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Abraham Garcia

Aquí somos

CIUDAD DE MÉXICO: No hace mucho pasó lo que tanto temíamos desde que nos mudamos acá, una alerta sísmica. Tenemos poco tiempo en el país y nos ha costado acostumbrarnos a la nueva vida, a la segunda oportunidad, quizá la segunda de muchas segundas. Cuando estábamos en la calle a Paola le temblaron las piernas, no supimos cómo reaccionar, no sabíamos cómo salir ni tampoco tomamos las precauciones adecuadas en caso de la catástrofe. Al momento de estar afuera nos dimos cuenta de que los documentos personales y la gata se nos habían olvidado. Menos mal que solo fue una alerta de un movimiento telúrico de poca magnitud, un simulacro para despertar a las 2:14 am y ver que estamos en México y que esta es nuestra oportunidad de vivir románticamente nuestras vidas.

No todo es comodidad, no hemos dejado el capitalismo o renunciado al consumismo, aquí también hay, todo aquí es realidad igual que allá, hay un amor a la ciencia de vivir en el lugar que uno acoge como hogar simplemente diferente al de allá. La gente nos pregunta por qué dejamos Nueva York, nos miran como si estuviéramos locos y hasta la fecha no tenemos respuesta a la pregunta, más bien no tenemos la respuesta que ellos quieren escuchar.

Aquí no somos busboys (ayudante de camarero) es lo que me dijo Nick cuando charlando le planteé la propuesta de que me dejara escribir sobre su experiencia en México. Nick, Keith y yo somos maestros de inglés, hemos trabajado juntos en diferentes instituciones educativas, ellos no se conocen, soy yo el intermediario y les pedí permiso para escribir sobre sus experiencias como inmigrantes en México para así poder encontrar una respuesta a la pregunta que me hace la gente. Por qué dejé Nueva York.

La vida es injusta, dice Keith. Él nació en Arizona, en la ciudad de Phoenix, está en México por amor a su esposa. Se conocieron en Sonora cuando los dos trabajaban en obras comunitarias que la iglesia a la que pertenecen aportaba a lugares rurales y de bajos recursos. Mantuvieron un tiempo una relación a distancia hasta que Keith vino a México porque su esposa, en ese entonces novia, no pudo renovar la visa para viajar debido a su empleo como freelance. Keith tiene un título en administración pero su situación migratoria en el país lo obligó a buscar empleo como maestro de inglés; nadie lo quería contratar por su estatus de visitante, pero eso no lo detuvo. Así fue como nos conocimos, comenzamos un curso de capacitación como docentes del idioma a empresas privadas y ejecutivos. Él tenía poco tiempo en el país, yo tenía cinco días de haber llegado. Keith dice que su transición a la cultura mexicana no fue complicada, después de haber vivido en Portugal un tiempo supo qué esperar y cómo adaptarse a la vida en un país diferente a Estados Unidos. Lo complicado fue al principio, acoplarse a vivir en la metrópolis que es Ciudad de México con tantos millones de empujones para obtener un asiento en el metro o lidiar con los gritos de güero y gringo cuando anda por las calles, el tráfico y la contaminación se suman a los factores. Todos los días en la oficina le preguntaba cómo le iba, yo veía en él mi propia transición, una vez me dijo que lo asaltaron por los rumbos de la estación del metro Revolución, me sentí tan mal, me dio miedo, pero él me lo contó de una manera tan cómica que se nos hizo cotidiano, normal para la ciudad. Keith quiere cambiar de empleo, dice estar acostumbrado a estar sentado frente a un computador y contestando llamadas telefónicas, cosa que no hace como teacher. A la larga él se ha sentido un poco desconectado de México, dice que no le molesta la idea de vivir aquí pero que extraña el valor económico de la moneda americana, inclusive está pensando en marcharse un tiempo para trabajar y ahorrar unos dólares, después regresar. También quiere que su esposa consiga la visa la cual merece legalmente por el hecho de estar casados, pero la embajada se los impide si ella no tiene ingresos estables o él un salario con mayor credibilidad para que el gobierno americano determine que se merecen su derecho a estar juntos en donde ellos quieran. Es injusto, tal y como él lo dice, y estoy de acuerdo. Es una injusticia.

Por el contrario, Nick está contento y piensa quedarse aquí en México por un largo período. Nick es de un pueblo en Kansas. También está en México por amor a una mujer y por su espíritu viajero que lo llevó a quedarse cuando vino de visita. Desde muy temprano fue un chico curioso por el mundo y pensaba outside of the box. Disfrutaba leer textos de filosofía y antropología en sus ratos libres y durante sus descansos en empleos en McDonald’s o Walmart imaginaba viajar. Su curiosidad por la manera en que la historia influyó en el pensamiento de algunas personas y ayudó a formar esta parte del mundo lo empujó a venir, siempre supo que México era un lugar en el que quería vivir. Es la buena vibra de las personas, su cultura, geografía y política. Le fascina imaginar cómo somos uno mismo a nuestros alrededores y cómo estas tres ideas de vivir nos unen. El amor lo trajo a México, conoció a la que se convertiría en su esposa en una página de subcultura gótica. Debido a su experiencia viajando y pasión por las culturas su adaptación a México no le costó mucho. A Nick lo conocí en otra institución donde damos clases de inglés. Durante los descansos salimos a caminar por las calles de la Zona Rosa y conversamos, tomamos café. Nick ha escrito teatro, su esposa es artista, tenemos esas cosas en común, pero yo escribo novelas. Nick enciende su cigarrillo y me comenta sobre sus sentimientos hacia México. Tiene una gran afición por la comida fresca, admira que en México al contrario de Estados Unidos aún exista esta preferencia por los productos agrícolas frescos, aunque por dentro sabe que estamos en el camino al mal hábito por la inclinación hacia lo gringo. Eso afecta en la selección de la comida también. Nick opina que la gente aquí es amable, que es como todo en una ciudad con sus problemas económicos y políticos, pero que preferiría mil veces trabajar aquí de camarero que en Kansas. Hablamos de nuestros empleos antes de venir a México, allá éramos busboys o meseros, también fuimos obreros y albañiles, aquí somos maestros de inglés. Nick estudió artes, teatro, yo estudié estudios latinoamericanos, nuestras carreras allá tenían un destino: la industria restaurantera, como lo describe él, son trabajos dónde te desnudan la dignidad, y no porque sean malos, ni porque la gente que los hace sea de una clase social o económica más baja, sino porque estás haciendo lo que no te gusta en un lugar al que no perteneces. Y él es claro con su pensamiento de que preferiría mil veces ser camarero aquí en México.

No cabe duda que vivir donde sea siempre afecta nuestra manera de pensar. Keith me cuenta que en un tiempo allá en Arizona llegó a tener sentimientos negativos contra ciertos inmigrantes, odia admitirlo, ahora piensa diferente. ¿Se habrá curado de esos sentimientos pasajeros por estar en México y ser inmigrante? No lo sé. Dice que siempre ha sentido compasión y brindado apoyo hacia los emigrantes, ahora relaciona lo difícil que es emigrar ilegalmente cuando a su esposa le niegan un derecho que tiene por mérito matrimonial. Nick en su papel es un camaleón, se infiltra en la cultura, se adapta fácilmente, vive donde sus pasos dejan huella. ¿Es esta la respuesta a la pregunta? No. Aquí en México como en Estados Unidos y en el mundo hay un sentimiento de intolerancia y fanatismo, el nacionalismo destila de las personas. Desafortunadamente nos hemos convertido en estadísticas y si hubiera estadísticas de intolerancia en todos los países resultaría ganador el nacionalismo. Pero eso no responde tampoco a la pregunta de por qué dejamos Nueva York, es tan raro que gente que ama y tiene tanto afecto por México no se preocupe por qué vinimos a México sino porque dejamos Nueva York o en su mayor defecto porque dejamos el paraíso llamado Estados Unidos.

Una alerta sísmica me hizo ver algo que pueda responder a la pregunta. Las piernas de Paola temblaban, nuestros cuerpos se movían de un lado a otro, yo tenía a Facundo en los brazos y ella a Belén, estábamos los cuatro abrazados en media calle divididos entre los sentimientos de temor y esperanza, ¿está temblando o no? Mis opiniones por México ahí se proyectaron, mis sentimientos por un lugar estaban tambaleándose de un lado a otro, como si me llevaran de regreso a New York y me trajeran de golpe a México, a mi realidad. Con el temor no extrañé Nueva York, tampoco maldije haber venido a un lugar con zona telúrica, mis pensamientos fueron: aquí vivo ahora, aquí nos tocó esto.

A Keith en el departamento de inmigración lo echaron por pedir hablar con un supervisor, a Nick al parecer no le ha pasado nada raro, dice que el departamento es un departamento de inmigración como cualquier otro en el mundo, a Paola la han hecho salir del país por falta de claridad en los trámites de residencia, a nuestros hijos a pesar de tener doble ciudadanía aún no nos saben decir dónde se les retira el estatus de visitantes, nos mandan de una oficina a otra, nada de lo que nos vayamos a morir. La burocracia aquí es la misma que allá, para unos eficiente y para otros nefasta, aunque Keith dice que allá en Estados Unidos es más transparente. Los sueños en México son en inglés y los de Estados Unidos son en cientos de idiomas. Aquí no somos eso de allá, aquí somos lo que allá no éramos. No importa el dinero o la comodidad, importa el sueño, el estado de ánimo, tu visión por el futuro y el romance con el que construyes los pasos con los que vives aquí y en donde sea.


Photo Credits: Kasper Christensen

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