Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
esteban escalona
Photo Credits: Steven Pisano ©

Bailando con tu vecino

Muy temprano por la mañana mi esposa llegó con la noticia que había escuchado en los noticiarios del gimnasio. Como ya nos habíamos perdido el desfile del 5 de mayo por toda esta lluvia que no para, nos organizamos rápidamente y trabajamos en los quehaceres del día sábado para salir al Dance Parade 2019. El día estaba para celebraciones. Un sol primaveral nos acompañó camino a la estación del metro en la 96th. Fuimos con la idea de ir preguntando y buscando pistas sobre la ubicación y recorrido del desfile ya que no sabíamos exactamente donde era, pero no fue necesario ya que en la 86th, se subieron unas bailarinas con  trajes “verde amarelo”. Eran dos colombianas y la otra chica, tal vez venezolana, cuyas conversaciones llenas de gracia se acoplaban y atropellaban unas a otras con eso de vaina para aquí y la vaina para allá, llenando el espacio de sazonadas entonaciones que tanto me atraen. Las chicas se bajaron en la 23 y obviamente nosotros las seguimos.

La calle estaba rebosante de bailarines concentrados en sus quehaceres previos, ajustando arreglos a sus trajes tornasolados, marfiles telas o simplemente conversando entre ellos. En tan solo una calle vimos caporales bolivianos con brillantes trajes de tonalidades primarias, enaguas, sombreros, algunas bailarinas chinas de elegantes vestimentas de seda, bailarines de Hip-Hop, una comparsa y muchos niños bailarines de sonrisas ansiosas acompañados de sus padres. Como aún faltaban unos quince minutos para el comienzo, nos desviamos por Broadway, que era la ruta principal del desfile, y buscamos una buena ubicación que encontramos frente a la heladería Venchi casi en la esquina de la 17th y de Union Square. Ya había mucha gente esperando en las barreras de contención, preparando sus cámaras o conversando entre ellos con alegría contagiosa y fraterna. Es fácil conversar con un neoyorkino, más aún en este tipo de celebraciones. Otras personas iban y venían abstraídas en la urgencia de una cita, paseando a sus mascotas, concentrados en sus teléfonos o quizás también buscaban un buen lugar para disfrutar del espectáculo.

Y comienza el desfile.

A lo lejos aparece un espejismo de festivas bailarinas ecuatorianas. Con sutiles y graciosos meneos de sus faldas, coquetas miradas de muchachitas campesinas, pasan por la calle moviendo sus manos como proclamando a la madre tierra en una perdida ciudad de cemento. Pero su breve paso deja una espera de largos minutos que enfría mi ánimo. Son largos minutos de incertidumbre hasta que aparece un grupo de samba que me prende como un cohete y así también al abigarrado público que aúlla a su paso. Son un conjunto de salvajes amazonas que danza al ritmo de tambores, cuicas con su tucutucutucutucutucu…, panderos y cánticos profanos mientras dan vueltas y vueltas como girándulas. La fiesta ha comenzado pero una vez que el cortejo pasa, se produce otra larga espera que me enfría. Estas esperas entre cortejo y cortejo me incomodan. Durante el desfile de San Patrick, pasaba lo mismo. Desfilaba un grupo de música, y luego había que soportar una incómoda espera, para que luego apareciera un nuevo grupo. Cortan mi inspiración. Soy un polvorín de adrenalina que no quiere dejar de explotar ¿Porqué no pasan todos de una vez? Es lo que me preguntaba y me pregunto ahora. Pero de todas formas esto es solo un detalle porque me encanta ver la participación ciudadana, el uso festivo que dan a sus calles, ver como muestras sus cuerpos danzantes ante su comunidad sin complejo alguno haciendo lo que les apasiona. Por ejemplo, las “Big Apples” me fascinaron con sus movimientos dulces y a la vez provocadores, era una formación de náyades en trance bajo los efectos del pop ochentero y que sacaron entusiastas aplausos de la galería. Luego bailes tribales que me llevan al origen del mundo, odaliscas con sus vientres al sol, isleñas, la enigmática India, pavorreales extraterrestres, corsé, corpiños, portaligas, traviesas mariposas en patines que se cruzaban gozando la música disco. También pasaron algunas formaciones con danzas que, para un Latinoamericano acostumbrado al sabor de las caderas, resultan un poco rígidas como el Tap, Scottish and Irish dancer o incluso esos bailes eslavos o rusos con jovencitas de miradas señoriales. Muchas compañías de baile o incluso solitarios bailarines de Queens, Bronx, Manhattan, Brooklyn, de Japón, China, la India, Ecuador, Bolivia, Cuba, Irlanda, África, México, danzaron por cuadras y cuadras hasta terminar en el Tompkins Square, mostrando diferentes culturas y estilos. El Dance Parade es una fiesta de la comunidad de Nueva York. Una fiesta del ser humano, una oportunidad de mirar a los ojos, conocer y conectarme con mi comunidad mediante el baile.  Y es mediante esta participación que se construyen ciudades más amables y modernas. Es así como se ha construido Nueva York en un estado próspero y vanguardista.

Quizás todo esto me ha fascinado porque en mi país las calles son usadas generalmente para protestar contra la marginación, el abuso, son campos de batalla donde se debe luchar para lograr derechos básicos de subsistencia. Ojalá la gente sintiera la seguridad de salir a sus calles para disfrutar y mostrarle a su comunidad lo que les apasiona. Por eso me encanta observar todo esto. Me encanta bailar junto a mi hija y disfruto mucho su dulce mirada cuando un bailarín corre a regalarle un globo. Todo esto es un espectáculo realmente hermoso.


Photo Credits: Steven Pisano ©

Hey you,
¿nos brindas un café?