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Adriana Mora
Adriana Mora - ViceVersa Magazine

Barcelona tiene magia (Parte V)

Al final siempre quedará la magia

Un buen lugar en Barcelona para ver todo tipo de gente es frente al Café Zurich, famoso no precisamente por su menú si no por haberse convertido en el lugar fijo de encuentro. Siempre se queda allí con los amigos cuando no se tiene un plan definido, lo cual tiene mucho sentido dada su envidiable ubicación: al costado derecho de la Plaça Catalunya, pegadito al Fnac y a un mini centro comercial llamado El Triangle, justo en frente de la salida del metro de la línea verde de Catalunya y del FGC. Las Ramblas están solo a un cruce de distancia. No conozco a mucha gente que haya entrado siquiera a tomarse un café en este lugar y sin embargo es uno de los sitios más reconocidos y su terraza una de las más concurridas, no necesariamente por clientes si no por la gente que queda en ese lugar. Con la cantidad de personas que aparecen especialmente los fines de semana, a veces resulta una odisea encontrarse. Que sea un lugar fijo no quiere decir que sea fácil.

Cuando el plan es ir a ver la maravillosa fuente mágica de Montjuic, que de jueves a domingo en verano y los viernes y sábados en invierno, se pone su traje de luces para seguir el ritmo de la música que la acompaña, el lugar de encuentro es la Plaça d’España, una bella estampa de la ciudad y como tal, inmortalizada en muchos álbumes fotográficos, ya que es la entrada a la montaña de Montjuic y está custodiada por dos torres venecianas –réplica idéntica de las torres de la Plaza de San Marcos de la ciudad italiana– que demarcan el camino hasta el Museo Nacional de Arte de Cataluña, un impresionante palacete que se alza sobre las escaleras contiguas a la fuente mágica. Y la fuente es mágica porque su show de música, luces y colores es hechizante como la ciudad misma. Uno de mis planes favoritos en verano –y el de muchos locales y turistas– era sentarme en las escaleras del museo y disfrutar del espectáculo mientras tomaba una cervecita. Una vez acabada la función, esperar media hora a la siguiente, porque una vez no es suficiente. Esta es una de las atracciones más visitadas de Barcelona, pero la más, sin duda, y de toda España, es la Sagrada Familia, la obra cumbre del genio Antoni Gaudí. Aunque a mí, por su ambiente, el Parc Guell siempre me pareció más guai.

Es difícil imaginar Barcelona sin las obras modernistas de Gaudí, que más que atracciones turísticas son parte del ADN de la ciudad. Es difícil también desligarla de toda forma de cultura de la que se ha visto provista en diferentes etapas. Aquí han vivido numerosos artistas, que de alguna u otra forma han dejado su paso por la ciudad. Basta con hacer un recorrido para descubrir su herencia, más allá de la que se encuentra en los museos. El café Els Quatre Gats, por ejemplo, en la calle Montsió, aún exhibe obras de Picasso y Rusiñol, algunos de sus primeros clientes, y aunque el local sigue aún en vigencia, lo es más por la gloria pasada de sus paredes que por la calidad de su servicio.

Yo no fui a Barcelona tras los pasos de García Márquez o Vargas Llosa, ni tratando de sentirme un poco más escritora, pero dejé la ciudad con muchas historias que espero convertir en cuentos. En el tiempo en que viví en Barcelona escribí poco y no deja de hacerme gracia la ironía de que la ciudad que más me ha inspirado a escribir, fue a la vez en la que encontré menos tiempo para hacerlo. No es culpa de la ciudad, claro, es solo mía. Pero en Barcelona pasan cosas. Todo el tiempo. Y como estudiante latinoamericana no quería perderme de nada en mi estancia europea, ni viajes de fin de semana por Vueling o Ryan Air a cualquier ciudad del espacio Schengen con vuelos en promoción, ni la noche de los museos en mayo, ni la noche de Sant Joan en Junio, ni la fiesta de La Mercé en septiembre, ni los domingos de verano en la playa de La Barceloneta, ni los paseos en bici por la Diagonal, ni las escapadas a la Costa Brava, ni las salidas a comer calçots, ni vivir los partidos del Barça, porque hay que “vivirlos” en esa ciudad y no en otra, así sea en el Camp Nou o en el piso de un amigo con pizza del Mercadona y Lambrusco rosado.

A pesar de una despedida prolongada de ocho meses que incluyó una breve estancia en Boston, al dejar Barcelona sentí lo mismo que cuando uno termina con un novio al que ha querido mucho y con el que se llegó a pensar que se iba a estar para toda la vida.

Hoy, a Barcelona, además de cariño, le tengo gratitud. Me dio el título de un máster, un trabajo en una de las mejores universidades españolas, grandes amigos y experiencias. Y viajes. Muchos viajes. Sin embargo el viaje a Barcelona ha sido para mí el más importante, sin este no hubiesen existido los otros. Y aunque me haya llevado tres años escribir la última página de este texto que inicié justo después de regresar a Colombia en el 2012 como un homenaje a la ciudad donde fui feliz, feliz, muy feliz, y aunque ahora no la extrañe, Barcelona sigue siendo mi ciudad favorita del mundo. Porque la magia no termina aun después de revelado el truco.


Photo Credits: Lali Masriera

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