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mario blanco
Photo Credits: Alexandru Paraschiv ©

Barcelona, no la del fútbol

Cuando hablamos de Barcelona, la mayoría piensa en su magnífico equipo futbolístico, y, últimamente, hasta en los problemas políticos. Pero no es de eso que quiero hablarles en esta pequeña crónica, sino compartir la impresión de una visita rápida pero maravillosa, a esa ciudad de influjos sin contrastes. Allí todo lo bello reina, cada elemento tiene un valor propio como en un juego de naipes.

Solo dos días, es cierto, y al parecer no mucho podría abarcarse al visitar una gran ciudad como Barcelona, pero cuando se tiene una guía como nuestra amiga Adelaida Morad, entonces, ya todo es posible. Ella se dedicó con gran esfuerzo a mostrarnos mucho de lo que vimos.

Comenzamos con el archiconocido Monasterio de Monserrat, algo que añoraba desde hace mucho. Allá fuimos, como niños exploradores en aventura, sin control de padres, ansiosos de descubrir detalles no antes vistos y narrados. Tomamos la llamada, “cremallera”, una especie de vagones ferroviarios eléctricos, que se propulsan a través de una catalina con gruesa cadena, en un viaje de unos 20 a 30 minutos. En ese trayecto se pueden apreciar las laderas cársicas del portentoso nudo montañoso donde se enclava el monasterio benedictino, y a su vez divisar un paisaje único del pueblo de Monserrat, y mucho más allá, hasta donde alcanza la vista desde una altura de 720 metros. Pasamos a menudo por la roca horadada que viabiliza el camino, y en otras ocasiones sobre pendientes en la ladera, donde el aroma del vértigo se confunde con la belleza del entorno. Luego al arribar y ver aquella majestuosa construcción, la primera pregunta que surge es: ¿Por qué decidieron construirla allí?. Tomando en cuenta el enorme esfuerzo que requirió, la única respuesta que nos parece posible es que la armonía entre el arte constructivo y el inigualable entorno de la naturaleza lo transforma en un lugar único que bien valió todos los esfuerzos hechos para erigirlo. Ni hablar de la belleza interior del monasterio, y sería imposible dejar de mencionar la imágen de la virgen morenita que allí reina, brindándo con su mirada la paz espiritual que todo humano necesita, sin objetar o exigir credo religioso alguno. A ella pedí, aun siendo un agnóstico, por la salud de amigos y familiares, y quiero creer que me complació y los bendijo. Al bajar visitamos brevemente las preciosas callejuelas del pueblo de Monserrat. Almorzamos en el restaurante español, “El Raco”, atendido por una familia marroquí, Yasine y su esposa Fátima, y que recomendamos por sus exquisitos platos. Y, hablando de platos típicos deliciosos, no dejen de probar el postre Mató, queso maravilloso de cabra con miel.

Seguimos con Adela quien nos acompañó en muchas otras partes de la ciudad, desde la Sagrada Familia hasta las otras edificaciones de Gaudí la casa Milá y el edificio Batlló.

En la noche fuimos a ver la Plaza España y el Parque de Montjuic, plenos de gente y de música.

Barcelona no solo es bella, es divina, y queda el deseo de visitarla de nuevo y de nuevo para apreciar cada uno de sus tesoros, los más famosos y los menos conocidos.


Photo Credits: Alexandru Paraschiv ©

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