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natalia bravo
Photo Credits: Michael Cory ©

Aves Migratorias

Lo supo cuando empezó a escribirle expresiones atemporales, términos que sólo existen en los diccionarios, en la boca de los poetas o candidatos presidenciales: “eternamente”, “para siempre”, “aquí estaré”.

Arrastraría consigo toda evidencia de su amor por él sin importarle que los moretones internos acentuaran su derrota. Obligaría al cuerpo estigmatizado, desarropado y hambriento a perseguir sus ideas tercas como la sombra que decidió apostar en el camino. No fuese a ser que su sombra también le recordara el maldito apego que la había abstraído; ese diablo la despertaría con la puntualidad que él nunca pudo alcanzar: a las tres de la madrugada ella dejaría de promocionar la libertad, sellaría con cera la carta nunca enviada y retendría el orgasmo, porque ¿cómo podría permitir que el acto sublime de la química finalizara con satisfacción física?

Sería sensato pensar que buscaría lo inverosímil, proviniendo de una casa donde los cuchillos no cortan y su oído derecho escuchaba boleros mientras el izquierdo mantenía el portón abierto a la década de los sesenta. Además de haber sido una silueta expuesta regularmente a una pantalla de cine o un libro donde la realidad está edulcorada.

El distanciamiento de aquel hombre le recordaría el disgusto que le produjeron las rejas impuestas en su ventana y la vez que descubrió lo único que sus padres no podían ofrecerle: la reciprocidad del resto.

Su ausencia está tan presente que deja marcas en el colchón; la hace bañarse dos o tres veces al día como un borracho al que intentas despertar con un balde de agua fría, o una víctima de violación que insiste en restregarse el jabón en la piel estrujada. Está en todas las habitaciones prohibidas donde consumieron sus ganas, en las afueras de la casa donde no pudieron resistir más y quedaron desnudos frente al enjuiciamiento del vecindario.

¿Cómo no regresó desesperado por rosar tu piel aterciopelada, tus brazos talla única que encajan perfectamente a su forma, tu espalda reclinable y a emitir el sonido que hubiesen podido pronunciar al unísono? No hay instrumento de percusión que retumbe a tal fuerza.

Y tú, tú estás aferrada a su mirada plana, al oído consagrado que por madrugadas maceraste con saliva que hasta ayer aclamaba por ti. Quisieras mantenerlo eternamente adentro, aunque su órgano no sea una pieza más de tu cuerpo –penétrame con más fuerza que no te siento-. Quisieras quedarte para siempre, repitiendo la misma función como él lo hace en el Cirque Du Soleil, que sea la audiencia la que los descubra reinventándose acto tras acto, tras acto…. Podrías decirle “aquí estaré”, pero el tour jamás finaliza; tienes tanto por crear, hay tanta música por tocar.

Tu soldadito de plomo no es el Cascanueces que te acompañó en tu niñez, está acorazado por baquetas, no baila ni le gustan los musicales. Ambos sabemos que esto es un paraíso de mentira: Neruda pedía que el amor nos salvara de la vida cuando prefería acostarse con putas.


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