Hay atardeceres que son premoniciones. Uno de ellos lo viví en Manizales, ciudad del eje cafetero colombiano engarzada en cumbres de montaña. Al final de una jornada filosófica en la Universidad de Caldas, nuestros anfitriones y amigos queridos, Juli y Alejo, nos llevaron a Pablo, filósofo chileno, y a mí a una cima en Chipre de Manizales. Desde un mirador, vimos a la tarde plácida rendirse ante la noche.
Observé el paisaje de verdes valles y cerros ondulantes entre cordillera y cordillera, entre la Central y la Occidental. Más allá de ésta, se ponía el sol sobre el Pacífico con la suavidad translúcida de topacios azules y amarillos.
Aunque las montañas azuladas ocultaban al gran oceáno, en mi imaginación sus aguas impetuosas y profundas también brillaban como topacios y se reflejaban en tus ojos lúcidos. Te presentía y vislumbraba en los destellos de aquel atardecer, aunque aún no te hubiera conocido.
Photo by: Alejandro Bayer Tamayo ©