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fabian soberon
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

Bernabé Aráoz

Están en Trancas, en medio de la nada.

El hombre ya sabe que la ley lo condena. Solo es cuestión de horas. Siente en sus venas la inminencia del fin.

De él dirán que es un ambicioso y un guaso. Pero él no lee los epítetos futuros sino que escucha los pasos de los que lo custodian.

En el transcurso de la tarde habla, en la celda improvisada, con un grupo de soldados. Su objetivo es claro: quiere envenenarlos con la palabra, quiere conquistarlos con el venenoso verbo.

Solo desea escapar.

Las versiones sobre su prédica llegan a los oídos de las autoridades. Y estas toman la decisión que está escrita en el libro de la vida.

Al día siguiente, temprano, lo encapuchan. La ceguera no es solo un problema de los ojos. Empujado por los conjurados, sale al patio polvoroso con los brazos amarrados.

Los fusilen se preparan. Pero a él no lo amilana el ruido de las máquinas de la muerte.

Bajo la orden inevitable, la lluvia de balas invade su cuerpo.

Bernabé Aráoz cae y el tiempo no escribe su nombre en vano. Será el dueño de una extraña república que solo existe en la memoria.


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