Parte de la magia de mi relación con S. yace en su capacidad de sacarse historias, como si fuese un trovador, para entretenerme. Amo que me cuenten cosas, sobre todo cuando son historias que desconozco.
Hace días, me contó una de esas tantas cosas que me ha dejado maravillada por días. Paseábamos por las calles de la ciudad donde vivimos. Una de ellas, se llamaba San Valentín, y le hice el chiste fácil de que era la calle más romántica de la ciudad. En realidad, esta podría serlo más. Se refería a la calle siguiente, que se llamaba Teruel, como otro pueblo en España.
¿Conoces la leyenda de los amantes de Teruel?, me preguntó. Como no la conocía, ejerció su magia de trovador.
Es una historia que data de la Edad Media. No me acuerdo muy bien, solo estoy seguro de que al final el hombre llegaba a pedirle un beso a la mujer que amaba diciéndole: “Bésame que me muero”.
A mí me gusta conocer las historias con sus detalles, enseguida me entró la curiosidad por saber bien cómo iba. Saqué el teléfono y comencé a leerle en voz alta el artículo de Wikipedia que hablaba sobre ello. Ciertamente, había más detalles además de lo que S. me había contado. Sin embargo, la frase que rogaba el beso la había citado textual.
Poco menos de una hora más tarde, S. me acompañó hasta la estación donde yo tenía que coger el tren para ir a visitar a una de mis amigas. Aunque no me moría, me despedí de él con un beso, tal como los amantes de la leyenda.
Una vez instalada en el vagón, aproveché el tiempo para sacar la tablet y escribir un poco. De esa nota, encuentro esta frase: quizás nunca he sentido esa urgencia mortal que tiene el amor que se sabe imposible.
Releo la nota completa y me cuesta seguir mi propio hilo de pensamientos. Es una nota caótica, que creo que no hilvana coherentemente una idea con la otra. Escribí sobre los amantes de Teruel, lo fugaz de algunas relaciones, las veces que he amado intensamente sin morirme, lo estúpido que me parece esperar que solo una persona sea capaz de llenar todas las expectativas amorosas que tiene cada quien en la cabeza, lo incompleta que es cada historia de amor que vivimos… Recuerdo que mis manos no podían ir tan rápido como mi pensamiento, por lo que perdí muchas ideas. Además, el traqueteo del tren y la mecánica de escribir a mano sobre una pantalla no me hicieron fácil el poder escribir rápido.
Releo la nota completa y me cuesta seguir mi propio hilo de pensamientos. Es una nota caótica, que no hilvana una idea con la otra coherentemente. Escribí sobre los amantes de Teruel, lo fugaz de algunas relaciones, las veces que he amado intensamente sin morirme, lo estúpido que me parece esperar que solo una persona sea capaz de llenar todas las expectativas amorosas que tiene cada quien en la cabeza, lo incompleta que es cada historia de amor que vivimos…
Recuerdo que mis manos no podían ir tan rápido como mi pensamiento. Por ello, perdí muchas ideas, excepto una: Quiero creer que ningún amor es completo, y que no vale la pena morir por ello porque todos pierden la urgencia en algún momento.
Una semana después, F. me manda una cita de Raúl Zurita que dice: Toda declaración de amor es urgente porque nos vamos a morir. Raúl Zurita. Ahí me encontraba otra vez un mensaje recordándome que, a pesar que piense que la sensación de premura se atenúa eventualmente, es posible que me halle ante una situación donde tenga que proclamar lo que siento para intentar ganarle a la muerte.
Con una imagen, F. había deshecho todas las líneas divagantes de mi nota escrita en el tren. Sigo queriendo creer que ningún amor está destinado a llenarme de una manera absoluta y completa, y que, aunque puede que haya quien prefiera morir por amor, yo sea de las que prefiera morirse de vieja en una cama.
Le escribo que yo también he pensado en estos días en todos los amores de mi vida y si quizás haya alguno por el que moriría. No le conté la leyenda de los amantes, ni le confesé que no me siento del todo capaz de hacer lo mismo que hizo el hombre de la historia. Por su lado, F. me dice que ha decidido a amar fugaz, porque de todas maneras se va a morir algún día.
Llego a la conclusión de que soy cobarde. Quizás morir de amor requiere más valentía de la que yo soy capaz reunir en una vida, y no quiero admitirme que no soy capaz de pedirle a alguien que me bese antes que me muera.
Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©