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Av. Las Acacias: Apuntes y puntas

Domingo Michelli, in memoriam

Oñio chiamo semaldito me lanzoel carro qué coño lepasa.

La Av. Las Acacias en todo su esplendor. Dueña de un tráfico inexplicable e imperturbable (los espacios libres a lo largo del asfalto se mantienen vacíos, aun con bocinazos contaminando el sonido), presenta una ruta tomada diariamente por casi todo caraqueño que trabaja en el oeste y vive a lo largo de la Av. Libertador. A su izquierda, además, se erige uno de los ícono arquitectónicos más representativos de la ciudad: La Previsora. A su derecha, con menos elegancia, el primer edificio inmediatamente reconocible viniendo de la estación de metro Zona Rental es el Bar-Hotel Tiburón, un albergue de dudosas visitas. Más adelante se salvan moralmente (dirían unos) las edificaciones de la acera con la presencia de una residencia estudiantil avalada por el Estado.

Irrga ahora lo queme provoca eju namburguesa bein gruesay jugosa.

En medio de la avenida, ignorando sus canales delimitados, va Yonder (o Giovanni o Juan, su nombre podría ser cualquiera) en su moto. El tráfico siempre presente evita que su velocidad sea la típica; es decir, lo suficientemente alta para que vuele por los aires si llegase a despistare por un segundo. Y con todos los carros tratando de cruzar infructuosamente…

–¿Yava queloque diceahí?

“Agarra dato: come sano,” es lo que dice ahí. Parte de una campaña del Instituto Nacional de Nutrición (INN), la previamente mencionada residencia estudiantil muestra una larga tira con tales palabras. Esto con intenciones de reducir los porcentajes de obesidad que afectan a la sociedad venezolana.

Porque, obviamente, en una ciudad donde el ‘malandreo’ es lenguaje de todo ciudadano, así se logrará reducir cualquier enfermedad ligada al sobrepeso y el mal comer.

Everdá everdá tengo quiagarrá dato polquesi no memoriré y no miaguantará lamoto.

“Agarra dato: come sano.” Después de todo, no es ideal que los habitantes de este país que se ha visto forzado a importar comida llenen sus barrigas con cualquier ‘resuelve’ que consigan en la calle. ¿Hamburguesas y empanadas grasosas a precios baratos?, nada de eso. Mejor gasta tu salario, que cubre toda necesidad y gusto por darse, en hacer un buen mercado que haga de tu cuerpo una estatua de marfil. ¿Cómo podría, pues, reaccionar distinto nuestro Yonder (o Giovanni o Juan) al vislumbrar aquel afiche desde su rojísima motocicleta?

No sé. Dicen las buenas palabras que, desde que inició tal campaña, ahora se hacen colas inmensas en Plaza Venezuela de gente que pide sus perros vegetarianos, sin salchicha. ¡Ah! Y que cada vez son menos las areperas que abren sus puertas al público; pónganse las pilas y vayan comprando harina integral. No vaya a ser que se les caiga el dato y consideren el mensaje institucional como algo somero y, francamente, estúpido.

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