulo de minerales multicolores. Sonreía. El Poás nos dio una oportunidad de observarlo y no la dejamos ir. Le agradecí al coloso. Sentí que me ayudó a recibir a mi amiga querida y atenderla con cariño en mi hogar.


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