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Paola Maita
Photo Credits: geir tønnessen ©

Bártulos

En los últimos 11 años he vivido lejos de mi familia, en una ciudad vecina. Vine a estudiar una carrera, pero terminé haciendo dos y comenzando a hacer una vida profesional. En esa misma cantidad de años, me he mudado 8 veces de casa. Algunas de esas veces han sido porque he querido buscar un mejor sitio donde vivir y otras porque hay situaciones que han sobrepasado mi paciencia (como la vez que viví residenciada en casa de una señora que tenía demencia senil). De esas mudanzas, las últimas 3 las he hecho acompañada de mi esposo. Sería lógico pensar que con esa cantidad de ires y venires soy una persona que sabe viajar o moverse con pocas cosas, pero todo lo contrario.

Cuando me mudé la primera vez de una residencia a otra, mandé varias cosas a la casa de mi familia, pensando “Hey, quizás esto me sirva para tener lo justo y necesario”, pero me equivoqué en toda la extensión de la frase. A medida que me fui asentando, los bártulos, peroles, macundales, chécheres y corotos fueron aumentando en número y tamaño.

Ahora que por planes de la vida volveré a vivir un tiempo en casa de mi familia para luego irme del país, no dejo de preguntarme ¿Realmente qué necesito de todas estas cosas? Hace unas semanas leía en el Facebook de una amiga que está en planes de migrar (como media Venezuela, pero dejemos ese tema quieto), que sólo necesitaba el 30% de sus cosas y que estaba tratando de descifrar el 70% imprescindible. Habrá quienes se lancen una de pseudoiluminados y digan que es fácil, que serían capaces de vivir con el contenido de una maleta, pero la verdad es que hasta donde yo sé son pocas las personas que son capaces de hacerlo en realidad.

Para mí, es un ejercicio bien difícil, particularmente con los libros porque desde niña he coleccionado una cantidad respetable de ellos… Y ropa y cosas y cositas y cajas y cajitas y cuadernos… Eso sin hablar de todo lo que he acumulado en digital, que a pesar de no ocupar un espacio físico, a veces nos genera angustia. ¿O es que acaso hay alguien que no sienta tristeza cuando pierde información de su teléfono, cuentas electrónicas o computadora? Si es que hay alguien, por favor que levante la mano y con gusto le escucho.

La realidad es que al final del día pienso todos somos acumuladores de alguna manera, sin que eso quiera decir que llegamos al punto de ser acumuladores compulsivos como los que muestran en la televisión. Nos gusta guardar cosas, fotos, canciones, recuerdos… La cuestión está en qué hacer con ellos en las mudanzas, en las rupturas, en los olvidos, o cuando un virus o error ataca y desaparece nuestras pertenencias digitales.

Por mi parte, yo estoy intentando meter todo en cajas y maletas, para luego escoger lo más necesario y llevarlo conmigo a otro país. Los bártulos se acumulan y disminuyen, cumplen su ciclo con nosotros para luego seguir siendo útiles para alguien más o definitivamente destruirse, y con ellos también nosotros nos transformamos.


Photo Credits: geir tønnessen ©

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