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Teresa Casique

Áspera Lima

ni sé si voy 
conmigo a solas viajando.
A.M.

El Óvalo de Miraflores es como un tentáculo que distribuye gente, tráfico y ruido a partes iguales. Me dejo llevar por la marea que desciende por un largo bulevar flanqueado de restaurantes, tiendas, cafés, centros de estudio, la Iglesia de la Virgen Milagrosa con su resplandeciente aureola y el parquecito Kennedy donde entre las flores de la estación decenas de gatos retozan duermen comen saltan deseosos en su memoria ancestral de refugios menos expuestos al ajetreo citadino. Apostado en un banco, el sereno[1] distraído celular en mano; en el Haití bandejas van bandejas vienen; un niño me aborda con un dulce de olor picoso que intenta canjearme por un dólar ante los ojos de un perro perezoso.

Voy bajando, dicen que el descenso conduce a algo que puede quizá transmutarse en belleza, una palabra pomposa pero que no hay que esquivar. Y de pronto se revela el mar soberbio helado turquesa limpísimo desplegando vientos para surfistas. Magallanes le dio su nombre y no está mal no obstante tifones tempestades tormentas ventarrones huracanes: uno bautiza el puerto donde desembarca por empatía con la acogida que recibe. No es el litoral de aguas serenas del portugués el mismo que estoy viendo, borrascoso, pero acepto Pacífico con agradecimiento. Lo recorro de una mirada. Antes de irme vendré una vez más a despedirme de esta costa, muy abrigada vendré. Libre de la aspereza que me fue deparada, vendré.

El malecón parece vaciado de peruanos. Paseantes norteamericanos y alemanes de muchas edades muestran unos ojos ávidos de no sé qué. Es una ansiedad por lo nuevo que no les sale al paso, por lo antiguo que no se revela, por lo fantástico que no logran identificar, por lo eterno que no muestra su rostro. Doce grados es para ellos una fiesta primaveral, de allí su indumentaria ligera, pálida, a veces cruzada por un bolso étnico, una banda de colorines en la cabeza o aderezada con un bollo de pan y su consecuente botella plástica de agua. Yo llevo en cambio un cortaviento grueso adosado al cuello y muy fresca la rudeza de algunas noticias televisivas, acaso más crudas por su amarillismo expedito; además, he optado por El Comercio luego de repasar titulares de toda la prensa exhibida en una suerte de gran marco cuadriculado de acero en el quiosco, una obligante aventura, pienso, para ir reconociendo el territorio que piso por primera vez. Todo el horizonte al frente. No hago ningún esfuerzo por evitar el viento marino, su furia helada. Durante todo el viaje tendré la sensación de estar pasando frío, de estar desabrigada.

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Señalado como el responsable de la catástrofe económica que llevó al Perú a ostentar una hiperinflación acumulada de 854%[2] a inicios de los noventa (García Pérez, supremo del APRA, gobernaba desde 1985), con sus consabidas escasez especulación bachaqueo larguísimas colas a las puertas de todos los expendios de alimentos y devaluación de la moneda; inculpado por consentir la actuación desmesurada de las Fuerzas Armadas[3] para enfrentar la violencia terrorista desatada por Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en los años de su primera gestión (pues gobernó en una segunda oportunidad entre 2006 y 2011), que terminó en cientos de víctimas; investigado por tolerar la represión militar que cobró la vida de varias decenas de ciudadanos al parecer vinculados a actos de terrorismo en los motines que quedaron históricamente reunidos bajo el nombre de la Matanza de las prisiones (junio de 1986); emplazado por diversas toldas partidistas a responder por actos de corrupción[4] con los que se habría beneficiado durante sus dos administraciones (pocas veces este vocablo tiene tan escasa pertinencia), y en golpe ya letal, puntual en dar paso a la instalación del «fujishock», la vuelta a la dictadura de los noventa, por estos días es común ver otra vez en la pequeña pantalla a Alan Gabriel Ludwig García Pérez con un traje de altísimo populismo cortado a la medida, su trama de tonos umbrosos ha tomado con los años una textura rancia que ya debería ser familiar y por eso repeler, pero extrañamente en vez de alejar parece atraer a la gente, y es así como portando el vestuario infortunado[5] que el político promete conceder propiedad sobre tierras a comunidades de provincia ―sigue teniendo el vozarrón de décadas atrás y una estatura que lleva a sus paisanos a mirarlo como se suele con las estatuas― y trabajar sin paz sin descanso sin tregua sin interrupción por erradicar la pobreza de los cholos, sus hermanos. Va de barrio en barrio y de pueblo en pueblo llevando su guión con miras a las elecciones que dejarán fuera de circuito a Ollanta Humala (a quien su padre designó con ese nombre deseando para él la suerte del guerrero de vista oceánica y apenas si ha podido sortear el cuadrilátero de la Plaza de Armas), a Nadine Heredia (y su aquilatado vestier, incluidos escándalos por corrupción) y un equipo ministerial que ha resultado poco competente en palabras de Sinesio López Jiménez, un sociólogo crítico (porque todavía los hay). García está en libertad (una muy cuestionable libertad moral) de postularse. Lo inquietante es que conserve y exacerbe la confianza en su «proyecto», con su deteriorado récipe neoliberal, de muy bien situadas capas de profesionales, expertos, técnicos, científicos, intelectuales que no esconden el entusiasmo (no lo olvidemos: del griego enthousiasmos, rapto o posesión por parte de un dios que se manifiesta en forma de arrebato fervor exaltación) y vuelven a ver en el funcionario del Apra (subsumido el recuerdo dorado de sus balconazos a patio lleno) a su profeta. García, el hombre que reaparece exactamente cada cinco años para postularse a la Presidencia de la República sin vergüenza retrospectiva alguna tiene el respaldo de gente amnésica muy ocupada.

¿Un adversario? Alejandro Toledo. (El circo es vasto, recibe apostadores a diestra, a siniestra). Construye su texto desde el ritmo candente de la actualidad: tirará la soldadesca a la calle para garantizar protección a su gente. Dice: «las Fuerzas Armadas y policía [tomarán callejones, pasadizos, callejuelas y toda otra vía pública] para matar la inseguridad ciudadana», una peligrosa oferta con la que por momentos parece retomar el libreto de Lope de Vega haciendo su propia versión. «Chapa tu choro Perú» es el nombre de la campaña que han dado los vecinos de aquí y de allá a la decisión de tomar la justicia por propia mano ante la apatía institucional. «El pueblo junto viene» a cobrar en vidas lo que la ley no resarce. «Cuando se alteran los pueblos agraviados, y resuelven, nunca sin sangre o sin venganza vuelven», dice el antiguo libreto de Lope. Algunos delincuentes han sido llevados ya a la hoguera, me han contado, al modo en que la Inquisición actuaba. ¿Toledo no es corresponsable de la disfuncionalidad de la instancia de justicia peruana, no le tocó ya una vez dirigir un equipo que debía conducir rectamente tribunales y sentencias dando al derecho una observancia ejemplar? Y la represión militar que vaticina ¿no repercutirá en la necesidad de otra Comisión de la Verdad para contar más muertos y competencias en caso de alcanzar la Presidencia?

La señora Keiko Sofía Fujimori Higuchi también se ha subido al mirador y al parecer encabeza las preferencias. En realidad, nunca ha bajado un peldaño. Fue la primera dama y es la heredera de un expresidente que cumple varias condenas por crímenes de lesa humanidad (no son pocas la voces que exhortan a la candidata de Fuerza Popular a pedir perdón y mostrar arrepentimiento público ante los horrores cometidos por su padre) y delitos de peculado doloso («apropiación de fondos o efectos que le fueron confiados para su custodia»: así que, en vez de velar y cuidar el patrimonio de todos los hijos del Perú, se esmeró en retenerlo formalizándolo como fortuna personal que según se dice, en el mundo cuenta con testaferros de todo tipo de negocio, nacionalidad y cuero). Además, pesa sobre él una sentencia de su Congreso peor o igual a la jurídica: «incapacidad moral». Ella es la sobrina de Rosa, Juana y Pedro Fujimori, los tres prófugos de la justicia acusados de enriquecimiento ilícito por apropiación de las donaciones filantrópicas japonesas[6] a las ONG’s Apenkai y Aken que, por disposición del entonces presidente Fujimori, hermano consanguíneo, ellos administraban.

Keiko Fujimori reconoció que hubo «errores» durante la gestión de su progenitor debido «a las acechanzas» de Vladimiro Montesinos[7], el asesor del gobierno durante los años del fujimorismo. En declaraciones suyas, su tía Rosa habría financiado en parte la educación que recibiera en la Universidad de Boston, donde se licenció de administradora en Negocios en 1997, una deuda que, arguye, su papá saldó con la venta de un terreno. Aún se investiga la procedencia del dinero que la hermana del exmandatario presentó con el propósito formador de la prometedora joven. Pero precisamente Montesinos también habría dado fondos para costear la educación de la hija de su asesorado de acuerdo con el relato de su exsecretaria M. A. Arce en una revista. El tóxico brebaje de corrupción fujimorista ha llevado a la exprimera dama a obviar el trillado tema en declaraciones públicas y debates y aun a solicitar a su bancada de la Comisión de Fiscalización oponerse a cualquier investigación sobre sus ingresos. Sofía es el nombre de la diosa primigenia, anterior a la creación, a la que debemos todos los saberes; madre y virgen de la sapiencia, sabiduría magna. Keiko no parece registrar el llamado de su segundo nombre, se le escapa en el vocativo su apelación a la verdad y únicamente a la verdad. Actúa como hija, quizá, y por eso gestionaría un indulto para su anciano progenitor[8]. Los hijos no son responsables…

«KEIKO estamos contigo» se lee en una valla artesanal de unos treinta metros por doce que interrumpe por segundos el paisaje alzado en medio de la arenisca, hecho creo de latón y piedra, donde viven centenares de almas fantasmales. En la vía contraria miro el mismo troquelado en el largo muy largo kilometraje que hay entre Punta Negra y Lima. De vez en cuando, a lo lejos, el oleaje marino surca la arena oscurecida y su ruido salvaje va a estrellarse contra el asfalto de la autopista.

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El mapa aparece de la nada entre las nubes por donde se desplaza este animal de Avianca. México Guatemala Honduras Nicaragua Venezuela Ecuador Perú Brasil Argentina. Sus dirigentes encarnan una ristra de populismos radicales que han ido a desembocar en un pútrido consejo de rufianes y sus varias capas de autoritarismo. Ni de lo que hemos vivido ni de las experiencias contemporáneas de la región con sus idénticas pesadillas seudoideológicas, económicas, políticas hemos conseguido asimilar algo. Somos como unas antenas repetidoras y una historia de vasallaje, burocracia, enferma ambición de poder y leyes a la carta se nos viene encima con su apremio delirante. Hay un gesto que podría encaminarnos, un gesto sencillo: mirar atrás. Ver, lo cual viene a decir «yo sé porque lo he visto». Y podría entonces entreabrirse una puerta, o quién sabe, un horizonte. Pero la fantasmagoría se impone, la banalidad de la reiteración, la indiferencia risueña y estúpida, la delegación, el tutelaje. De pronto irrumpe la azafata almuerzo en mano y el joven hindú que viaja a mi lado se interesa por una imagen del amorosísimo dios con cara de elefante que llevo en mi libreta. Está próximo el Ganesh Chaturthi, me informa con dulzura y solo por su mediación sagrada mi contento retoma su lugar y se rinde ante el loto enamorado.

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El azar me dispone como testigo de unas reuniones espectrales donde se encuentran amigas del cole, señoras profesionales a punto de ser jubiladas algunas, otras evadidas de la burocracia pública gracias a matrimonios de resuelta conveniencia, las hay empeñadas en llevar adelante verdaderas causas nobles y un reducido grupo independiente, muy trabajador. Todas están allí delante de una humita un pisco el vaso de chicha morada la leche quemada de la Pastelería San Antonio, una muy bien cuidada casona mirafiorina. No sé por qué cuando Nadine Heredia penetra la conversación veo la oportunidad de soltar un caliche: Venezuela ostenta la mayor tasa de inflación y el más alto rango de violencia planetarios. Me escuchan, cómo diré, sin asombro. No debido a que mi pregón sea archiconocido, por momentos tú no entiendes el rápido regreso a la frágil conversación, medias de lana, revistas, platos, ellas están en su rato libre de memorias comunes y primeros flechazos, llevan tejidos elegidos cuidadosamente para la ocasión sortijas de fiesta abrigos botas de moda, han viajado y tienen unas ganas locas de revelar lo que probaron aquella vez, ustedes no lo conocen, es muy viril risitas y más risitas. Se mezcla el ruido franco del comadreo en un aforo rebasado con el gesto de una ministra (sumada a una nueva convocatoria a la que vuelvo ya con un sentimiento de franca decadencia interior) concentrado en ofrendar el paladar con voracidad codicia ansia glotonería desenfreno.

Otro tanto hace su marido, un hombre intranquilo, rechoncho, El Ministro, se burlan los desconfiados que lo rodean, un individuo de baja estatura que no vacila en hacerse notar a cualquier precio. Al enterarse de mi nacionalidad pone el tema de maduradas y escasez sobre el tapete, por momentos parece interesado, me permite tejer un hilo tenso que se convierte en mi soga pues al rato, tras emitir un gruñidito pajaril suelta: serás una de esas que se irán con la maleta llena de papel toalet, ja! ¿Me sonrojé? No estoy segura, pero lo hago ahora al evocarlo. No encuentro distancia que separe mi condición de paseante de la que el hombrecito descubre en mí. «Tu patria, la vida / no conoce premios. // Solo te sostiene. // Cuanto más suyo / más extranjero…» [Rafael Cadenas]. Y una vez más la conversación elige una ruta expansiva de reminiscencias remembranzas recordaciones compartidas como el día en que una de estas vaporosas damas jazmines en el pelo y rosas en la cara airosa caminaba derramando lisura a su paso dejaba aromas de mistura que en el pecho llevaba… Al cabo algunas van a saldar la cuenta de su consumo comedido y el mesero acostumbrado cuenta los quince veinticinco doce ocho soles, también la ministra paga lo suyo y desaparece guardaespaldas al timón de su carroza blindada.

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Me sale al paso la Lima de una clase en ascenso que se aferra a los ecos campaniles de un boom económico de dos décadas, ocurrido gracias al empuje de su mercado minero en inmejorables condiciones de precios. El mismo boom que desde hace un buen tiempo exhibe su pantomima de despedida en el teatro de la codicia (ya me parece vislumbrar la cabriola del personaje que lo encarnara antes de ir a esconderse tras el telón). Desaceleración es el patrón que se manifiesta por ejemplo en el ramo de la construcción: la ciudad no puede esconder con una tela a lo Christo los proyectos paralizados, un edificio tras otro muestra en su esqueleto de concreto y cabilla plataformas donde las palomas gustan ir a soltar su caca. El oscurecimiento de la luz es su hexagrama. Los ingresos mineros se estancan ante la retirada china proyectando desempleo en toda la franja.

¿Qué quiere decirnos el aire ufanado del ciudadano limeño por su pasado virreinal? No lo sé. ¿Quizá sublima así lo que en el fondo es una enorme indigencia? Miraflores San Isidro Barranco San Miguel Santiago de Surco son apenas algunos de los distritos donde una minoritaria casta media lucha por esquivar eludir evitar no toparse de ningún modo con las multitudes pobres que no tienen participación en el reparto de los panes y mucho menos con los agujeros suburbanos donde viven. Un país capitaneado por un dirigente elegido no obstante su procedencia militar y golpista, cuya esposa, ahogada en escándalos de corrupción suena como candidata presidencial para el 21, exhibe en la capital vitrinas para holgadas cuentas bancarias: en nuestra Caracas cada vez más pospetrolera no hemos tenido ni en el tiempo de bonanza, uno que ni con ligereza pueda evocar lo que deparan a los ojos ostentosos malls como Larcomar Jockey Plaza Salaverry… Están las firmas de las vidrieras de París o Milán, pero no es lo que importa, lo que me resulta perturbador es el tono grandilocuente de la arquitectura, de la decoración interior de tiendas, restaurantes, centros empresariales, financieros, supermercados, la disposición lujosa hasta de estacionamientos y servicios, la iluminación controlada al milímetro en sus efectos. A más de la astronómica reiteración de cadenas comerciales como Saga Falabella Ripley Wong Vivanda Plaza Vea Tottus. Es la ciudad que no mira a la cara a sus empleados más acanelados y paga entre diez y doce dólares a la provinciana de Puno, Tacna, Arequipa por casi once horas de trabajo ininterrumpido mientras la obliga a comer sus papas fritas de días anteriores.

Me asombra su parque vehicular importado cuyos dueños ignoran las vías más públicas y avenidas centrales no en busca de caminos verdes para llegar más pronto a sus destinos sino para no mirar de frente el destartalado ejército de combis, busetas, autobuses donde a cualquier hora una ciudad extenuada dormita a boca abierta y ronquido. El mejor de los eufemismos limeños es el de su sistema de transporte público que tardé una semana en empezar a comprender, incluidos los guiños entre choferes y cobradores que nunca me dieron vuelto cuando pagué con dos soles a cuenta de mi sonora extranjería. (Debo, sin embargo, retener en esta nota el Metropolitano, un servicio de autobuses que viaja por corredores creados para sus rutas, donde aunque también apiñados, vamos «seguros y a tiempo» a cualquier destino).

La Lima de las combis es multitudinaria (y algunos creen inocentemente que desaparecerá en breve. Tengo la certidumbre de que no las ven. En esto son inflexibles los peruanos como ningún otro pueblo que haya conocido: excluyen con resolución lo que los disloca). Es que las combis desordenan el paisaje visual, desacomodan el ánimo de los conductores de automóviles de vidrios ahumados, de las muchachas refinadas de botines a la moda y abrigos de marca, espantan por su fealdad expedita grosera rústica inconveniente. Pero no me estoy refiriendo al ruinoso aspecto de las chatarras con cuatro ruedas que adjetivan como «asesinas» por la velocidad que alcanzan entre una y otra esquina. No. Hablo de los centenares de usuarios que cada día suben y pasan largo tiempo comprimidos entre los veinticinco centímetros de un par de zapatos y otro. Son los mismos santos inocentes del cineasta Mario Camus pero en su idiosincrasia peruana que se desplazan duermen callan y jamás aparecen en malls o malecones de Miraflores o Barranco. Solamente una generación de fotógrafos (que colma la colección del Museo de Arte de Lima) y uno que otro cineasta dramaturgo poeta ha reparado en ellos: «…porque arriba / hay algunos que manejan todo, / que escriben, que cantan, que bailan, / que hablan hermosamente, / y nosotros, rojos de vergüenza, / tan solo deseamos desaparecer / en pedacititos.» [Carlos Germán Belli].

En las combis y algunos microbuses que ruedan por toda la ciudad suele dar la cara ajada-negra de hollín y silueta huesuda por lo general una persona de cualquier edad, rota hasta el fondo de su espíritu, que pasa el día en un solo pregón: trabaja con sus pulmones, con una humanidad agachada, apostada a la puerta corrediza que debe mantener cerrada mientras la camioneta esté en movimiento y abrir para coger fieles a su llamado estruendoso de Todo Benavides Todo Benavides Toooodo Benavides Óvalo de Miraflores Pardo Toooodo Pardo Salaverry Óvalo de Higuereta Jesús María La Molina Lince Breña Óooovalo En la noche alta ya no vocifera y se lleva a dormir su calvario de humo. Pero nadie lo ve. No existe. No se habla de él, de ella. Se lo traga su invisibilidad. «¿Voy por donde cae el hilo que tantea su abismo? / Memorioso y cáustico recorto mi paisaje / este país largo y tendido como trenza de ríos que se rechazan entre sí / me devuelven una convivencia fallida…» [Domingo de Ramos].

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Cada ciudad tiene sus espectros, los hay sombríos, charlatanes, bebedores, bullangueros, sepulcrales, silenciosos… Los ven las almas afines. Debí de haberme convertido en uno de ellos pues en un tiempo vertiginoso me fui acostumbrando a una sorda segregación que se materializó en una noche en que mi venezolanidad y todo a lo que remite esa condición político-económica en este momento confrontaba demasiado a la anfitriona (ya sabes, escasez racionamiento control cambiario hiperinflación violencia recesión «pobreza pues», condensó un paisano suyo) y no dudó en hacerme llegar el mensaje: prefería mi silencio en torno al tema «gubernamental» en su reunión. Debía convertirme en una convidada de piedra. Pero al rato a la chica no le bastó con imaginarme en un rinconcito hablando con la chino-peruana de rango normal de memoria que no solo recordaba con franco pavor el ensayo nacionalista del Alan Gabriel Ludwig de los ochenta, sino que hasta el día de hoy compra por partida doble todo aquello que su instinto le dicta que puede desaparecer de un momento a otro para sentirse abastecida. No había pasado media hora desde el primer mensaje cuando la muchacha que invitaba se lo pensó mejor y ya se sentía incómoda de que yo anduviera mirando con ojos sociológicos sus dominios, así que deslizó un mensaje definitivo: prefería mi ausencia. «Nadie te va a abrir la puerta () / Tú estás solo, al otro lado. / No te quieren dejar entrar. / Busca, rebusca, trepa, chilla. Es inútil. / Sé el gusanito transparente, enroscado, insignificante. / Con tus ojillos mortales dale la vuelta a la manzana, mide con tu vientre turbio y caliente su inexpugnable redondez. / Tú, gusanito, gusaboca, gusaoído, dueño de la muerte y de la vida. / No puedes entrar. / Dicen.» [Blanca Varela]. La invisibilidad es una marca que se impone al diferente, al loco, al enfermo, al tonto, al extranjero, al poeta. No te quieren dejar entrar No puedes entrar. Allá, en la corriente de la conversación plana, en el escenario paradójicamente muy desértico, no debes entrar porque interrumpes el menudeo con lo que traes del mundo subterráneo, de ese universo descorazonado inseguro desequilibrado precario de donde vienes, de donde eres.

Aquella generación de artistas, editores, poetas, escritores que fotografió Baldomero Pestana[9] (un gallego que eludiendo la guerra fue a parar a Lima y como siguiendo la orden de un oráculo retrató a la que tal vez haya sido la más potente generación de intelectuales y creadores peruanos), se constituyó para mí en la gran epifanía de este viaje. Allí estaban los rostros muy vivos de seres con los que he convivido en la lectura silenciosa, llena: Arguedas, Ribeyro, Sologuren, Blanca Varela, Bryce Echenique, Martín Adán, Vargas Llosa, Fernando de Szyszlo y algún que otro político serio, «…mi país es una fiesta de ebrios, un fragor de batalla, una guerra civil, / un silencioso páramo cuyos frutos son jugosos, / un banquete de hambres, un templo de ceremonias crueles, / un plato vacío tendido hacia la nada…» [Sebastián Salazar Bondy]. Ellos siguen teniendo el comercio con lo invisible. En el Óvalo Gutiérrez pasé una tarde hundida en una de sus librerías, descubriendo las voces de generaciones más recientes, al calor de abecedarios que le devuelven vida a una capital brumosa, no porque la celebren sino por el exacto hecho de que se la apropian sin candor ni vergüenza. Muchos de ellos ya no viven en Perú, algunos tampoco están ya en este mundo, pero todos, como los retratados por Pestana, miran a la cara.

El ala del avión me descubre una banda de territorio y abajo se van desplazando las últimas barriadas para dar paso al desierto, a su aspereza granulosa pegajosa inhóspita. De modo que la ciudad que no tiene alcantarillas porque apenas caen unos nueve milímetros de lluvia al año[10] queda ahí ahogada por las dunas, congelada en su «impenetrable aire precolombino»[11], vasta, presuntuosa. No dejo de pensar en que la ostentación y el lujo minuciosamente calculados de muchos de sus centros de reunión (cafés, malecones, galerías…) acentúan un atávico contraste con lo invisible, con las cuotas pendientes que una capital tiene con la otra más magullada, y al hacerlo la ocultan, la encubren, la silencian, la niegan. Pero el viento del desierto, ese viento que el Pacífico no consigue sosegar, descorre las capas a su antojo: Lince La Victoria Breña Rimac Pueblo Libre Ate San Martín de Porres Comas Santa Rosa Ancón San Bartolo El Callao Ahí están, nada difuminados para los que quieran verlos. Sin los árboles de floripondios que decoran los malecones de Barranco, es verdad, pero consistentes, multitudinaria sal de la tierra. Luego comienza el regreso, obediente en la fuga a aquellas palabras que se escuchan desde el ronco sonido de una habitación cualquiera: «Extranjero, te consiento que duermas, pero vete lo más pronto que puedas y no dejes el menor recuerdo de tu persona» [Julio Ramón Ribeyro].


[1] Trabajador del Serenazgo municipal que presta protección al ciudadano.

[2] En el año dieciocho del Socialismo del siglo XXI a lo venezolano, el pronóstico de inflación para este 2016 oscila entre 300 y 800%, dependiendo de cómo el gobierno oriente su barco, a mayor conflictividad institucional más arriba irá el porcentaje; en situación de «normalidad» puede mantenerse sobre 300% [cálculos de Ecoanalítica], y sería la más alta del planeta. Confiemos en la palabra del sabio Qohelet pues lo asentó en un libro clásico, una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre permanece.

[3] La Comisión de la Verdad y Reconciliación (creada para evaluar las causas y costos humanos producidos por la violencia terrorista y la represión militar que tuvo lugar entre 1980 y 2000 en Perú) en su informe de 2003 hace recaer el 37% de las víctimas (de unas 69.280 en total) sobre las Fuerzas Armadas peruanas.

[4] ¿No le sonroja saberse en el imaginario de sus congéneres como un corrupto, un ladrón? ¿De qué material se blinda? Y así lo evoca el 34% de una población de 21.118.021 personas consultadas por la encuestadora GfK, en el mes de agosto de 2015. [http://larepublica.pe/impresa/politica/701205-keiko-y-alan-son-relacionados-por-la-poblacion-con-la-corrupcion]

[5] Tal vez Hugo Chávez haya sido el último en lucirlo en la región y basta asomarse al destartalado país que nos legó para advertir la ineptitud de su indumentaria en cuanto «abrigo», porque confeccionado para abrigar en verdad procuró y procura aún intemperie.

[6] «Estos fondos luego eran derivados a cuentas personales de los hermanos en el NBK Bank, corresponsal en Lima del Bank of Tokyo». «Antes de abandonar el país, hicieron transferencias a sus cuentas al Bank of Tokyo, al Banco do Brasil, sucursal en Japón, el UBS de Nueva York y el First Union National Bank, de Miami.» [http://larepublica.pe/impresa/en-portada/709678-lo-que-keiko-oculta-rosa-juana-y-pedro-fujimori-si-son-profugos-de-la-justicia.]

[7] En un debate con el politólogo y profesor Steven Levitsky, en el Centro para Estudios Latinoamericanos David Rockefeller de Boston.

[8] El 7 de junio de 2013, El Comercio en su sesión de política, se hizo eco de la «potestad» presidencial para no conceder el indulto a Alberto Fujimori, una firmeza con la que no contamos los venezolanos en 1994.

[9] Fui una de las privilegiadas visitantes de la exposición Retratos peruanos que le organizó el Museo de Arte Contemporáneo de Lima. Una atmósfera de fiesta en la soledad de las salas me asaltó de repente y ya no me abandonó. Salí de Perú muy acompañada.

[10] De los más de ocho millones de habitantes que duermen en Lima, unos ochocientos mil no reciben agua potable sino por cisternas o pozos artesanales.

[11] La frase es de Saul Bellow en su novela La verdadera.


Photo Credits: Harvey Barrison

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