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Graciela Pantin

Atestaciones

 

Rictus

¿Donde duermen las mariposas?

En el alma de un violin.

 

La respiración se les raja entre los huesos. Se baten. Los retienen.

Los torturan

Mueren.

El dolor se anuda entre los dedos. Nada lo calma. Partirán entre banderas blancas con el adiós a la vista.

 

¿Donde dormirán las mariposas?

En el sobaco de las hojas

 

El Rodeo

A Ángel Blanco le faltaban tres meses para salir en libertad.

Tenía 23 años recién cumplidos.

Lo apuñalaron por la espalda. Se desangró en el piso.

Su nombre quedó en la lista de los presos muertos por la violencia en una cárcel venezolana.

Su memoria quedó escrita en un papel doblado que encontró su madre en el bolsillo de su pantalón:”Quiero vivir”.

 

Petare

Le dieron el pitazo. Lo estaban buscando. Ya él sabía que pronto llegaría ese momento.

Sus amigos habían ido cayendo de uno en uno.

Asustado, fue a la iglesia para hablar con el cura que lo conocía desde niño. Había sido su devoto monaguillo.

Al entrar por la puerta principal, el olor lo llevó diez años atrás, haciéndolo sentir bien recibido.

Venía corriendo, estaba sudando. Se sentó en el banco de adelante para descansar hasta poder respirar normalmente.

Al rato, se paró. Quería buscar al sacerdote. Caminando por la fila central, se santiguó al cruzar frente al Santísimo.

Llegó a la sacristía. Abrió la puerta. Reconoció su chírrido. Avanzó.

No había nadie, pasó más adentro y lo encontró leyendo. Le dejó caer una súplica:

-Padre, ¡me están buscando! Están cerca. Ayúdeme. Son vainas de venganza de malandros.

Él sacerdote, levantó los ojos, cerró el libro y sin hacerle preguntas, lo condujo hasta el confesionario.

Ambos tomaron sus respectivos lugares y se quedaron en silencio.

-¿Qué hago?, le preguntó Yaybir.

-Reza, respondió el cura.

-Pero ya es un poco tarde.

-No importa, tarde será cuando lleguen.

Escucharon los pasos y los gritos del grupo de policías entrando a la iglesia.

El corazón de ambos sonaba como el batuqueo de los tambores de San Juan.

Los sintieron llegar hasta la sacristía.

Yaybir, con los ojos cerrados, se concentraba para pedirle a la Virgen que no lo encontrasen.

El Padre no levantaba la voz. Hasta que de pronto, ¡gritó! y en un brinco, salió del confesionario dando manotazos. En una sola bulla, de palmadas y alaridos, saltaba entre los bancos de la iglesia, aparentando estar cantando y bailando flamenco.

Los pacos llegaron a pararse frente a él. Lo rodearon.

-¿Qué te pasa loco?…¿no has visto al Yaybir?

El cura no paraba de moverse al ritmo de la guitarra imaginaria.

Ondulaba sus brazos y zapateaba su tacones hundiéndolos sobre el piso de madera. Sin parar de girar sobre si mismo, la sotana negra se le abrazaba a las piernas haciéndole una orla cual faraláo sevillano.

-¡Épa vale, pero coño…!¿qué te pasa? ¡Curita! Para ya.

-¡Mira cura, quédate quieto o te damos!

En el afán de su baile y concentrado en sus movimientos, fue recorriendo la iglesia hasta llegar a la puerta.

Atrás de él, el grupo de policías aturdidos y desconcertados, le seguía en una ronda.

Al escuchar el alboroto, la gente de la calle empezó a pararse en la puerta de la iglesia. Cada vez eran más los curiosos que se acercaban sorprendidos por el espectáculo.

Yaybir, al superar lo inesperado del suceso, aprovechó la distracción del grupo, para salir, y correr lejos hasta sentirse a salvo.

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