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Maradona
Photo: Dani Yako, Public domain, via Wikimedia Commons ©.

Ayer y hoy

Fausto y yo nos conocimos abrazándonos cuando la Argentina le ganó a Inglaterra con ese gol, aquel gol, el mejor de la historia del fútbol. Yo tenía dieciocho años, él veinte. Yo estudiaba bioquímica, él letras. Poeta y futbolero, yo no sabía ni jugar con palabras ni con la pelota.

Unos años después nos volvimos a encontrar, yo me había recibido y trabajaba en el laboratorio de una tradicional clínica porteña, ganaba buena guita. Nos volvimos a abrazar sin partido de por medio. El golazo fue enamorarnos. Él no había terminado la facultad, pero qué importaba. Nos casamos.

‘¿Nimiedad? No la hay
Todo es cuerpo divino
Y la hermana muerte.’

Esta fue una de las tantas estrofas de las que creí que Fausto era el autor. Pero resultó que las copiaba. Cuando encontré los libros marcados y vi, por ejemplo, que esa bella cita era de Diana Bellessi y otra de sus genialidades en realidad era de W.B. Yeats, se me cayó el alma al suelo. A pesar de todo la volví a leer:

‘La hora menguante del amor nos ha asediado,
Hartas y cansadas están hoy nuestras pobres almas;
Separémonos antes que el tiempo de la pasión
nos haya olvidado,
Con un beso y una lágrima sobre tu frente inclinada’.

Una mañana lo interpelé con los libros en la mano mientras intentaba no sacar los dedos de las páginas correspondientes a su plagio para mostrárselas. Me respondió con una sonrisa irónica, que lo hacía para aprender. Sin quitar su mirada absorta del televisor ante la repetición de los mejores goles de Maradona grabados en un videocasette donde los había compilado, sentenció casi sin mover los labios “Cuando sabés parodiar a un poeta quiere decir que lo incorporaste, que lo entendiste”.

Yo quedé extasiada con su respuesta, salí caminando hasta el sanatorio como si pisara las nubes. ¡Cómo jugaba con las palabras! Le pedí que me prestara los libros para leerlos esa tarde mientras esperara los resultados de algunos estudios urgentes.

Pronto llegaron las bebas, primero nació Deméter, después Perséfone. Acepté esos nombres horribles para nuestras hijas porque Fausto aseguraba que así se llamaban dos diosas griegas. “Si nacen de vos es lo menos que se merecen”, argumentó. Sin embargo, cuando Deméter empezó el jardín de infantes los compañeritos se quedaban con la boca abierta cada vez que ella contestaba a la pregunta ¿Cómo te llamás? Y a la tarde no paraba de sonar el teléfono, eran las mamás de los chicos, querían saber si era verdad que mi hija se llamaba así, o si sus respectivos pequeños estaban delirando. De más está decir que pasó lo mismo con Perséfone. Fausto imperturbable, él seguía minuciosamente la vida del Diego.

Tengo que reconocer que mi marido siempre trajo algo de dinero al hogar. Los talleres de poesía tienen bastantes participantes. Incluso este año de pandemia se acomodaron al zoom. Debo aclarar que durante el verano, sus alumnas- porque son todas mujeres- siempre se tomaron largas vacaciones en distintas playas de Brasil, Uruguay o el Caribe. Expuestas durante meses al sol implacable, cultivaban cánceres de piel (si lo sabré por los resultados del laboratorio) y así iban rotando. Algunas dejaban y aparecían otras nuevas.

La semana pasada creo que escribió la única frase poética de su autoría en nuestros veinte años de matrimonio. El verso dice así: “Otra vez la mañana se encarga de que yo suceda”. Lamentablemente no pudo seguir con su propia creación, a las pocas horas nos sorprendió la noticia de la muerte de Maradona y Fausto anunció que debíamos correr a la Plaza de Mayo a darle el último adiós. ¿Y el coronavirus?, pregunté. Trajo tres envases de alcohol en gel. Nos dio uno a cada una. Me tiró un poco en la cara, supongo que fue para mostrarnos cómo hacer cuando algún distraído pasara el umbral de la distancia social obligatoria.

Después del funeral, durante tres días caminó cabizbajo por la casa buscando rimas. Maradona-casona-testosterona/ Fiorito-grito-Quito/Gol-farol-girasol. Creo que además pasó las tres noches de la misma manera, lo escuché entre sueños.

Hoy me levanto aliviada, veo que al menos durmió en nuestra cama. Vamos los cuatro a desayunar. Las nenas están por terminar su año lectivo online. De pronto Fausto dice: “Como drogadicto al Diego yo lo respeto profundamente. Lo que hizo en la cancha ya no me importa”. Se me cae la taza, se rompe, se vuelca el café con leche. Las nenas me ayudan a limpiar. Él sigue comiendo su medialuna.

Deméter, Perséfone y yo estamos preocupadas, muy preocupadas.


Photo: Dani Yako, Public domain, via Wikimedia Commons ©. Diego Maradona celebrates his goal v. Belgium at the 1986 FIFA World Cup. At background, Jorge Valdano. Scanned from Viva magazine of Argentina. 25 June 1986.

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